Auf Deutsch

José Javier Villareal

Tecate, Baja California, 1959. Este poema forma parte del libro Retratos de familia, de próxima aparición en la editorial Vaso Roto.

Al estar hojeando La vida es sueño
me detuve en la descripción del caballo como una alegoría del amor.
Un batallón de soldados, un cuerpo de infantería, posó frente a una cámara.
Lo que el fotógrafo vio, lo que todos vimos, fue el contorno de un caballo,
la cabeza de un caballo en medio de la guerra.
John Donne habla de su cuerpo envuelto en una mortaja, unido apenas
por la frágil pulsera que rodea su muñeca;
pulsera, trenzada con los cabellos de la amada, que evita que su cuerpo se separe
deteniendo la corrupción de la carne.
Shakespeare cantó las andanzas de Cupido y nos explicó en verso cómo
[una dulce caricia
puede convertirse en una herida, en la escisión y desgarradura de unos colmillos,
en el torso del amado.
Recién me entero que Else Lasker-Schüler, que murió en Jerusalén, y que el gobierno
alemán le retiró la ciudadanía,
fue, por un período de tiempo, amante del poeta y dermatólogo Gottfried Benn.
Hay una carta donde Paul Celan le pide poemas a Nelly Sachs. Esta vivía en
[Estocolmo
a causa del régimen nacionalsocialista que imperó en su país.
Celan, le dice que la señorita Bachmann, la futura poeta Ingeborg Bachmann,
[se pondrá
en contacto con ella.
Paul Celan e Ingeborg Bachmann fueron, por un período de tiempo, amantes.
[Él murió
en Francia, ella en Italia;
él congelado en un río, ella calcinada en una cama.
Tuvo un pretendiente que murió en Israel. Este pretendiente, al término
de la guerra, como soldado británico, le tocó interrogar a la señorita
Bachmann.
Ingeborg Bachmann, en la primera y única página de su diario, así lo consigna.
En Canadá un músico se escondía en los interiores de su casa.
La casa estaba rodeada por un jardín al que le seguía un bosque, una barda
[de piedra
y un camino de grava.
Ahí, entre las once y las doce, él tocaba. Sus dedos se acompañaban de su mente,
y su boca tarareaba aquello que no debía escucharse.
Realmente no sé si tenía un gato, tampoco sé si tenía un perro, pero el gato
maullaba y el perro se mantenía echado muy cerca del piano mientras él
iba y venía del banquillo a la ventana.
El caso, es que Glenn Gould siempre posó en camisa. Las Variaciones se hicieron
[famosas,
los austriacos recibieron a Hitler, Thomas Bernhard escribió El malogrado y el joven
soldado británico, que interrogó a la poeta,
se enamoró al descubrir que compartían los mismos gustos literarios.
Sus caminos, pese a unas pocas cartas, jamás volvieron a encontrarse.
Benn, el autor de Morgue, y traductor de La tierra baldía, ingresó al partido nazi.
Fue expulsado, y se le prohibió publicar libro alguno. Su fama y reconocimiento
vendrían mucho tiempo después. Ya para entonces
había escrito ese poema donde se sacrifica, una a una, a pequeñas ratas, inocentes
e insaciables ratas, que se alimentaban de las entrañas de una joven mujer
que, sin explicación alguna, había muerto en un pequeño y oscuro motel.
La joven, que yo no conocí, se despidió al abordar un taxi. Habíamos pasado
la noche juntos; en otra ocasión cenamos y caminamos por el parque.
Eso fue antes de que yo leyera el poema en un libro que encontré en la mesa
[de novedades,
en la librería, frente al restaurante donde ella se despidió al tomar el taxi.
W. G. Sebald, el autor de la novela Austerlitz, y del poema en prosa Del natural,
quien viviera en Inglaterra dando clases en una universidad del interior,
escribió un ensayo donde puntualizó, según las normas de la guerra,
que no había esperanza para frenar el bombardeo sobre la ciudad de Dresde.
También escribió otro donde habla de la callada convivencia que suele imperar
entre los muertos.
El diálogo vendría después al tomar una taza de café, al llegar por la tarde
y descubrir la misma calma, la misma gente; los transeúntes fuera,
los parroquianos dentro.
Años atrás, Hans Magnus Enzensberger, escritor de otra generación, compone
El hundimiento del Titanic.
Estaba en Cuba, los sesenta terminaban; el amor y otras historias llegaban a su fin.
El poeta Heberto Padilla, ganador del Premio Casa de las Américas, premio
[que luego
se le retiraría,
tradujo el poema desde el poema mismo, ya que aparece como personaje,
como un fantasma que será exhibido y humillado
—fuera del poema— a principios de la década siguiente.
Las purgas sociales llevan sus aguas muy lejos. Las lavativas, la higiene bucal,
la paracentesis, busca el bienestar del paciente, pero los riesgos están ahí:
el aire acondicionado, la enfermera que te lleva a la salita donde un doctor,
con gran pericia,
ve, más allá de tu piel, a través de una pantalla. Hace la punción donde esta
[debe ocurrir.
Los días y las horas, los minutos y segundos, empiezan a drenar;
la mejoría es inmediata.
Finalmente, y años después, Herta Müller quien, como Nelly Sachs, se hizo
[acreedora
del Premio Nobel de literatura,
escribió un poema donde afirma que hay un hombre que habita en el café,
que es tímido y callado, que gusta de estar detrás de la puerta
y ve perros donde perros no hay.
En un poema de Kenneth Koch hay un invierno, una primavera, un día especial,
extraño y raro. La nieve no cae, pero es ahí donde Celan escucha el gruñido
y le da por beber leche en un cántaro que le pertenece a Sulamit,
aunque Margarete se lo haya prestado.
Eran amigas, pero dejaron de serlo.
Yo, en mi departamento, ceno un plato de frutas.
No encuentro muchos nexos, tampoco una clara moraleja. Sin embargo,
[lentamente,
y al paso de los años,
yo, que no entiendo alemán, me he ido enterando de todo.
Como ese joven creado por Heinrich Böll que, frente a su padre, juega con una
[moneda,
con el brillo y el peso de una moneda, con la furia e impotencia de una moneda
entre los dedos.
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