Bocanada / Federico Jiménez

La voz se dobla en el abismo y se habla a sí misma. Es entonces que el verdugo recuerda a su víctima y que la droga traspasa el viento y se adhiere a las formas que no conocemos, y lo inanimado cobra vida. En aquellos años me gustaba el aroma subversivo del tabaco cuando se impregnaba en ese fluir de labios húmedos. Cada bocanada figuraba las musas de las artes, la belleza blanca de ese fluido me privaba del tosco resentimiento de culpa. Entonces, ya el mar se me dibujaba como una figura vertical desconocida, como un cuerpo etéreo de silueta vacilante. Todo y nada se me entregaba en aquel espectáculo iracundo del silencio. Era como si las palabras me suspendieran y viera mi alma infinita naufragando en el vacío hacia los senderos del placer.
    De cierta forma, la mujer se parece a las bocanadas del cigarro, pensaba, sin el error de la certidumbre. En sus cantos ahogados de sirena también se distingue el despido de las formas. Ante todo, la mujer es ondulante, móvil, o como tal se comporta. Imposible mirarla en una forma única que no nos desplace. Mirar a una mujer es mirar la hoguera que nos consume y ser humo.

 

 

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