Si no le parece mal, Monsieur Teste, me gustaría saber cómo ve su trayectoria como escritor.
Mire, joven, he perdido, en los últimos años, casi todo: el cuerpo, la agilidad mental, la habilidad de sonreír socialmente y otros equívocos que atañen a nuestra profesión. No sé qué más decirle.
¿Lee todavía?
En este momento, he vuelto a Tucídides y su Guerra del Peloponeso. Es mi manera de perder majestuosamente el tiempo, de quedar a merced de lo que me atormenta sin razón y con razón.
¿Qué libros les recomendaría a los jóvenes?
Los mejores libros son siempre aquéllos en los que el lector se va. Se va a escribir, naturalmente.
¿Y qué repercusión espera de su obra?
Ninguna. A decir verdad, me considero un escritor ínfimo, que apenas alcanza a detestar, en su conjunto y sin matices, todo lo que sigue al acto mismo de la escritura.
¿Algún defecto que haya podido detectarse?
Muchos. El peor es la insistencia en escribir. Supongo que lo hago porque sé que pocos me leerán, y no enseguida, y por ende, no me veré obligado, como ahora, a explicar los disparates que digo, uno tras otro, o en el orden que sea.
¿Cosas que le desagradan?
Me repugna la exaltación del margen. Como criterio literario, prefiero las obras no del todo infieles al parto nocturno de los griegos.
¿En qué sentido?
En todos.
¿Títulos de posibles obras futuras?
Manuscrito hallado en un cerebro.
Novela sin intriga.
Retrato musical de Auguste Dupin.
Para terminar: ¿qué opina de la tríada hablar, escribir, existir?
Perdón, joven, eso no es una tríada, es una verdadera trinidad. Una trinidad falaz, que promete desconciertos, pero trinidad al fin. Déjeme decírselo como lo hubiera dicho Poe: Las palabras, como las imágenes, son sepulcros animados. Uno ejercita, en ellas, ritos de resucitación. Entra a escondidas en panteones y deambula entre los huesos para ver si puede hacer salir el sol en París.
No entiendo.
Yo tampoco, no se preocupe. Sólo piense que, en los tres casos, uno no se mueve hacia delante sino hacia atrás, donde están los teatros traumáticos que ayudan a iluminar las ruinas venideras. El único discurso legítimo es la pérdida. La única intransigencia: la infancia. La única certeza: la invisibilidad del presente. Cualquiera que tenga un ojo fanático como yo podrá apreciar allí a ese animal que somos, espléndido en cenizas. Sabrá también que su carencia real engendra su riqueza imaginaria. Por lo demás, se trata de tres verbos que respectivamente constan de seis, ocho y siete sílabas. Un pequeño cambio en las letras y, como siempre, eso basta para que todo cambie y nada cambie. El círculo siempre termina donde empezó. Lo demás es Literatura.
¿No son sus pensamientos demasiado oscuros?
No lo creo. A veces, me pregunto cosas, nada más: cuántas vidas llevo ya vividas; en cuáles aprendí, de veras, algo; y hacia dónde ahora quiero no ir. Notará que sólo la última proposición apunta hacia el futuro. Por lo demás, siempre estuve a favor del progreso de las almas y a todo le digo que sí, inclusive a la incómoda noche de Nadie, que incluye la política y las heridas de la acción.
¿En qué está trabajando ahora?
En mí mismo. Quisiera poder hacer una vivisección de mi presa más honda (yo) y salir de nuevo al mundo plantado en medio de la vida, como un viajero sin añoranzas ni remordimientos, con el volumen muy roto.
¿Algo que agregar?
Sí, me gustaría conocer al rosicruciano Erik Satie. Siempre me lo imaginé encerrado, entre miniaturas, construyendo un silencio para su simpático perro.