Aragoneses, Castilla y León, 1962. Su libro más reciente, en coautoría con el compositor Sergio Blardony, es Emparedada (Libros de la Resistencia, 2021).
Un buen día, ya no puedes estar sola si no tienes a alguien contigo.
No abres hasta que escuchas la consigna. El griterío en la calle.
Una voz en el rellano da contra la puerta.
De piso en piso.
Parpadeando la luz de la escalera.
Un golpe. Y ahora,
no hay miseria alguna
en la que pensar
cuando cruce el pasillo.
Hacia ti.
Más adentro.
Al caer como un cuerpo en el agua. Así rompes toda definición.
Hablo de cuando te miré. De cerca. También moriría por ti.
Cayendo contra el suelo. Como el jarrón. Súbitamente. Por el viento.
Por mi propia mano. El asa partida. Partido el vaso. Contra el suelo.
Cuando se desató ese viento. En el jardín. Arrastró dos sillas.
Íbamos a sentarnos a comer. Pero volamos. Antes. Sin proyecto.
De este modo, todo eso lo vi.
Desde un lugar inexplorado. A kilómetros de altura. Tocando casi el
[vacío. A nuestra espalda.
La descarga en los hombros. Por haber cada vez más vacío.
Que atrae. Que se nos come.
Pero esa era la alegría. La respuesta antes de darse. Esperando.
Como la consigna para entrar. También para salir.
Dicha la palabra. Todo su efecto. La ternura del acto.
Dicha la palabra. Desaparece. Lo que iba a prometer.
Era desde el cielo. Pude ver el jarrón. Rompiéndose.
La vida esperando este fin.
Y viene a darse a kilómetros de altura.
Aterida. Sin ya poder llegar a tiempo.
El jarrón roto como por una bala,
que diera en la frente.
Esa herida en el hueso
de mil astillas,
que me hubiera vertido
sobre la tierra.
En vez de aquí arriba
desde donde veo
cómo el jardín
se abre por la mitad
y cada parte cae a un fondo,
donde no hay respiración
ni calma, sin luz, la tierra de un jardín
sin contención, me refiero a sus raíces.
Tantos años aguardando este fin,
será tiempo perdido
la sucesiva demora
sin que llegue a cumplirse
y ya acabe.
Van cientos de muertes. Y el frío
que persigue al cuerpo.
Pero todo se lo quiere llevar
la misma esperanza.