Algunas reflexiones morales (a partir de Eugenio Montale) / Raúl Olvera Mijares

La soledad de un viejo a sus 80 años, que se entusiasma —a esa edad es difícil decir se enamora— de una joven mujer, sensible, como él amante del arte y de las letras. Apartado del mundo aunque no excluido, el viejo poeta, titubeante, vuelve a arriesgar la pluma, compone piezas entre la lírica y la prosa que abordan todos los temas: la nostalgia del pasado, naturalmente, pero también diversos caracteres de la realidad y, sobre todo, la lamentable postración de las letras que, al recibir mayor impulso por parte del Estado, se vuelven completamente hueras en manos de artistas-funcionarios.
    Todas las piezas están dirigidas a su musa, casi una serie de breves epístolas censorias. El estilo de estos prácticamente «poemas en prosa» evoca al último Borges y a nuestro nunca suficientemente ponderado Julio Torri, maestros de la prosa con deslices por el verso. Casi tan notable, o incluso más, es hallar un poeta con inclinaciones prosísticas —y no por el ensayo, como en el caso de Paz, Milosz o tantos otros, sino con intenciones muy cercanas a las de la narrativa.
    Dos libros, Ossi di seppia (1925) y Diario postumo, 66 poesie e altre (1996), son las columnas entre las cuales se levantan poesías del más alto valor formal y una prosa poética de carácter proteico, en medio de las cuales se extiende ese territorio, de rico casi insondable, que es la vida y la obra de Eugenio Montale (1896-1991), uno de los pilares de la poesía italiana del siglo xx, junto con figuras tan señeras como Ungaretti, Saba y Quasimodo.
    Diario póstumo, 66 poemas y otros reza el título de la versión en español realizada por María Ángeles Cabré, quien pasa revista a las minucias anecdóticas en torno a la publicación del volumen. Precisamente por su cercanía de fausses sœurs, es más ardua de lo que se cree, y tanto más meritoria, la tarea de traducir del toscano al castellano.
    Y a pesar de que Cabré declare de entrada su intención de transmitir el sentido —con efectos expresivos similares— más que calcar las meras palabras, no por ello se sustrae a la tentación de emular esa elegante literalidad que entraña una versión del italiano. El primero y el segundo Renacimiento españoles se encargaron de hacer de la lengua de Dante y Petrarca, respectivamente, el modelo al que tiende el castellano cuando quiere, aún hoy, gastarlas de culto.
    Entre 1969 y 1981, a poco más de un decenio de su muerte, Montale —genovés de nacimiento establecido en Milán— sostuvo trato y correspondencia con una señorita treintañera, Annalisa Cima. A su muerte sería precisamente ella la encargada de transmitir su legado al mundo, entregando a la imprenta —en sobres de seis piezas— el diario de Montale, a lo largo de 11 años consecutivos.
Algo más tarde, en 1991, Mondadori publicaría Diario postumo, 66 poesie, si bien no fue el primero —una fundación suiza ya se le había adelantado, cumpliendo el deseo expreso del autor, aunque en tirajes puramente simbólicos. En 1996, a las 66 piezas vendrían a sumárseles otras, conformando la versión final del volumen.
    Curiosamente, la versión completa de las obras de Montale, publicadas también por Mondadori en su colección I Meridiani, en el volumen consagrado a Tutte le poesie, no incluía naturalmente este legado para la posteridad. La edición en cinco tomos a cargo de Giorgio Zampa es, por otra parte, de una pulcritud sin parangón en Italia, émula sólo de La Pléiade francesa.
    El término poemas no deja de ser una manera conveniente de zanjar la dificultad de la clasificación en el caso de estas pequeñas obras maestras. Poemas, pues habían salido de la pluma de un gran poeta galardonado con el Nobel en 1975, que le valió el reconocimiento internacional —el nacional lo había obtenido casi 10 años antes, cuando la República Italiana le otorgó el título vitalicio de senador.
    En realidad, como el mismo Montale confesaba en sus cartas a Annalisa, su capacidad para el verso —a diferencia de su admirado Yeats, capaz de componer en la vejez algunas de sus mejores obras— había disminuido, según él, en forma drástica, al grado de hacerlo dudar si volvería a escribir.
    En el libro se encuentran poemas, si bien escasos, tan redondos como gotas de agua —tanto por el dominio del ritmo cuanto por el léxico—, al lado de textos en prosa, si bien dispuestos en forma cortada a la manera del verso, de índole y temperatura variables, desde reflexiones sobre el carácter espurio de ciertos poetas hodiernos, hasta cuasi ficciones repentinas y textos más bien censorios.
De Huesos de jibia a Diario póstumo hay un gran salto: es la distancia que separa el llamado «hermetismo» de la vena más prosaica y prosística del último Montale. Ante el futurismo de un Quasimodo, el oficialismo de un Marinetti y la literatura comprometida de tantos —preconizada por Jean-Paul Sartre—, Montale, junto con Ungaretti, responde con los temas apacibles, estereotipadamente poéticos, de exaltación por la naturaleza, como en el caso de estos poemas sobre la jibia, un cefalópodo, pariente del calamar, provisto de un hueso en su centro, que las aguas del Mediterráneo no se cansan de escupir a los litorales de la Liguria.
    Montale, el poeta viejo no enteramente olvidado del mundo, aunque de ningún modo ciudadano de él, ve con ojos de escepticismo a los jóvenes trepadores, gli arrampicatori, que se las dan de poetas.

    Ancora si crede che scrivere
    poesia sia un fatto d’elezione.
    Ed è di moda fare lo scrittore,   
    esserlo nell’aspetto, nella voce,
    come se certe regole fossero
    di rigore, senza salir le scale
    usano l’ascensore.
    Ma a che serve, se sono
    sprovvisti di motore?
    Vedo un tale vuoto:
    è il trionfo del brutto,
    degli stolti mascherati
    da seri pensatori. Assistiremo
    a lungo a questi orrori?

    En versión de cuño propio (yo me gano el pan como traductor) y a renglón seguido, restituyéndole así su carácter de prosa: «Aún se cree que escribir poesía es algo que se puede elegir. Está de moda ser escritor, serlo con el talante y la voz, como si ciertas normas fueran de cajón, tomar el ascensor sin necesidad de escaleras. ¿De qué sirve si carecen de impulso propio? Veo un gran vacío: es el triunfo de la fealdad, de los necios disfrazados de profundos pensadores. ¿Hemos de presenciar por largo tiempo estos desmanes?».
Los creadores sin escrúpulos, los que casi imberbes reciben estímulos, que debían estar reservados para los más aviesos, quizá no grandes en años sino grandes en alcances estéticos, a ésos son a los que alude Montale en varios lugares de su librito. Al parecer, la situación italiana en los años setenta no era muy distinta de lo que hemos estado viendo en México desde los noventa. Las becas de creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes se las llevan, en ocasiones, individuos que lo único que han hecho es ponerse al servicio de funcionarios, a veces correspondiendo a los apoyos recibidos hasta con favores físicos.
    Lección no sólo de estética —pasar del formalismo más purista a las formas más abiertas y resbaladizas de la prosa—, sino de ética, es la que imparte Eugenio Montale. A semejanza de él, muchos poetas e insignes pensadores se han quejado del flagelo que representan aquellos que hacen profesión de artistas e intelectuales y no buscan otra cosa más que medrar a costillas de los otros, de todos, porque finalmente las bequitas y las prebendas se pagan con dinero del pueblo, dejando en la orfandad a los verdaderamente necesitados.
    Valga otra pieza de nuestro poeta para ilustrar esta curiosa reseña cum catilinaria:

    Telefoni per ricordarmi
    d’aver detto che il Nobel
    dev’essere rifiutato, perché
    non sempre è dato al migliore.
    Forgive me, lo accetto per paura.
    Un cospicuo compenso non offende,
    al contrario diffende dalle insidie
    della svalutazione. Non attenderti
    gesti di coraggio da un vegliardo.
    I riconoscimenti giungono
    sempre in ritardo, quando sembra
    inutile anche un titolo ambito.
    Il tempo degli eventi
    è diverso dal nostro.

    «Llamas por teléfono para recordarme haber dicho que el Nobel debe rechazarse, pues no siempre se da al mejor. Forgive me, lo acepto por miedo. Una notable compensación no ofende, al contrario, previene contra la tentación del desprecio. No esperes de un viejo gestos de valentía. Los reconocimientos llegan siempre con retraso, cuando parece inútil incluso un galardón ambicionado. El tiempo de los acontecimientos es diferente del nuestro».
    El verdadero poeta pide incluso perdón por aceptar un premio. Con el agua hasta el cogote, duda incluso de la propia obra, le insidie della svalutazione, las asechanzas de la devaluación, del desprecio de lo hecho tanto a sus ojos como a ojos ajenos. Los premios —los artistas humildes lo saben— sólo por azar recaen en aquellos que tienen los méritos intrínsecos. Y eso cuando la edad vuelve casi imposible la alegría o, al menos, la menoscaba.
    El artista auténtico, de joven, vive casi siempre ignorado, incluso desdeñado, si trata de abrirse camino en el mundo del arte. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que a un poeta ignoto le publiquen sus obras, reza una mala cita de la Biblia. Los funcionarios de cultura, con la venia de creadores coludidos, velan por parar a tiempo a posibles contrincantes.
Que no se engañe nadie, entre el gobernante y el verdadero poeta reina más bien pugna: uno, hijo de la mentira, el otro de la verdad, de la tierra, humus —de ahí humilis, humilde. Sólo a cambio del silencio, el poderoso le avienta unas cuantas monedas al artista —ni tan pocas, en realidad.
    Por último, seamos testigos del celo vulnerado del poeta. No se crea que Montale era un desdeñado de los poderosos, no al menos al momento de su muerte. Para un hombre viejo, sin embargo, pesan más sus años mozos. No desdeñado aunque marginal, Eugenio Montale veía la situación del mundo literario y no tenía empacho alguno en describirla en estos términos:

    Il criterium era scontato
    prima gli imitatori, i censori,
    i detrattori e gli arrampicatori,
    poi, ogni tanto, permettevano
    che un dimenticato venisse pure a galla.
    Il futuro della poesia è nelle mani
    di uomini dal giudizio convenzionale.
    Il poeta viene schedato
    da sedicenti intenditori
    che ignorano di essere sprovvisti
    del giusto predicato.
    Bravo, bravissimo scrivono.
    Tutti in coro, ma chi sono costoro?
    Speculatori di parole
    o politici della penna
    che esultano nell’omologare.
    Ma poi svelano il gioco
    del render tutto informe, tutti uguali.
    Ed il turpe progetto porterà l’Italia
    verso l’inevitabile sfascio totale.

    «El criterio se daba por supuesto, primero iban los imitadores, los que ejercían la cen-sura, los detractores y los trepadores; luego, si había manera, dejaban a algún olvidado salir del agujero. El futuro de la poesía está en manos de hombres de mentalidad convencional. Al poeta lo catalogan presuntos entendidos que desconocen no tener las herramientas adecuadas. Excelente escriben, muy bonito. Todos a coro, ¿pero quiénes son esos tales? Son especuladores de la palabra o políticos de la pluma que gozan al igualarse. Pero después abren su juego sin forma alguna, todos cortados por la misma tijera. Y este torpe proyecto va a acabar desmembrando a Italia».
    Ni siquiera hace falta glosar estas palabras, más allá de lo que ya lo fueron en mi más que libre y apresurada versión. Predecir el futuro está ahí y en boca de un creador que se mantuvo a raya del futurismo y de cualquier otro movimiento gregario, donde se refugian las hordas de los farsantes, los listos, los lobos que esperan tan sólo el momento propicio.
   

    Non so se un testamento in bilico
    tra prosa e poesia vincerà il niente
    di ciò che sopravvive.

    «No sé si un testamento en vilo entre prosa y poesía podrá vencer la nada de eso que sobrevive», como escribe en una de sus piezas titulada Secondo testamento. Dudoso de los propios logros, el poeta se cuestiona vez tras vez acerca de la calidad de su último capolavoro —obviamente para él estaba lejos de ser una obra maestra. En cuatro de los volúmenes de su opera omnia se encuentran sus trabajos en prosa. Montale escribió, entre otra cosas, más de 500 artículos para Il Corriere della Sera. En Diario póstumo, sin embargo, llevó a una refinación verdaderamente solar —quizá para algunos no tanto a causa del carácter más bien crítico de su pensamiento— su arte como prosista y como poeta, amalgamándolos en una de las síntesis más sólidas que ha conocido el crepúsculo de un hacedor.

 

 

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