Carta a Raúl

Gabriela Botti

(Ciudad de México, 1964). Su libro más reciente es «Preámbulo de la luz» (Literalia Editores, 2003). Fue amiga de Raúl Padilla López.

En mi memoria no dejan de dar vuelta y vuelo estos recuerdos como lo hacen gorriones y petirrojos del otro lado de mi ventana.

El corazón se me enciende como una bombilla cuando pienso en nuestro viaje a Irlanda. Me habías invitado a acompañarte al viaje oficial para proponer a Irlanda como el país invitado a la FIL. Iban también la entonces directora Nubia Macias, Laura Niembro y Miriam Vidriales.

Recuerdo nuestra llegada a la Embajada de México en Dublín, donde fuimos amigablemente recibidos por el embajador Carlos García de Alba. Antes de partir yo había empacado con ilusión un libro, una antología de poesía irlandesa. Y ahí estábamos con Carlos, charlando y comentando los pormenores de las citas de trabajo que se llevarían a cabo los siguientes días. De pronto, una llamada telefónica y Carlos diciendo: viene para acá el poeta, el Premio Nobel de Literatura Seamus Heaney. La bombilla de mi corazón casi estallaba. Seamus Heaney era, de esa antología que llevaba en mi bolso, lo más preciado. Tenía incluso subrayado el poema de San Kevin y el mirlo.

Minutos después llegaría Heaney y se sentaría a charlar con el grupo. Tú, Raúl, siempre cálido y prudente, lo saludaste y le hacías preguntas. Yo daba saltitos de emoción en la silla. Seamus Heaney nos contaba de su anterior visita a México y trataba de recordar el nombre de un artista neerlandés que había conocido en ese viaje. ¡Jan Hendrix!, exclamé. ¡Sí! Sí, respondió el poeta, y así inició una plática amable y cálida en torno a la obra de Hendrix. Tú me observabas complacido sabiendo que yo estaba feliz. Te pregunté al oído si era prudente sacar de mi bolso el libro para que el poeta me lo firmara y con tu inigualable voz dijiste Por supuesto, linda, e hiciste una seña a Carlos para, con todo protocolo, pedirle a Heaney que me firmara el libro. El poeta, sonriente y paternal me preguntó que dónde quería la dedicatoria y le respondí sin dudar: ¡En el poema de San Kevin y el mirlo!, le dije, es mi favorito. Él respondió cariñoso: Es mi favorito también.

No te era ajeno que yo admiraba a Heaney, lo habíamos comentado cuando me extendiste la invitación a ese viaje. Pero no me dijiste nada sobre la presencia del poeta en aquella reunión. Veo ahora a la distancia que muy probablemente lo habías comentado con el embajador.

Finalmente Irlanda declinó la invitación por motivos de economía. El milagro para mí se había cumplido. Lo que hiciste para mí en lo exiguo lo has hecho para tu familia y para tu ciudad de forma descomunal. Nunca supe si yo te lo había agradecido lo suficiente.

Desde el dos de abril, Raúl, no hay día que mi corazón no se encienda y parpadee como una triste bombilla vieja

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