Cine / Juan José Arreola y su descenso al infierno de Jodorowsky / Hugo Hernández Valdivia

Cierra el volumen Narrativa completa, de Juan José Arreola (Alfaguara, 1997), un texto inédito. En él, el escritor hace el relato de la jornada que vivió como actor de Fando y Lis (1968), de Alejandro Jodorowsky (al que llama Alexandro el Sabio). Con ricos juegos de palabras y un uso gozoso del lenguaje oral, el texto es lúdico, de un humor sensacional (un humor que, justo es subrayar, no existe en la película), capaz de tender puentes lo mismo con Julio Cortázar que con Jaime López; ilustra de buena manera el singular estilo de trabajo del realizador y permite hacer un esbozo de la personalidad, no menos singular, de Arreola.

      Narrada en primera persona, la crónica inicia con la espera del escritor, a quien Jodorowsky habría de recoger, en su casa, a las siete y media de la mañana. Al cineasta, que llega muy tarde, no le hace gracia que el escritor vaya acompañado de su hijo, Orso. Los Arreola se unen a los seis pasajeros ubicados en los asientos de un Volkswagen que resulta ser un Opel. El viaje es incómodo y provee a Arreola de numerosos pretextos para el malestar: a la incomodidad por las limitaciones espaciales se suman la agorafobia y el hambre; posteriormente, la incertidumbre, porque salen de la ciudad y no saben exactamente a dónde van. La hipocondría de Arreola encuentra, así, un terreno fértil; el escritor, por su parte, tiene a la mano un pretexto para redactar una queja jocosa y memoriosa, pues las circunstancias le recuerdan un viaje familiar realizado en su infancia. Las incomodidades son paliadas, sin embargo, porque en el asiento trasero viaja una chica «blanca y rubísima». Al autor, que ocupa el asiento del copiloto, comienza a dolerle «el pescuezo de tanto voltear para atrás. Tonto: en el espejo retrovisor puedo contemplar a la rubia».
      Conforme la distancia crece, los males de Arreola se multiplican. Cuando están cerca, en medio de los reproches que se hace a sí mismo, decide descender y continuar a pie; solicita el apoyo de Orso, mientras en el automóvil los siguen. Cuando llegan a la locación, Arreola descubre un paisaje que no parece terrestre («un paisaje de Marte», le anticipa el cineasta) y una cantidad extraordinaria de cerdos. Jodorowsky le explica: «El galán de la película es un niño mimado, un idiota corrompido por el amor maternal. Ve puercos por todas partes. El Hijo Pródigo, ¿te das cuenta? Pero en vez de irse de viaje, se enamora y cría puercos en su alma […] Acometida por el Mal, fecundada por el Maligno, la pureza, bella como un arcángel, óyelo bien, la pureza pare puercos…».
      El galán es Fando (Sergio Kleiner), quien carga a Lis (Diana Mariscal, la rubia de marras) en numerosos momentos de la cinta y a lo largo de extensos trayectos, pues ella está parcialmente paralizada. En algún momento, con ella a cuestas, debe caer de rodillas y levantarse. Por problemas técnicos y humanos, del plano se filman cuatro tomas. Arreola comenta que no se explica de dónde saca fuerzas para continuar. (Del respeto y la admiración por el realizador, cabría anotar: Jodorowsky se los ganó en el teatro y en el cine, de ahí que sus actores soportaran dosis importantes de dolor). Posteriormente Arreola debe descender a una especie de cráter, donde se filmará la escena en la que él participará. Lo hace con dificultades y considera solicitar a Orso que le lleve su «alforja de libros, bombones y coñac», por si muere.
      Arreola aparece, con bombín, chaleco y saco, y un libro en la mano, en el tercer acto de la cinta. En la escena, que se repitió tres veces, se mueven como buitres alrededor de Lis, «linda rubita», tres personajes secundarios: el de Arreola (en créditos su personaje es designado como «Hombre elegante con libro»), el que interpreta Rafael Corkidi (quien aparece «ataviado de rabino irrisorio» y además tiene un rol importante en la producción: comparte el crédito de la cinefotografía con Antonio Reinoso) y el de Samuel Rosemberg (quien además es productor ejecutivo), que va vestido «de ave de presa». Frente a la cámara, Fando los incita a que acaricien a Lis. «Miren qué bella es», les dice; «miren qué suave es su piel, tóquenla con confianza». Detrás de la cámara, Alexandro el Sabio los dirige, los incita: «¡Quítenle la ropa! ¡Acarícienla! ¡Uno tras otro! Y tú… ¡no te defiendas! Ahora bésenla… bésenla en la boca…». Arreola añade: «Si me hubiera dicho: mátala, la habría matado ¿Por qué? Porque así estaba escrito».
      Arreola fue un histrión desde joven, desde sus años de formación y su paso por la escuela de teatro de Bellas Artes. Asimismo, solía mencionar que conoció a Louis Jouvet y que, a instancias suyas, pudo involucrarse en el medio teatral francés. Arreola hizo de Arreola un personaje. No obstante, la experiencia vivida en Fando y Lis superó al personaje-actor, lo puso en una situación para la que no tenía suficiente preparación. Cerca del final del texto confiesa qué fue lo que lo empujó a redactarlo: «Escribo para entender lo que ha pasado. De la angustia me despeñé a la euforia. No en vano Alexandro el Grande me llevó a un desfiladero». La experiencia frente a la cámara, la sensualidad de la situación, la cachondez real, explican hasta cierto punto las repercusiones de la escena, que lo dejó turbado. El cine de Jodorowsky es habitado por esperpentos (Fando y Lis, además, por los que ya aparecen en la obra teatral de Fernando Arrabal, en la cual se inspira), y si por lo general propone viajes de orden espiritual, la ruta es surrealista, árida, y demanda un gran derroche físico. Y si recogen historias, sus cintas dejan huella como experiencias. Es revelador, tanto para el espectador… como para el actor. (El cine de Jodorowsky, me temo, es un abuso de confianza —un abuso que, en un marco grandilocuente, hace aparecer algo verdadero— aun para actores con un bagaje sólido, aun para espectadores escépticos). Para Arreola las revelaciones se incrementaron en el encuentro, un poco más tarde, con Diana Mariscal, quien le perdonó el beso y le dio su número de teléfono. Tuvo su consecuencia en un sueño (¿o fue en la vigilia?) en el que telefoneó a la actriz «para que soñara conmigo, pero no me contestó» y en el que Virgilio lo llevaba al infierno. La escena en la que intervino lo llevó a un terreno frágil, ambiguo: no actuó (años después Jodorowsky anota ¿en serio? en un tuit: «Arreola tenía que besar a Diana Mariscal en Fando y Lis. Cuando lo hizo se quedó pegado a sus labios. Tuvimos que retirarlo a la fuerza»), por eso se siente culpable. Arreola concluye: «He tomado parte en un crimen, pero ni siquiera poseo el cuerpo del delito».

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