Guadalajara, Jalisco, 1965. Es crítico de cine, profesor en el ITESO y colaborador de la revista Magis.
En Testamento, libro que recoge las conversaciones que Dominique de Roux sostuvo con Witold Gombrowicz, este comenta que en 1963, cuando salió de Buenos Aires —donde vivió casi 24 años—, llevaba consigo el manuscrito de una novela inacabada: Cosmos. Es, según dice, su cuarta novela después de Ferdydurke, Transatlántico y Pornografía (omite Los poseídos, justo es subrayar, la cual tiene cierto protagonismo en la película de la que nos ocuparemos más adelante). Cosmos fue publicada en 1965 y obtuvo el Premio Internacional de Literatura, el primero que ganó Gombrowicz y gracias al cual fue «ubicado» en el mapa literario mundial; en español, traducida por Sergio Pitol, vio la luz en 1969 (el mismo año en que murió el escritor).
Cosmos sigue al joven Witold, quien hace un viaje a Zakopane (paraje turístico ubicado al sur de Polonia) y da cuenta de lo que vive en primera persona. Huye de una relación tormentosa con sus padres. En la ruta coincide con Fuks, quien está de vacaciones y también huye: de un compañero de trabajo, al cual su presencia resulta insoportable. Ambos se instalan en la pensión que maneja la señora Wojtys, en la que también viven Leon, su esposo, Lena, su hija, y Katasia, quien comparte las labores domésticas con la patrona y resulta inquietante para los recién llegados, pues «de un lado tiene la boca como estirada», lo cual, para Witold, se traduce en una «frialdad reptiloide». Antes de llegar a la pensión ambos hacen un hallazgo que les deja una huella profunda: un gorrión, ahorcado, cuelga de un hilo. Surge entonces la primera interrogante alrededor del posible autor de la fechoría. Este descubrimiento es el punto de partida de una serie de colgamientos y volverá una y otra vez más adelante.
Por la noche, mientras cenan en familia, se produce un evento que sume en el desasosiego a Witold: la boca de Katasia se acerca a la de Lena mientras le da un cenicero. Así se detona algo que a falta de una mejor palabra cabría definir como deseo. En adelante se producen una serie de eventos aparentemente fortuitos y no conectados. No obstante, Witold se empeña en buscar una causalidad, en establecer relaciones, palabra que, para subrayar su importancia, aparece en cursiva en el texto. La irracionalidad hace resaltar las características de algunas situaciones y eventos; la singularidad de la conducta de los Wojtys encuentra un campo fértil en la tortuosa mente de Witold. La racionalidad se empeña en descubrir el orden subyacente, identificar constelaciones, puntos interconectados, las coordenadas de una forma, la cual termina por imponerse aunque no hay mayores claridades: Cosmos, comenta Gombrowicz a de Roux, es «un agua negra cargada de mil residuos y que el hombre fija tratando de descifrarla, de comprender, de unir lo que ve en cierta totalidad». La yuxtaposición de razón y sinrazón, de racionalidad e irracionalidad (que por igual avanzan por los terrenos de la obsesión) se convierte en el hilo conductor de la novela.
Y la novela que así se construye cabría ubicarla en dos géneros: el policial y el filosófico. Así lo precisa Gombrowicz en las páginas que aparecen al inicio de Cosmos (que provienen de sus diarios y que no se incluyen en todas las ediciones, pero sí figuran en la de la Universidad Veracruzana, dentro de la Colección Sergio Pitol Traductor): «¿Qué es una novela policiaca? Un intento de organizar el caos. Por eso mi Cosmos, que me gusta llamar “una novela sobre la formación de la realidad”, será una especie de novela policial». Witold lleva a cabo una indagación a partir de los eventos que va presenciando, partiendo del supuesto de que hay un sentido oculto que es necesario elucidar. Conforme hace sus avances se va escribiendo la novela; conforme verbaliza sus hallazgos se va problematizando la realidad y avanza la «investigación filosófica». Esta ruta, sin embargo, no aterriza en la aclaración del enigma ni en el tratado filosófico. La búsqueda permanente de orden concluye en la locura.
La locura es el punto de partida de Andrzej Zulawski (autor de una obra inquietante, con Posesión en un sitio de honor), la cual estrenó cincuenta años después de la aparición de la obra literaria, la cual le sirvió de inspiración. (No lleva a cabo una «adaptación», término que, me parece, es por lo menos inexacto. No es posible adaptar una obra literaria al cine, porque son medios diferentes con formas diferentes. Creo que es más pertinente hablar de una transformación, incluso de una metamorfosis. El asunto de la forma no es gratuito, y menos teniendo como punto de partida una obra de Gombrowicz, quien «se peleó» con la forma permanentemente. Así, o toda película es adaptación, más allá de tener como antepasado una obra literaria —porque en el origen hay un guion literario o un storyboard— o ninguna lo es: me inclino por la segunda opción). De Cosmos, Zulawski comenta: «Fue un libro muy importante para mi generación, que vivió bajo un sistema ideológico soviético, cerrado y asfixiante». El cineasta considera que «cuando un libro es muy bueno […] no se debe tocar»; por eso se preguntó «si era necesario hacer una película de Cosmos». Como la película existe, queda clara la respuesta, y el cineasta precisa que trató «de ser fiel al espíritu del libro, pero no a sus circunstancias».
En efecto, algunas circunstancias cambian. Para empezar, Zulawski ubica la acción en la costa portuguesa y los personajes hablan francés. La historia, que sería una especie de vaso comunicante entre la novela y la película, no cambia sustancialmente: Cosmos (2015) retoma una buena parte de los eventos de la novela. Tal vez el cambio más ostensible está en el perfil de Witold y el universo literario que a partir de él se hace presente. Desde el inicio, Witold tiene una conducta excéntrica, a menudo hace gestos propios de un demente, «rompe la cuarta pared» y habla a cámara, nos habla; es frecuente la alusión a obras literarias, así como la citación o recitación de ellas. Su padre, nos dice, quiere que él sea abogado (de hecho, va al paraje costero a preparar un examen de derecho que previamente reprobó). Pero él es escritor: es, nada menos, el autor de Los poseídos. Y cuando cuenta a su amigo la historia de su novela, descubrimos que es la misma que contó Gombrowciz en la novela homónima que publicó por entregas en 1939 pero que vio la luz en un solo volumen apenas en 1973. Al inicio, justo antes del hallazgo del gorrión colgado, Witold declama con frenesí el canto I del Infierno de Dante. Más adelante son aludidas Rojo y negro de Stendhal (por medio del DVD de la película que dirigió Claude Autant-Lara) y La náusea de Jean-Paul Sartre (un ejemplar de la colección Folio de Gallimard) y TinTin (vemos la portada una novela gráfica). En algún momento Witold y Lena recitan el poema «Magnificat» de Fernando Pessoa, al cual incluso se da un agradecimiento en los créditos finales. Estas referencias —o intertextos, como pedantemente las nombra la academia— forman una constelación que si no aclara un sentido sí cobran significado.
Pero si las recitaciones y los parlamentos a cámara ofrecen matices teatrales o literarios, Cosmos es cine a carta cabal, riguroso, maravilloso: y declarado, como anticipa Witold y es posible constatar al final. El espíritu de la obra se materializa en la constante movilidad de la cámara, en una puesta en escena que se apoya en la luz para dar forma a atmósferas que lo mismo aportan calidez que desmesura o demencia. El montaje es un elemento «a modo», pues Gombrowicz hace constantemente un listado de los elementos que Witold busca relacionar, y la yuxtaposición es justamente asunto de montaje; así como el ritmo, que a menudo es frenético y pertinente para dar cuenta de lo que el personaje ve y asimila. La banda sonora es habitada por una verborrea delirante, por músicas que ofrecen apoyo o contrapunto; hay incluso un pasaje que es ópera pura. Zulawski afirma que «hay un ritmo muy abrupto en la literatura de Gombrowicz. Nunca histérico, pero a menudo surrealista. En la película este ritmo se impuso naturalmente. Había que ir rápido, trabajar como en el rock’n roll, con pasajes rápidos. Se lanzan a la pantalla ideas y aspectos contradictorios que no responden a una lógica, porque es lo que exige el libro. Me gusta pensar en la estructura de una película musicalmente, de encontrar su ritmo». Si el espíritu de una obra está relacionado con los eventos que encadena, el tono que establece y el tema que desarrolla, habrá que validar, que aplaudir el trabajo de Zulawski: entrega una transformación que escenifica los eventos más relevantes que narra Gombrowicz, va del surrealismo al absurdo y verbaliza, Witold mediante, el gran asunto de Cosmos y Cosmos: «La organización irracional del mundo».
Gombrowicz, nos recuerda Witold en la película, «nunca supo cómo terminar sus novelas o su significado». Zulawski, al parecer, sí sabe cómo terminar esta película. En la novela, Witold se pregunta si lo que siente por Lena es amor. Por lo general su respuesta es negativa. No obstante, el Witold de Zulawski responde con una afirmación. No hay forma, me parece, de hacerles reproches al respecto: ciertamente nada como el amor —que es irracional o no es, y romanticismos aparte— para conferir al mundo un sentido, un orden, un cosmos.

COSMOS, DE ANDRZEJ ZULAWSKI, 2015