Santianes de Pravia, Asturias, 1950. Estos poemas pertenecen a su libro más reciente, Confía en la gracia (Tusquets, 2020).
que calmara el hueco nervioso en esa luz
que deja el sol al irse
llegaba la bandada dividida
en grupos de dos, cercanía querían, lo más
juntos y se adherían, negro y negro
airosos, verticales, a la casi ausencia
de salientes, un nuevo
estado propiciaban, no
duradero, no solitarios y aún
no gregarios, dulzura parecía
ansiedad
de imán y materia receptiva, era lo raro
que la luz fuera sustancia de vuelo, que la
cosa negra fuera luz y a ella se rindieran
no puede
la carencia ser reparada mas no impide vivir, mide
cielos vuelos pulmonar ansia, dibuja
ramificaciones nerviosas
Tan grande en proporción el corazón
de los animales temerosos, sin techo
era aquel rostro, anguloso y
disforme, venía de otro rostro, niño
cometa, espantapajaroojotodo
sobre trigo. Atento, venía de la madre, alto
y afuera, raro en la escucha, gajos de boca
grande. Entera soledad y tersa
piel, pared de cal, extrae de tres cuerdas
la música, recoge fruto granado de vida
en lo que hay. Aprender quién es el
enemigo ocupa la oquedad, temblor
y armonía áspera.
Risa
aun de vejez propia, baya roja
sin pavos, luna adelgazada cientos
de veces, un viento que cesara.
de la Edad Media a un mundo de ciencia
ficción avanzan con firmeza hombres ejecutivos
por subterráneos y trenes, Asia eran racimos
de rascacielos y ensenadas, junco
flotante, la inclinación dormida del invierno
en los rayos de sol, la inclinación
de cabeza, recorrer el mundo meridiano
por distintos paralelos, el tiempo
dilatado o de pronto cortante
perentorio, sin fe ni atrevimiento en estotro
traje de trabajo, de desamparo y sequedad
pues de la noche seca sale
saber de sí, rodea la corona
del diente e híncala en los verdes
pueblecillos colgados en el mundo con
su atavío y sustancia, sombra y ejecución
de caminos, charquitos de hermosura
He conocido bien a Louise Bourgeois; no hablé con ella, nunca la vi de cerca, pero habría podido ser mi madre o, mejor, habría podido ser, como yo, hija de mi madre, aunque casi de su misma edad. LB era una madre, yo misma, era por el carácter, y como si hubiera vivido siempre con ella, siempre de vieja, como si conociera su casa como para soñar con ella, y sus obras no fueran obras suyas sino trocitos, retazos de conversación. Ella habría podido escribir mis poemas, también mi madre, porque la vida fue la misma para las tres.
No sé si el mismo olor, pero la ropa sería la misma, y algunos alfileres que habría que clavar, una violencia y no dormir, la locura cristalina —hacerse añicos— y la plegaria.
Cejas blancas e hirsutas, negra cinta de terciopelo en torno al cuello; no vi fotos de LB con esa cinta, pero todo es transitivo y equivalente si de las vidas la evidencia lo dice, dos silenciosos monjes rumiando la desdicha, la palidez y lo negro, la finísima piel de quien vive en habitaciones interiores dedicado a la rumia y la plegaria en actividad constante, casi frenética.
No fueron como el anciano que sopesa los pequeños movimientos antes de hacerlos; yo lo seré, entregarse a la positiva medida de lo factible y confiar en la gracia, en lo benigno. OV y LB son mis siglas, emblema de cristal y no me rompo. He pedido un deseo y sola voy, con hechiceras.
en el nido o corola de una palmera
de hojas de lanza arrebujado
para el sueño
un jardín
del desierto para lo solo, pinchuda
alma la madre que vivió encerrada
siete días en hambre y sed, hecho
y lugar, la caseta o casita
como una ermita, no te llames
a engaño, topografía con los ojos
cerrados recorrida, habitantes, visitante
profundo el pequeño, un desfile
de presencias altivas, era esa
la luz que ampliaba el alvéolo, un resentir
el llanto como bóveda, negra
tierra de invierno, la dulzura y
el verde de una flama fría, luz
al revés, los sonidos
de pájaros, huesos gorriones
del mundo
en el frío al encuentro
de su muerte pequeña, o despacio
camina ladera arriba mirando los árboles
el aire y la mañana, un ahogo
de almendros, el hociquito blanco