¿Se pueden comer las piedras y las rocas? / Carlos de Gredos

En un mundo acuciado por las urgencias, el poeta, el artista, se sigue preguntando por lo más necesario de su alimentación y de los que le rodean. Él fundamentalmente es un proveedor de recursos alimenticios imprescindibles para no morir de inanición. De qué nos sirve el cuerpo si no alimentamos al espíritu adecuadamente. Decimos espíritu y no alma, porque el espíritu y su derivada geométrica la espiral están, o deberían estar, en continuo crecimiento.

     La pregunta planteada es pertinente u obedece más bien a una provocación premeditada. El alimento es una cuestión muy seria como para tomárselo a la ligera. La respuesta será interesante dependiendo de quien la conteste. No se puede descartar ningún matiz y el más importante es por supuesto el figurado, el sentido figurado, no en vano a un hablante de cualquier lengua le cuesta alrededor de veinte años aprenderlo con soltura. Luego desde un punto de vista paisajístico, de caminante, de labrador de entramados poéticos, de amante de majanos, de los brazos de un escultor, de la lluvia que besa los siglos, del hielo que no admite infidelidades anuales, de las manos pequeñitas, de los tiradores del salto de la rana, de los líquenes protectores, de los musgos que añoran su entrada en los museos, de todos los que algún día llevaron una chinita en sus zapatos y eso sirvió para que su memoria se anclara a un lugar determinado, desde un lugar de nacimiento, se puede y se debe empezar a comer desde la más tierna infancia, para que cuando lleguemos a la edad adulta la digestión la hayamos hecho sin castigar a nuestros jugos gástricos.
     Cuando éramos pequeños, en la escuela, nos enseñaban que la naturaleza se dividía en dos reinos, el animado y el inanimado, es decir, las piedras no tenían ni corazón ni alma. Qué diría Leonardo y su lógica hilozoísta. Llegados a estas alturas de siglo y con las ondas gravitacionales modulando el espacio y el tiempo, sabemos y nos alegramos de que en todo anida el alma, esa anima mundi de la que también nosotros formamos parte. El alma de todo es lo que necesita comer primero el poeta, el artista, para dársela de comer a los demás como una oblación a los dioses que somos y que nunca deberíamos haber dejado de ser. No obedece a una casualidad, sino más bien a una causalidad, que en dos territorios tan alejados como el griego y el mexicano, la palabra para denominar a lo más sagrado sea la misma, Teo o Teós. Esa Alma que nos une a todos y de la que somos partícipes es de la que debemos beber y comer para estar bien alimentados.
     El arte no se alimenta de otra cosa que del alma de la Madre. Si se nos permitiera por una vez ser filólogos más allá de la academia, podríamos escribir que alma significa de madre, al del árabe de y ma el apócope de madre. Por el hecho de nacer tenemos alma, todo lo que nace o ha nacido tiene alma, por eso pensamos y sentimos que las piedras y las rocas también participan del alma de la Madre. El arte bucea en el pozo de los siglos pasados y futuros y del cual es de donde se alimenta para hacernos visible lo invisible. En esas aguas es donde vive nuestra Madre y a la cual llegaremos al morir-nacer a la salida del laberinto que es la vida.

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