Hablaré en ese idioma sonámbulo que,
si estuviese despierta, no sería lenguaje
Clarice Lispector
Boga en plena noche el navío de las palabras
(mariposas imantadas por la gravedad)
que a cambio de lágrima recibe un alfanje.
En medio de esa iluminación tan tenue,
avanzando entre las finísimas libélulas del alma,
y tan extraviado como lo fuera el arca de Noé
en el sueño alquímico del catador celeste,
navega a contrahílo, libremente, liviano
sabiendo que su tripulación de uno solo
(el almirante aquí se vuelve lingüista)
ajusta el sextante al rumbo del poema.
¡Quién como la letra —nao sin balasto—
para hacerse a la mar del durmiente
y sacar de la semilla el árbol entero!
De mascarón de proa —eslora del verbo—
luce un telar que fabrica seda sin el gusano.
Dársena de agua bendita, clarísima bahía
donde vientos astrólogos (vaya rosa náutica)
soplan huracanados, hasta desbaratarla,
sobre la trama del decir, la fina tapicería de las nubes.