(Ciudad de México, 1956). Autor de La música de acá. Crónicas de la Guadalajara que suena (Universidad de Guadalajara, 2018).
Arturo Cipriano, Ciprianodonte pa’ los cuates, vive en Cuernavaca desde hace años. Es un músico singular que durante su vida ha soplado el saxofón, la flauta y la armónica, apelando a una absoluta libertad creativa que por comodidad ubicaremos con la etiqueta de jazz, pero que podríamos clasificar simplemente como música libre. También compone y escribe textos que a veces se convierten en canciones y otras en palabras que intercala a modo de recitativos durante sus improvisaciones. Cipriano fundó aquel grupo La Nopalera que ayudó a renovar la música mexicana en la década de los ochenta, si bien de manera un tanto marginal.
Nació en San Luis Potosí, creció en el Distrito Federal —cuando aún se llamaba así—, vivió en Brasil y otro rato en Tlaquepaque antes de instalarse definitivamente en la ciudad a la que le decían de la eterna primavera, una que, como tantas otras en México, ha pasado de ser idílica a peligrosa, asediada por el crimen organizado, gobernada por personajes impresentables, pero aún con un encanto al que se aferra, necia. Allá, Cipriano, con su pareja tapatía, la cantante y artista múltiple Azucena Méndez, emprende proyectos musicales diversos. Hace algunos días, el buen amigo Cipriano me envió por correo una pieza en la que toca con la pianista Ana Ruiz, precursora del free jazz en México: una desquiciada improvisación libérrima con palabras intercaladas, dedicada a Charles Mingus, de quien se cumplen cien años este 2022. Y no es casualidad que a Cipriano le interese Mingus: por su música y porque murió en esa misma ciudad morelense, adonde se había ido en busca de alivio alternativo para la esclerosis lateral amiotrófica que lo tenía arrumbado en una silla de ruedas, imposibilitado para tocar su instrumento, el contrabajo.
Charles Mingus es una de las figuras clave en la historia del jazz. Contrabajista virtuoso, aunque su instrumento previo fue el violoncello, un instrumento que abandonó pues se consideraba «demasiado blanco» para un negro como él. Bueno, ni tan negro, pues él mismo se describía así: «Soy mulato, soy de piel amarilla… apenas amarilla; no soy lo bastante blanco para dejar de pasar por negro, ni lo bastante claro para que me llamen blanco. Soy Charles Mingus, no tengo color…».
Compositor de piezas emblemáticas —acaso la más célebre sea «Goodbye Pork Pie Hat», dedicada al saxofonista Lester Young— y autor de discos y más discos que lo revelan como un creador original, inventivo y sumamente prolífico, Mingus nació muy cerca de la frontera de Estados Unidos con México, en Nogales, Arizona, un 22 de abril de 1922. Creció en el barrio de Watts, en Los Ángeles; luego se fue a Nueva York y formó parte de la escena que daría origen al llamado bebop. Las anécdotas acerca de su temperamento irascible abundan: era un tipo que podía ser intimidante y expresaba su genio lo mismo con actitudes agresivas que con música genial que, hasta la fecha, sigue siendo de lo más influyente en la historia del jazz. Fue creador de talleres musicales, activista contra el racismo y autor de una tremenda autobiografía donde narra sus años de sufrirlo en carne propia, Beneath the Underdog, que puede traducirse como Menos
que un perro.
Me entero de que recién apareció la nueva novela del muy apreciable escritor mexicano Daniel Saldaña París, quien ha tenido una estrecha relación con Cuernavaca: El baile y el incendio, finalista del Premio Herralde, cuyo argumento se mueve en aquella ciudad, la ciudad bajo el volcán, de Malcolm Lowry; la ciudad a la que fue a morir Charles Mingus y por la que se pasearon estrellas de Hollywood de antaño y que, según promueve la editorial Anagrama, «adquiere, entre la realidad y el mito, un especial protagonismo como un espacio cada vez más inquietante del que tal vez sea mejor marcharse mientras sea posible».
Y sí, Cuernavaca atrajo por razones diversas a artistas excepcionales. Claro, es inevitable citar al novelista Malcolm Lowry, pero también a Conlon Nancarrow, aquel compositor sui generis, estadounidense naturalizado mexicano, que pasaba buenas temporadas en Cuernavaca y que componía unas peculiares y complejas piezas para pianola que aún no han sido suficientemente valoradas. También se cuenta que Timothy Leary probó por primera vez los hongos alucinógenos en Cuernavaca. Y aparecen otros nombres de personajes que vivieron también ahí: Erich Fromm, Ivan Illich, María Félix, Diego Rivera, Arturo Márquez, Siqueiros y Tamayo. Y claro, está Mingus, quien, desesperado por su enfermedad, escuchó de un brujo morelense que con tratamientos alternativos podría curarlo de su terrible padecimiento. Además, Cuernavaca tenía un clima más que benigno que le vendría muy bien, así que llegó con su esposa Sue y se instaló en la calle Humboldt, aunque más bien llegó a morir ahí, pues el mentado tratamiento resultó fallido y Charles murió un año después de llegar a la ciudad.
Poquito antes de su mudanza a Cuernavaca, Mingus había estado en contacto con la cantautora Joni Mitchell, a quien se acercó para proponerle que musicalizaran juntos los cuartetos de T. S. Eliot, proyecto para el que la rubia se sintió rebasada. En cambio, terminó haciendo un disco en el que puso letra a algunas piezas instrumentales del compositor. El resultado fue tan maravilloso como medianamente comprendido, el disco llamado simplemente Mingus, en el que Joni se hizo acompañar de espléndidos músicos como Jaco Pastorius, Herbie Hancock, Don Alias, Wayne Shorter, Peter Erskine. Aunque lo mejor para conocer a Mingus es escucharlo directamente en las numerosas grabaciones que dejó desde mediados de los cincuenta y hasta principios de los setenta, y en las recopilaciones y rarezas que han sido editadas en años más recientes. Pithecantropus Erectus (1956), Tijuana Moods (1957), Mingus Ah Um (1959), Oh Yeah (1961), The Black Saint and the Sinner Lady (1963) y Mingus, Mingus, Mingus, Mingus Mingus (1963) son unas pocas de las muchas grabaciones recomendables.
Cierro con las palabras de Joni Mitchell escritas en la portada original de Mingus, el disco ya referido: «Charles Mingus, un místico musical, murió en México el 5 de enero de 1979 a la edad de cincuenta y seis años. Fue cremado al día siguiente. Ese mismo día, cincuenta y seis ballenas quedaron varadas en las costas mexicanas y tuvieron que ser removidas mediante el fuego. Ésas son las coincidencias que estimulan mi imaginación».