Gentes derrumbadas sobre sillas de tijera. Adolescentes que doblan de pronto el cuello y dejan caer la cabeza a la voz de ¡duer ma sé!, con acento portugués. Cuerpos desmadejados. Mujeres a merced de cualquiera, abriendo las piernas en compás o mostrando un seno (después de todo están dormidas) y alguien que me dice: Jefe, ¿crees que puedes entrar en ese sueño? Tal vez, le digo, por los cuarenta pesos del boleto. ¿Entiende lo que estoy hablando?, pregunta Taurus. Tiene el cabello del Morfeo de Pierre Narcisse Guérin, pero no lo acompaña el arcoíris en forma de musa sobre un nimbo. Jefe, ¿sabes si el arcoíris guarda una vasija con monedas de oro?, me pregunta, mientras localizo mi butaca. En el cartel dice que Taurus te quita el alcoholismo y las ganas de fumar, que puede hacer que actúes como un perro, incluyendo los ladridos, o te sientas un gorrión. Taurus do Brasil lleva un saco rojo sobre una camisa roja en la que flota un dije con brillantes. Jefe, ¿crees que haya mujeres que se comporten como los arcoíris? ¿Cómo?, le digo. Sí, que haya mujeres como los arcoíris. ¿Por qué los maricones y las lesbianas usan el arcoíris, patrón, tiene algo que ver con los sueños?, y al momento de levantarse miles de coches en miniatura orbitan su cabeza. ¡Duer ma sé!, escucho que grita una hormiga instalada en mi caballito de whisky. Taurus sonríe al público cada que le hace una pregunta a la marioneta a su lado. Es tan divertido ver a una persona caminar, platicar, bailar, pero al acercarte un poco te das cuenta de que tiene los ojos cerrados, que ha hecho todo eso con los ojos cerrados. No sé de qué son los sueños, jefe, pero la otra noche soñé que me cogía a Kim Kardashian, que yo era el negro con la verga de veinte centímetros cogiéndome a la Kardashian por detrás. Taurus imita el sonido del hielo en un vaso de vidrio y se lo da al voluntario y el voluntario bebe como si fuera más real que una copa real. ¿Qué tendrá esa copa invisible, patrón, que el compa se la bebe tan a gusto? Le digo que alguien me recomendó tener pluma y papel junto a la cama, pero nunca entiendo lo que escribo, no entiendo la caligrafía de lo que escribo al despertar. Jefe, ¿con hipnosis puedo hacer que una chava se desnude?, ¿crees que puedo, jefe? Pero ya no respondí, porque tratábamos de escapar del incendio. Los voluntarios se contagiaban el fuego, pero Taurus estaba paralizado. Nadie podía despertar. Tronaba los dedos pero nadie despertaba. Betty era de las voluntarias y cuando la hipnotizaron gritó mi nombre varias veces, luego dijo que me amaba, pero estaba dormida. «Nos perdimos uno al otro en sueños», me decía, repitiendo una canción en alemán que habla de un hombre que busca los restos de su esposa entre las ruinas de la Atlántida. Pero Betty estaba dormida. Subí al escenario y traté de apagarla abrazándola, pero se desmoronaba gritando que me amaba. Fueron catorce cuerpos calcinados. También murió Taurus do Brasil. Esa noche caminé hasta un bar. Jefe, ¿no tiene unas monedas que me regale?, no he comido hoy, me decía aquel hombre. Vi que la franela que salía de su bolsillo era larga larga como la cola de una yegua nocturna.