Preparatoria 3 / 2012B
Aquel día simplemente despertó. Todo parecía tan normal, todo estaba en su lugar como de costumbre y aparentaba seguir su aburrida rutina. Incluso el sol parecía tan feliz como siempre en aquel cielo azul…
Sally bajó las escaleras medio dormida, la sala estaba anegada de sangre y los cuerpos desmembrados de sus familiares más queridos yacían en el piso. La sangre fluía aún. Había sido una masacre. Ni más estaba ahí, sólo ella sumergida en esa inmensa tristeza y esa desesperación, sintiendo cómo a su corazón se lo comía el odio.
Sally llamó a la policía para que investigara, pero a pesar de varios días de trabajo de los uniformados, nadie pudo darle razón alguna de los asesinos de su familia.
Unos años después, Sally terminó sus estudios en criminología y se propuso investigar sobre aquella masacre de su familia, pues la incertidumbre de no saber lo que había pasado seguía llenando su corazón de odio y carcomía su alma. Se sentía vacía, y tan fría como el hielo.
Obtuvo algunos datos, pero ni un indicio de que alguien ajeno a la familia hubiera entrado en la casa; en pocas palabras, nada tenía sentido. Desesperada, buscó ayuda paranormal, pero tampoco obtuvo nada.
Una noche, Sally no podía conciliar el sueño, era como si algo dentro de sí se lo impidiera. Por fin cerró los ojos y tuvo un sueño, en el que se veía a sí misma pero con una mirada siniestra. Le preguntó quién era y por qué estaba ahí, pero su gemela de mirada extraña no contestó, tan sólo se le acercó, la tomó por el brazo y le señaló un lugar a la izquierda. Sally vio las imágenes de aquel sangriento día en su antiguo hogar, mas de repente enfureció, pareció perder la razón y comenzó a gritar sin control, hasta que despertó.
Inquieta, pensó en buscar ayuda de un hipnotista para que la hiciera sumergirse de nuevo en aquel extraño sueño. Recurrió a muchas personas que había conocido durante sus estudios y finalmente le dieron los datos de un hombre. Sin pensarlo dos veces, se puso de acuerdo con él para verse e iniciar la sesión. La cita fue una semana después. Durante el transcurso de esa semana que le pareció eterna, Sally se la pasó en casa pensando en el sueño que había tenido y en lo que podía haber significado. Casi no comía ni dormía, no estaba del todo en sí misma, buena parte del día se sumía en sus deducciones.
Sally salió de su casa, despeinada, solamente se puso un poco de desodorante para intentar ocultar el mal olor que expelía, no había tomado un baño en toda la semana. Nada ni nadie le importaba.
No dijo ni un hola al hombre, únicamente se limitó a indicarle que hiciera todo lo posible para que ella pudiera adentrarse en el sueño. Aquel desconocido, extrañado por la actitud de su cliente, simplemente asintió con la cabeza. Sally hizo al pie de la letra todo lo que le indicó y rápido estuvo sumergida en su sueño, frente a frente con su gemela de extraña mirada. Le preguntó de nuevo quién era y qué quería. Aquélla le contestó con una voz tan tenebrosa que hizo que Sally sintiera un miedo que le congeló hasta los huesos:
-Yo soy… yo soy simplemente tú, tu parte fuerte, verdadera, tu complemento; tú sabes dónde encontrarme, siempre estaré ahí…
Despertó de inmediato y salió corriendo rumbo al lugar que hacía unos años fuera su hogar. Ahí estaba la casa, abandonada, casi en ruinas. Rápido fue a su dormitorio y se acostó en la cama, que extrañamente seguía en perfectas condiciones. A los pocos segundos se quedó dormida, sumergida en un llanto provocado por sus recuerdos.
En el sueño pudo ver de nuevo a su gemela, esta vez sólo le indicó a Sally que mirara hacia la izquierda, ahí pudo ver como en una pantalla algo distorsionada los acontecimientos de aquel día. Con lágrimas en los ojos y con desconcierto se dio cuenta de que la autora de la masacre había sido ella misma. Miró con rabia a la otra y le preguntó por qué había hecho eso, pero ella le respondió:
-Yo no hice nada, fuiste tú…
Sally despertó consternada, nunca se imaginó que la verdad sería tan cruel y despiadada, por lo que decidió acabar con toda esa maldad que tenía dentro. No lo tuvo que pensarlo dos veces, si todo estaba en su lugar, también lo estaría la pistola de su padre. Fue a la habitación y tomó el arma, sin sentir angustia ni duda se disparó en la cabeza. De esta forma pudo terminar con el asesino al que durante tanto tiempo persiguió: ella misma.