Cáceres, Extremadura, 1976. Uno de sus libros más recientes es ¿Qué hace el sonido de la noche en verano dentro de casa? (Editora Regional de Extremadura, 2023).
Llegamos aquí con las frambuesas. Diez. Peludas, membranosas, apretadas. Una en cada dedo como un capuchón de carne. Está lleno de piedras. Una niña me adelanta, acostumbrada a andar por la sierra. Nos bañamos en la poza. Su abuelo la esperaba a la sombra, luego la acompaña a casa caminando detrás, como un pastor.
¿Eres creyente? ¿Crees en Santa Bárbara? Ponte patatas primero y las migas después, y encima un torrezno. Te puedo contar dos milagros. La hierba, amarilla y húmeda, como sobre una grupa suave, y un macho cabrío gris con los cuernos retorcidos comiéndose las moras, aún verdes.
Todavía no viene la luz, estamos en la calle o asomados a los balcones.
Una libélula azul se posó en el dedo gordo del pie, hay murgaños en la superficie del agua, peces de todos los tamaños en apenas dos brazadas.
Al llegar a la encrucijada de los tres caminos, el de las moras va hasta el pueblo; es el más largo. En otro, moscas pequeñas se te meten en los ojos para poner los huevos y hacia la mitad, los robles juntan sus copas por el aire. El tercer camino atraviesa un arroyo, una explanada de helechos, un antiguo secadero y llega a un olivar.
Todos en el pueblo nos preparamos para el eclipse desde mucho antes, miramos al cielo con pedazos de cristal oscuro, gafas de plástico de dos colores, radiografías viejas. No recuerdo si vimos algo. Recuerdo la gran expectación.
*
en la cabeza un pañuelo
de seda naranja y marrón
eres
como una zíngara
almirez de oro
una raya
en cada párpado
un círculo
en la frente
al anochecer
regresan a sus dormideros del embalse
vuelan en uve y se llaman
unas a otras
con su canto
*
día del corpus
calor
las diosas se abanican
por debajo de la falda
y aunque pisen orgullosas
la menta
y el romero
gotas de sudor empapan sus corpiños
prodigiosina
pigmento
rojo en el pan
segregado por una
bacteria
prodigiosina
del color de sus medias sus zapatos bajo los cien
volantes de oro
*
el picor en la nuca el canto
de cortejo de las chicharras desde el abdomen
las hembras colocando sus huevos
en las ranuras
las ninfas
recién emergidas
cayendo
y cavando en el suelo
para chupar
la savia
viva
brotó ahí el primer jaral
florecido
*
íbamos a pedir rosas
deshojarlas y sumergir
sus pétalos
en el agua
de la fuente
íbamos a dormir juntas
a la casa
que correspondía
donde la madre nos despierta a medianoche
nos alisa
la melena
una a una
con un peine empapado en ese agua
y repite
la oración
íbamos de nuevo a nuestro sitio
junto a las demás
respiraciones
hacíamos como que éramos niñas humanas
*
ayer
la luna pasó delante del sol
lo tapó
pero yo no vi nada
hablaba con Teresa
del gusano que mata los geranios
los invade
escarba sus troncos los seca
por completo
una muesca en el sol de la tarde
un mordisco
la cabeza inmortal del demonio vaga eternamente
a veces muerde
se lo traga
resucita
hoy
sobre la hierba de la pradera
estaba posada una abubilla con su copete de plumas desplegado
¿me contaría también a mí de la reina de Saba y su magnífico reino
escondido?
*
Le pregunté si era un sueño o un recuerdo. Fuisteis hasta allí y trajisteis un bastón pequeño con cascabeles y cintas. ¿Sabes las sillas voladoras? También había. Manzanas de caramelo colorado cerca de la iglesia. Gente, niebla y cosas por el suelo. Como el día de las avellanas. Que caminamos desde el pueblo hasta la ermita y fuera vendían manos, brazos y cabezas de cera, y se lo llevaban a la Virgen y lo colocaban a sus pies. Luego te comías un puñado de avellanas recién recogidas, porque era el tiempo de las avellanas. Difíciles de pelar, había que tener maña.
Me he acordado de tu yegua blanca que no quiere comer y he presentido que había muerto. Los ojos de los caballos de las crines trenzadas. Había por lo menos cien. Y no tenían miedo. Un centauro se acerca con manto de estrellas, para camuflarse entre la nieve y la noche. Otros le siguen, con puntillas blancas sobre sus frentes y camisas que les cubren hasta abajo. Rojo y bullicio. Vienen de lejos estirando las manos y los brazos y abriendo mucho las bocas.
Fuente perenne, pozo de agua, oliva verde, paloma blanca, sol que refulge, estrella, aurora, rosa fragante, la que vence al invencible. Azucena. Una canción de flores blancas con un nervio marrón que recorre los pétalos.
*
lo llevaba
estando embarazada
de mí
en la mañana helada cerca del lavadero
un vestido fino
con mucho
vuelo
en tonos
morados
días de febrero
madre, desde su pueblo, emigró a la ciudad para estudiar
padre, desde su pueblo, emigró a la ciudad para estudiar
un cordel
con dos cascabeles en los extremos
cerrando el escote
en forma de lágrima
bajo el cuello
un vestido fino
con mucho
vuelo
en tonos
morados
días de febrero
para ir a pedir los chorizos
y los huevos
con los quintos
*
salimos
había
empezado
a nevar
luz de las farolas sobre el hielo de la fuente
cuajaba
lanzarnos nieve
resbalar
juntas
sobre el suelo de plata
cuajaba
caballos castaños se hunden hasta los lomos
levantan sus cuellos
mientras avanzan
*
yo me acerqué a un pino verde por ver si me
consolaba, cintas de tu moño, horquillas,
sombreros, arrodillao,
cruce, paseíllo y vuelta,
botellas
de anís, y el pino
como era verde, almirez,
calderos, cántaro, voz,
caña, retama, laúd,
pandereta, espino albar,
al verme llorar las hojas
de higuera al verme llorar
bandurria,
pandero
estribillo
lloraba
camelias
al verme
*
Pincha si te acercas y si te alejas. Pincha cuando te quedas; si te alejas se hace un desgarrón. Una mata de zarzamoras del tamaño del mundo. Todo verde, las vecinas te guían con sus voces, buenos días, buenas tardes, ya te vas, has vuelto ya.
En las pozas de agua transparente los tritones rompen el fondo con sus puños y te ahogan sus colas plateadas. Un remolino de tiempo, el perro olisquea por ahí, son demasiado grandes, demasiado azules, para una mente hecha de trigo y de minutos.
Una vez me tiré de la roca más alta. Bailé esa canción tocando una guitarra en el aire, junto a todos los demás. Mi cuerpo empezaba a cambiar dentro del bañador fluorescente de palmeras y piñas. Me quemé la pierna con el tubo de escape de su moto, y la ampolla, morada y circular, me daba vergüenza. La oculté. Tumbada sobre la roca miraba a mi madre aclararse el cabello en la cascada. Quiere salirse por la boca, la nieve, junto con los pelos y los dientes. Formaciones rocosas como campanarios, andando cuesta arriba. Ocre, casi dorado. Un corazón gris que no existe.
¡Nada tiene esto que ver con las cumbres nevadas! Pero está, allá arriba, y no sé si lo veo desde este lado del pueblo pero desde allí sí que podría verme, buscándolo.