—En el segundo piso de un gran edificio, en la última habitación al final del largo pasillo —es lo que había dicho Preeti.
Vi a la vieja y débil figura sentada en la cama blanca y me sentí muy triste. Pelando una lima dulce le pregunté:
—¿Ya vino Komala?
—Ya vino —respondió—, pero dime, ¿cómo es posible que esté aquí ignorando las responsabilidades familiares?
—Sus hijas ya debieron haber terminado la escuela, ¿o no?
—No, las dos estudian aquí.
—¿Entonces Komala ya vive aquí? No me había enterado de que se mudó a Mysore.
—Cuando las chicas entraron a la universidad, ella rentó una casa y ahora está aquí.
—En ese caso no debería ser un problema para ella quedarse aquí contigo por unos días.
—Dice que no tolera el olor del hospital. Además ha subido de peso y le cuesta trabajo desplazarse —en su voz no había rastro aparente de desaprobación hacia su hija.
Por un rato más hablamos de eso y aquello, también del terreno que vendió su esposo. Como dice la gente mayor, «¡Condénate y sé un habitante de la ciudad!». Ella confiaba en su mala salud y mostraba la tristeza que le daba todo. Después de consolarla un poco, cuando le pregunté cómo le iba a Jyotsna, le volvió la luz al rostro y dijo que Jyotsna estaba en Bangalore. Un rato después, cuando le dije que ya debía irme, me contestó:
—Ya es hora de que venga Komala, siéntate, vete después de hablar con ella.
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Cuando vivía en casa de mi abuela como estudiante, Jyotsna era mi compañera de clases y Komala su hermana mayor; pero no se parecían ni en belleza ni en personalidad.
La naturaleza de Komala era voluble, «unas veces tranquila y otras irascible». Un sirviente podía ir acompañándola y cargando su mochila camino a la escuela. Un día, salió corriendo de la escuela a media clase rumbo a su casa ¡porque el maestro la había regañado!
Incluso cuando ya estaba en la preparatoria trenzaba flojamente su pelo. Era famosa en la escuela por su cabellera. Con sol o lluvia siempre traía un paraguas consigo. Los rayos del sol nunca tocaban su piel. Hasta cuando caminaba en el jardín de su casa se cubría la cabeza con una dupatta. Nunca hizo ningún trabajo que pudiera arrugar sus manos o sus pies. Siempre estaba ahí para que la contempláramos, posada en su sillón con una novela en la mano. Publicaciones y revistas con consejos de belleza, ella seguía todo al pie de la letra. Luego de leer que comer más verduras es bueno, se servía cuatro veces más curry que arroz. Se daba masajes en las piernas y la cara con crema. Mezclaba un vaso de leche con cinco vasos de agua y con ello se debía lavar el cabello al finalizar su baño. Amla, jugo de limón, yema de huevo. Cada día usaba algo distinto para dar masaje a su cabello y se bañaba por horas. Gracias a sus prolongados baños, su abuela decía que «los baños de Komala son como los de Urmila». Según el Ramayana de la abuela, la razón por la que Urmila no fue llevada al bosque con su marido fue porque, cuando Rama y Lakshmana empezaban, «Urmila no terminaba su baño. Hasta Rama, Sita y Lakshmana cruzaron las puertas del palacio y salieron. Estuvo separada de su marido por catorce años… no es bueno para una chica tomar baños tan largos». Las palabras de la abuela nos entretenían a todos. A Komala no le importaba. Cuando extendía su cabello para que se secara, era para nosotros como Akka Mahadevi en una fotografía que habíamos visto.
Su cabellera era el centro de atención en el colegio. También se había ganado la admiración de las niñas. Pasaba un mechón de detrás de su oreja y dejaba caer el rizo por su mejilla. Cuando pasaba de lado, se escuchaba a los niños burlarse de ella diciendo «Tirukkural». Esos chicos, que estaban enamorados de su color de piel, le mandaban cartas y saludos, haciendo que su padre se preocupara por su matrimonio desde antes de que terminara sus estudios.
¡De haberse planeado un swayamvara, posiblemente habrían llegado muchos pretendientes! Pero ya que el hijo de un hacendado de Chikamagalur tenía ya el visto bueno, se planeó una «presentación de la novia». Como su padre sabía que ella era hermosa, no estaba listo para presentarla a ninguna examinación nupcial ante nadie todavía. En su lugar se decidió mandar a Komala a la boda de la cuñada de su tía, un sábado del mes del Jyeshtha. Se le informó a la familia del novio que su hija podía «ser vista» en el autobús que iba a tomar para ir a la boda que se llevaría a cabo en Shimoga. Ella tomaría el autobús cerca de su casa y se bajaría cerca de la casa de su tía.
Komala llevaba un sari con joyería de perlas comprado exclusivamente para ella el año pasado por la boda de su hermana. El cabello iba recogido flojamente y así caía hasta sus tobillos. En su frente, una tilaka casi invisible. La acompañaban su hermana, que estudiaba el curso preuniversitario, y su hermano de preparatoria: a él lo necesitaban para detener el autobús. Después de que el autobús tardara más de diez minutos en pasar, comenzó a lloviznar; Komala tenía miedo de que su maquillaje se arruinara. Toda su vestimenta se había preparado desde el día anterior con la ayuda de los hermanos. Se había lavado el cabello con jugo de hojas de matti, lo había secado a la sombra y arregló cada mechón con cuidado. Lo trenzó de tal forma que se viera cuatro veces más grueso de lo normal. El día anterior se dio masaje en la cara con crema de leche de vaca. Todos los miembros de la familia debatían qué sari debía usar, y hasta que escogieron uno de seda verde oscuro con joyas que combinaran pudo irse a la cama. Se dio un baño de hora y media y se vistió en la mañana. Sus hermanos menores la ayudaron. No puso un pie fuera de casa hasta que su madre la apresuró para tomar el autobús; no sin antes revisarse en el espejo una vez más. Desde el momento en que cruzó el portón rumbo a la calle, Gulabi, la doméstica, observó detenidamente la manera en la que llevaba su sari y el modo de andar y la siguió. ¡Gulabi tenía el cabello tan corto que le terminaba en la frente! Ella vio con la boca abierta el largo pallu y el maquillaje exagerado que hacía que Komala pareciera estar actuando en una obra; se quedó a un lado del camino. No fue sino hasta que la hermana menor, Jyotsna, le recriminó diciendo «¿Qué no tienes nada mejor que hacer?», que ella regresó a casa. Komala sostenía delicadamente con dos dedos los pliegues de su sari para que no tocara el suelo. Se paró sobre una losa de piedra junto a la carretera. Incluso ella, que estaba acostumbrada, se incomodó ante la mirada de las otras personas que esperaban en la parada. Cuando por fin llegó el autobús, se las ingenió para librarse del escrutinio de los demás y subirse sólo para descubrir que, para su desgracia, ya no quedaban asientos libres. Ella quería sentarse lo antes posible, donde fuera. Aunque sabía que la familia del novio tenía que «ver» que estaba en el autobús, no encontró el valor para buscarlos. Cuando alguien le ofreció su asiento, ella se dio la vuelta y vio a un joven levantándose. Temerosa de que alguien más pudiera ganárselo, se sentó rápidamente. Al igual que otros que la veían, el chico que le cedió el lugar también la examinaba tanto a ella como su cabello; algo de lo que Komala no se dio cuenta. Qué habría en su mente en ese momento es algo que no sabría decir después de todo el tiempo que ha pasado. El «chico», después de ver a Komala y su cabello, decía que, si algún día se casaba, sería con ella. El examen nupcial de Komala continuó hasta que llegaron a Shimoga.
De hecho, todos llamaban a Komala supaani, o la delicada. Ella soñaba con desposar a un hombre que trabajara en Bangalore, ¡pero el novio que había aparecido cultivaba café a mitad del bosque! Aunque refunfuñó sobre el asunto, la boda tuvo lugar con gran prisa.
Ahora, después de tantos años, ¡nos íbamos a encontrar inesperadamente! ¿Le costará mucho trabajo visitar a su madre que está bajo tratamiento en Mysore…?
—¿Dónde está Jyotsna?
—En Bangalore. Allá trabaja.
Jyotsna era sensible y calmada, de una naturaleza sencilla. Era una belleza morena sin mucho adorno. Cuando Narayana Swamy, nuestro maestro de geografía, nos explicó que la gente de diferentes grupos tenía colores de piel distintos, dijo: «La gente de Kenia es de piel oscura», y apuntando a Jyotsna, «como ella». Jyotsna rompió en llanto, todos sentíamos pena por ella.
Pero ese año Jyotsna obtuvo las mejores calificaciones. Se enojaba al escuchar a su padre decir: «Su matrimonio nos va a costar trabajo». Con ese mismo enojo, estudió un máster en Ciencias y ahora tenía un buen puesto. Sus padres están orgullosos de los logros que ha alcanzado. En un instante todo esto ha vuelto a mí.
—Ya es hora de que Komala llegue —dijo la madre.
—Han pasado muchos años desde que vi a Komala. ¿Cómo estará ahora? —ella es entre cuatro o cinco años mayor que yo.
Me costó trabajo creer que Komala era la mujer robusta que había abierto la cortina y entrado. En lugar de sus trenzas, llevaba el cabello corto en forma de u. Su cuerpo pesado aparentaba poca energía.
—¿Cómo estás?
Cuando ambas nos hicimos esta pregunta nos dimos cuenta del tiempo que había pasado. Hablamos de nuestros hijos y casas. Ella le sirvió a su madre un poco de la comida que había traído en un portaviandas. Mientras su madre comía, seguimos conversando. Hasta que finalmente ella se abrió:
—Hiciste muy bien en dedicarte a trabajar. Forjaste una carrera tal y como quisiste. ¿Qué veo yo cuando vuelvo la mirada hacia atrás? No sé por qué, pero me entristece cuando pienso en cómo ha ido todo.
Yo estaba sorprendida. La Komala que actuaba como si no hubiera nada más en el mundo que su belleza física por fin había salido de aquella ilusión. O al menos eso pensé.
Recordé a la antigua Komala, que estaba obsesionada por traer el cabello largo. Con tal de que le creciera el pelo, una vez intentó tocar con la punta de su trenza a una serpiente que estaba en la reja; y en su intento resbaló y cayó al pozo de agua con estiércol. Esa mañana de domingo había ido al jardín a recoger flores de hibisco a la reja del huerto, justo a un lado del pozo de composta; quería preparar un champú para lavarse el pelo. El pozo de composta rebozaba de agua. El hibisco de la reja era de la variedad bell y crecía por montones. Lo que Komala necesitaba era la hoja del hibisco de la variedad pimiento picante. Cuando estaba por arrancar las hojas vio a la serpiente. Recordó que Jalala había dicho que, si tocaba a una serpiente verde con el cabello, éste le crecería; así, sosteniendo su trenza con la mano izquierda, se acercó a la serpiente. Viendo fijamente a la serpiente se resbaló, ¡y cayó justo en el pozo de la composta! Era la temporada de lluvias, estaba lleno de agua y ella quedó empapada de excremento oscuro. Chinnappa, quien trabajaba en el establo, llegó corriendo y diciendo: «Ayyo, sannamma» («ayyo, niña»), y le ayudó a salir y ponerse en pie. La madre bañó y consoló a la chica, que no paraba de llorar. Incluso después de ese incidente, su manía por dejarse el cabello largo siguió acentuándose en lugar de amainar. Si un día aplicaba menthya en el pelo y después lo lavaba, otro se ponía mehendi. Y se la pasaba sentada en el sillón del segundo piso leyendo novelas, olvidándose de todo…
Gracias a la modernidad de mi madre, mi cabello era víctima de muchos experimentos con tijeras. Mi peinado era motivo de burla para Komala.
Sin importar cuánto la criticáramos, yo sentía que ella exponía todos nuestros deseos internos. Salió corriendo a media clase cuando el profesor la regañó y después, cuando ya había dado a luz a dos niños, escapó cargando con ellos, dejando que alguien más se hiciera cargo del trabajo de criarlos y limpiarles la mierda. Ha vivido feliz de la forma en la que ella concibe la felicidad, sin preocuparse por los demás. Ha hecho circo, maroma y teatro para aclararse la piel. ¿Y dónde quedó ahora el cabello que había cuidado todos esos años? Su pequeño corte en u parece estar criticándome. ¿Han avanzado los compañeros del viaje que es la vida? ¿Está Komala sola, justo donde siempre ha estado, como una roca inmóvil en agua que fluye?
Traducción de Carlos Ponce Velasco, a partir de la traducción
del canarés al inglés de Sushumna Kannan.