(Puerto de Veracruz, 1970). Hacia días felices simples rastros (Mano Santa, 2020) es su libro de poemas más reciente.
Beber el sur. Sur (anhelo). Sur (utopía). Sur (lejano). Mauricio Montiel Figueiras ha regresado a la poesía precedido por la música: sin música no hay poesía, y en las tres bitácoras que forman su Cuaderno del Sur retoma toda la música de su pasado, esa música que hemos notado en su obra narrativa y en su obra poética ya publicadas.
Libia, Sahara, Marruecos… En la «Bitácora de los vientos», la sección con más poemas del libro, la música tiene un ritmo misterioso en el que se mezclan imágenes potentes: esquirlas que «hienden el cuerpo en furor de estiletes», un «amo» que «está por doquier como una infección», un pez «que nada en la sangre más sucia de nuestras venas airadas».
Ritmos misteriosos, palabras desusadas en versos que serpentean a través de visiones que están fuera y dentro del lector al mismo tiempo: en el Sahara, «un espasmo bermellón» en donde «la vigilia de la razón produce monstruos»: el escenario es el Mediterráneo más salvaje que crea imágenes inhóspitas, pero a la vez invitantes, imágenes en las que queremos estar aunque —o porque— «mil años de locura traerá siempre la flama en su regazo».
Aquí los nombres de los vientos son vocablos que nos acercan a la locura creadora: lebeche, jamdino, qibli, marin, chergui, aajej (un «carraspeo»), bhoot, siroco, haboob, hamsin, harmattan, simún, monzón, norte, surada: cada viento un poema, poemas: diálogos o búsquedas de diálogo, pero principalmente «semillas opacas de la vesania», de la demencia furiosa, un «hálito demente que sopla a contrarreloj».
La columna poética de los primeros vientos se rompe con el «Siroco», que mueve los versos con su «espanto lunar», con su «augurio amargo de la luz». A partir de «Haboob», el poema en prosa marca un cambio de ritmo, una música que se adivinaba en la columna poética: una cadencia que necesita más espacio, más tiempo para su realización:
Se busca el alma que ante la inminente llegada del haboob ha dejado sin autorización el cuerpo que la albergó para errar por cuenta propia en pos de territorios donde el polvo no establezca sus imperios sofocantes.
La poesía extiende su pureza en la prosa de largos caminos. Los vientos están por encima de todo, dan forma a los lugares y las voces que los pueblan.
(Aquí debo confesar que estos vientos me trajeron a Rimbaud, su estancia en la ardiente África y sus poemas en prosa, por ejemplo: «Las brasas, lloviendo a ráfagas de escarcha, —Dulzuras!— los fuegos en la lluvia del viento de diamantes lanzada por el corazón terrestre eternamente carbonizado por nosotros. —Oh mundo!»).
«—¡Oh mundo!», dice Rimbaud, y Mauricio Montiel Figueiras, en este Cuaderno del Sur, nos da las definiciones que ha creado para transitar por un mundo, nuestro mundo: este libro, estos poemas, dan cuenta de nuestro «íntimo sur desvencijado», reflejado en ese Mediterráneo más salvaje y en todos los sures de la Tierra.
Con la sintaxis clásica de la mejor poesía mexicana: «Tabernarios hay que temen el monzón cuando se acerca», la «Bitácora de los vientos» cierra con un «Norte» en el que poesía y ensayo se unen para afirmar: «Todos en un punto u otro de la vida nos llamamos Ismael», y con una «Surada» que me trae de nuevo a Rimbaud con su vendaval:
El vuelo errático de una abeja africana siega la contemplación de la luna que tiembla como la mitad de un cráneo fluorescente en la noche púrpura del puerto: esto es la surada.
Hablando de vientos: esta mañana, al prender la computadora, apareció la siguiente noticia: «Esperan que disminuyan los vientos este viernes», se titula, y luego dice: «En los últimos días, Ciudad Juárez fue azotada por fuertes vientos (de sesenta kilómetros por hora con rachas de noventa). Hoy, los juarenses podrán disfrutar de un clima agradable, ya que la velocidad de las ráfagas disminuirá: los vientos serán de ocho a catorce kilómetros por hora durante el día».
Guadalajara no es una ciudad sin vientos, pero sí una ciudad sin noticias de vientos; por eso agradezco a Mauricio Montiel Figueiras que haya incluido en su nuevo libro esa «Bitácora de vientos», aunque hay que advertir, siguiendo la nota de Ciudad Juárez, que nos puede poner en peligro:
Debido a las rachas de viento, se pide conducir con precaución y a baja velocidad, así como evitar circular cerca de panorámicos, bardas, árboles y fincas abandonadas que pueden colapsar. También se recomienda revisar que no haya cornisas y fachadas en mal estado, así como retirar de las azoteas macetas y todos los objetos que puedan caer a la calle para evitar accidentes.
Vientos en Ciudad Juárez, una ciudad en el sur del sur de Estados Unidos, en el sur de todas las pesadillas imaginables; y vientos aquí en Guadalajara, una ciudad sin noticias de vientos, una ciudad también en el sur del norte de México, el sur que es movimiento, que no es algo estático. «El sur como una larga, lenta demolición», dice José Ángel Valente en la apertura de la segunda parte de Cuaderno del Sur: la «Bitácora de los hoteles abandonados».
Una advertencia al lector: debido a los vientos de la primera parte del libro, los dieciséis poemas/hoteles de esta nueva bitácora podrían golpear tan fuerte en la cabeza que existe también la posibilidad de quedar atrapado en uno de ellos o en todos a la vez: son poemas poderosos que usan la estrategia del haikú japonés para adentrarse en la desolación, en la ausencia, en el vacío y en el terror: «un zapato sin tacón donde anida una araña anciana».
Mauricio Montiel Figueiras visita hoteles desamparados, crepusculares, marchitos, anestesiados, en lugares como Palm Beach, Florida; Detroit, Míchigan (esa ciudad ejemplo de abandono), y Mount Montgomery, Nevada.
Los poemas son retratos de estados interiores, humanos; los hoteles son símbolos de sentimientos y sensaciones, y nos recuerdan que somos arquitectura efímera, que el tiempo es «ese médico brujo que no sabe de arquitecturas perdurables». Mueren los hoteles y las personas, pero el placer de la lectura no: estos hoteles abandonados deberían estar en el itinerario de todo lector contemporáneo y futuro de poesía.
Cuaderno del Sur cierra con la «Bitácora del sur», en la que el sur se manifiesta como un corazón en el primer poema: «Lates sur tras la tiniebla».
Aquí los textos surgen de fotografías de creadores reconocidos, entre ellos Helmut Newton y Cindy Sherman. En cada uno de los textos aparece la referencia al autor y a la fotografía específica de origen, pero logran llevar una vida autónoma; sin negar sus raíces visuales, echan nuevas raíces en la tierra fértil de la lengua española y su resolución en poemas en prosa.
De manera brillante, el Cuaderno del Sur cierra con un texto en cuyo centro, una «fastuosa necrópolis del sur», se resume el estado de ánimo de todo el libro:
Bares que umbríos, desahuciados, acogen al prófugo en pos de un trago que ahogue la luz, el fulgor que atenaza. Sed. Sol que arde ebrio en las aguas del olvido.
Presentación leída el viernes 25 de febrero de 2022 en Patan Ale House, Guadalajara.