Amor de Luna llena* / Amelia García Alejo

Taller Luvinaria_CUCEA-UdeG

La Luna llena brillaba, plateada, en lo alto del oscuro cielo. Rathiel estaba recostado sobre el césped, a orillas del lago, mirando la luna. Era tan bella. En noches como ésa, Rathiel solía ir allí a meditar. El murmullo del viento entre los árboles como un suave arrullo, acompañado por el croar de las ranas, el canto de los grillos, el lejano ulular de alguna lechuza y la hermosa danza de las luciérnagas, hacían de aquel lugar un paraíso nocturno y el lugar preferido del elfo. Pero esa noche, la Luna le tenía preparada una sorpresa.

Aidith jamás se había considerado una chica normal, y lo cierto es que no lo era. Desde hacía ya tres años había descubierto que era diferente. Tenía que controlar sus emociones, cualquier falla y todo podría quemarse. Cuando tenía quince años, en medio de una humillación en la escuela, se había enojado tanto que un aura roja había comenzado a rodearla, mientras sus ojos color miel se tornaban rojizos. Antes de que pudiera darse cuenta, el escritorio frente a ella estaba envuelto en llamas. Desde entonces sus compañeros la llamaban “fenómeno”, y ella había optado por no socializar con nadie e ignorar las burlas. Detestaba ser diferente y, sobre todo, odiaba la sensación que esto le provocaba.
    A las afueras de la ciudad donde vivía se encontraba un lago colindante con un bosque, al que solía ir para pensar y tratar de aprender a controlar sus poderes de fuego. La Luna llena miraba su reflejo en el oscuro lago, mientras iluminaba el cielo con su brillo plateado. Aidith caminaba por la orilla del lago, cuando un resplandor dorado llamó su atención. Caminó hasta el lugar de procedencia de aquel extraño resplandor, con la curiosidad armándola de valor. Era una enorme roca con extrañas letras grabadas en ella la que emitía aquel brillo. Aidith levantó una mano y la acercó a la roca lentamente. Cuando sus dedos rozaron la superficie roñosa, perdió el conocimiento.

Un resplandor dorado emanó de la roca que estaba junto al lago, desapareciendo con la misma rapidez con la que había llegado. Rathiel, asombrado, se puso en pie de un brinco y se acercó sigilosamente a aquel lugar, preparado para cualquier cosa, incluso para una pelea con algún demonio. Cuando estuvo a escasos metros de la roca, se sorprendió al ver a la chica que yacía inconsciente sobre la hierba. Se acercó a ella sin pensarlo, casi como un acto reflejo. Se inclinó sobre ella y le tomó el pulso, comprobando que era regular. Sintió un gran–y extraño– alivio al saber que no le había pasado nada. La observó detenidamente. Era una mujer muy hermosa: esbelta y pelirroja, de labios carnosos con un ligero y tenue color rosa. Su piel bronceada era cálida y suave al tacto; pasó el dorso de su mano por la mejilla de aquella chica. Ella abrió los ojos de pronto y él se quedo estupefacto, mirando sus ojos color miel.

Aidith sintió que alguien le tocaba el rostro, abrió los ojos y vio al chico más hermoso que sólo podía existir en su loca imaginación. Había dos posibilidades: la primera, estaba soñando; y la segunda, estaba muerta. Un chico como él no podía ser real. Era tan… ¡guapo! Estaba inclinado sobre ella y había dejado de acariciarle el rostro en cuanto había despertado. Sus ojos grises la miraban asombrados y curiosos, mientras su melena plateada le caía a un lado del rostro, rozando la hierba.
    –¿Te encuentras bien? –le preguntó el chico. Su voz era grave y, ella así lo consideraba, irresistiblemente seductora. Recordó que tenía que responder.
    –Eso creo –dejó de mirar aquellos ojos grises que la habían hipnotizado, para mirar a su alrededor. ¿Dónde estaba? Se incorporó hasta quedar sentada sobre la hierba y siguió estudiando el ambiente que la rodeaba. 
    Miró la roca con extraños jeroglíficos y recordó que había rozado su superficie antes de desmayarse. ¿Cuánto tiempo había permanecido inconsciente? ¿Cinco minutos? ¿Diez? ¿Quince? Tal vez horas, no lo sabía. Vio las luciérnagas revoloteando sobre el lago; no recordaba que hubiese luciérnagas en aquel lugar antes de que perdiera la conciencia. Estudió con más atención el lugar y se percató de que ése no era el mismo sitio en el que había estado en un principio.
    Rathiel, por su parte, la miraba curioso. Ella era rara, no tenía orejas élficas, entonces, ¿sería una humana? Si era así, debía acabar con ella cuanto antes. Los humanos, aparte de los seres de las sombras, son los seres más peligrosos para el mundo mágico. Los humanos son seres mezquinos que utilizan cualquier excusa para destruir todo aquello que consideran una amenaza, incluida la magia. Sí era así, sería una lástima destruir a un ser tan hermoso como ella, lo lamentaría de verdad. Algo en ella lo atraía, no se parecía a ninguna otra chica que hubiese visto antes. Parecía tan indefensa y falta de amor. Quería protegerla. Pero si era humana, como miembro de la Guardia de Élite Real de los Altos Elfos debía cumplir con su trabajo: erradicar toda amenaza para los Altos Elfos y el mundo mágico.
     –¿Cuánto tiempo permanecí inconsciente?
    –Escasos dos minutos –respondió Rathiel encogiéndose de hombros.
    –¿En dónde estoy?
    –Nendra –la joven lo miró confundida. “Tenía que ser humana…”, pensó el elfo–. Es la región donde los Altos Elfos habitamos…
    –¿Elfos? –le interrumpió, y acto seguido se carcajeó estrepitosamente. “¿Qué le pasa?”, pensó una vez más el elfo.
    –¿Qué te causa tanta gracia?
    –El-f-fos –respondió entre risas. Rathiel la miró exasperado–. ¿Me estás diciendo que eres un elfo? –preguntó riendo todavía. Él asintió. Ella rió histéricamente. “Aparte de humana y loca, escéptica”, pensó Rathiel mientras ponía los ojos en blanco y resoplaba–. Okay, esto es un sueño muy raro –dijo en voz alta para sí misma–. En cualquier momento despertaré y volveré a la realidad, sólo debo esperar…  –cerró los ojos fuertemente y apretó los labios, con las manos cerradas a los costados, esperando despertar.
    –No es un sueño –dijo Rathiel cruzándose de brazos. Aidith abrió un ojo.
    –¿Por qué no despierto?
    –Porque no es un sueño –repitió el elfo.
    –Claro. Entonces estoy en… ¿cómo dijiste que se llama este lugar?
    –Nendra…
    –Oh, sí. Estoy en Nendra, lugar donde viven los…
    –Altos Elfos…
    –…los Altos Elfos. ¿Y ahora qué? ¿Saldrá una sirena del lago?
    –Puede ser… –Aidith abrió los ojos desmesuradamente. Rathiel se estaba divirtiendo mucho.
    –Okay. En serio, dime quién eres y en dónde estoy.
    –Ya te dije. Estás en Nendra y yo soy un elfo –Aidith lo miró a los ojos. Estaba tratando de detectar una pizca de mentira en aquellos ojos, pero no hallaba nada.

Bien, suponiendo que él esté diciendo la verdad… ¿Pero qué demonios estoy diciendo? ¡Es obvio que esto es una broma! Y una de muy mal gusto, por cierto. Tal vez es un loco que se escapó de algún psiquiátrico. Debo hallar la manera de escaparme de él y regresar a casa, pero ¿cómo?”. Rathiel observaba atentamente a la chica pelirroja. Tenía el ceño fruncido y era obvio que estaba sumida en sus pensamientos. Le divertía lo escéptica que era. ¿Los humanos habían dejado de creer en la existencia de los seres fantásticos? La sola posibilidad de que ella pudiera regresar a su mundo y comentar lo que había visto, los ponía en grave peligro. Pero si todos eran tan escépticos como ella, era posible que no le creyeran. Si era así, mejor para ellos. Aunque ese hecho no la salvaba de una muerte segura.
    –Bien, supongamos que te creo… ¿Cómo sé que no me estás mintiendo? –Rathiel
levantó una ceja y sonrió. “¡Oh, Dios!, creo que me va a dar algo. ¿No se da cuenta de que es extremadamente sexy?”, pensó Aidith.
    –Tengo orejas élficas, eso es una prueba de que no te miento –Aidith ladeó la cabeza y se cruzó de brazos. Observó a Rathiel atentamente durante unos segundos, levantó las cejas con asombro cuando se vio la punta de las orejas élficas abriéndose paso hacia el exterior entre la espesa y lacia melena plateada del elfo. “Cierto, ¡sus orejas son largas! Entonces… ¿no me está mintiendo? ¿No es una broma? Puede que sea una caracterización… ¡Ahh! ¡Maldición! Odio estar en un dilema… Aunque pensándolo bien, ningún chico llevaría el cabello largo hasta la cintura, y mucho menos de color plateado…
    En ese instante varias cosas pasaron a la vez: algo la empujó, haciendo que cayera hacia atrás, al mismo tiempo que sentía un arañazo en la pierna; el rugido ensordecedor de alguna bestia resonó por todo el lugar. Rathiel estaba entre ella y una especie de animal raro: tenía la piel como la de un reptil y sus ojos ambarinos iban de ella al elfo y viceversa.     Aidith miró el arañazo de su pierna, estaba sangrando mucho. Pero esa “cosa” era lo que más le preocupaba en esos momentos. Rathiel convocó una ráfaga de aire y mandó a volar al extraño animal, pero éste se incorporó rápidamente y escupió un ácido verde que Rathiel esquivó con facilidad. La bestia se movió ágil hacia donde Aidith estaba, pero el elfo bloqueó su camino. Aidith estaba tratando de controlar el miedo que sentía, éste no era el mejor momento para crear un incendio forestal. Rathiel encerró al animal en una esfera de agua, provocando que se ahogara. El elfo se acercó rápidamente a donde Aidith estaba sentada. Ella tenía la pierna cubierta de sangre y había adoptado un tono pálido. En ese instante los rayos de Luna iluminaron a Aidith y algo mágico pasó. La herida cicatrizó y sólo quedó la mancha de sangre. Su piel volvió a adquirir su tono bronceado y sus orejas se alargaron hasta adoptar la forma de los elfos. Sus ojos color miel adoptaron una forma rasgada y se volvieron un poco más oscuros, casi marrones. Sus rasgos faciales se definieron más, propios de la raza élfica. Rathiel abrió los ojos desmesuradamente al ver el cambio de la chica. ¡Era una elfa! Pero ¿por qué estaba en el mundo de los humanos? ¿Cómo había ido a parar allí alguien como ella? Aidith se estremeció al ver que su herida había cicatrizado.
    –¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así? –preguntó al ver la expresión del elfo. Ella no parecía haber notado algún cambio en su físico.
    –Es que… cambiaste…
    –¿A qué te refieres?
    –Es mejor que lo veas por ti misma. Mira tu reflejo en el lago –Aidith frunció el seño, no entendía nada. Hizo caso a lo que el elfo le decía y se acercó al lago. Vio el reflejo de una mujer muy hermosa. Una mujer que no era ella, ¿o sí lo era? Tocó su rostro y sus “nuevas” orejas. No lo podía creer. Estaba asustada y sorprendida.  No sabía que creer. Esto parecía más un sueño que una realidad. ¿Cómo había cambiado tanto? Era gracioso asimilarlo, ya que parecía una ironía. Minutos antes había dudado de la existencia de los elfos y seres mágicos y ahora formaba parte de ese mundo.
    –¿Qué me pasó? –preguntó al fin.
    –La luz de la Luna provocó el cambio… –respondió el elfo.
    –La luz de la Luna… –repitió en un susurro Aidith–. ¿Eso significa que no soy humana? –preguntó, mirando sus orejas en el reflejo.
    –Así es… Lo que me pregunto es cómo fuiste a parar al mundo de los humanos…  –Aidith lo miró–. ¿No tienes algún recuerdo extraño?
    –No. Sólo…
    –Sólo… ¿qué? –Aidith dudó en si decirle o no sobre sus poderes de fuego. Al cabo de unos segundos decidió contarle.
    –Bueno, es que… tengo poderes de fuego –confesó sonrojada.
    –Interesante… –Aidith se sorprendió.
    –¿Interesante?
    –Las elfas de fuego no son muy comunes… –respondió Rathiel encogiéndose de hombros. El que ella tuviera poderes de fuego la convertía en una mujer sumamente atractiva para     Rathiel. Si de por sí como humana le parecía extraordinariamente bella, ahora como elfa, más.
    –Bueno, y ¿qué haremos ahora? –Rathiel lo pensó por un minuto.
    –Sentémonos a ver la Luna –dijo al fin. Aidith lo miró confundida.
    –¿No deberíamos estar investigando sobre mí o algo así? –Rathiel sonrío.
    –No… ahora sólo quiero admirar a la Luna en compañía de una hermosa elfa… – Aidith se sonrojó. Rathiel se sentó en un lugar alejado de la orilla del lago con la vista hacia la Luna.     Aidith lo imitó.
    –Es hermosa, ¿no crees? –preguntó el elfo momentos después.
    –Sí…
    –Tú también eres hermosa…
    –¿Qué…? –Aidith se sonrojó una vez más.
    –¿Cómo te llamas?
    –Aidith, ¿y tú?
    –Rathiel. Tienes un bonito nombre.
    –Gracias.
    Se quedaron en silencio durante unos momentos más. Entonces, sin pensarlo más tiempo, Rathiel tomó entre sus manos el rostro de Aidith y la besó. Aidith no sabía qué hacer al principio, pero poco a poco sus labios empezaron a acoplarse con los de Rathiel. Enredó sus dedos en el cabello del elfo, mientras el beso que al principio había sido lento se tornaba apasionado. Dejaron de besarse y se miraron a los ojos por un largo minuto. ¿Cómo podían estar experimentando esos sentimientos el uno por el otro cuando aún no se conocían? Sin duda había sido obra de la mágica Luna. Aidith sonrió y se fundieron en un intenso beso una vez más. Y ella pensó que tal vez, y solo tal vez, por fin había encontrado un lugar en el cual encajar, sin rechazos ni burlas. Mientras que para Rathiel ella era la mujer por la cual podría darlo todo. El pasado de Aidith y todos los demás problemas podían esperar, lo único que ahora importaba era que estaban juntos, disfrutando del comienzo de un amor bajo una plateada Luna llena.

 

*  Este cuento ganó el Primer Lugar en el III Concurso de Poesía y Cuento convocado por el Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas (CUCEA) de la UdeG, Amelia García Alejo estudia el tercer semestre de la Licenciatura en Turismo en ese centro universitario. 

 

 

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