Al César lo que es del César / Jorge Orendáin

In memoriam † César López Cuadras

Cuando se presenta el libro de un amigo o te piden escribir sobre él, es un lugar común empezar diciendo cuándo y dónde lo conociste. Y así quiero iniciar.
            Conocí a César el año 1993, poco después de que obtuvo el primer  lugar del Concurso de Obra Literaria convocado por la Universidad de Guadalajara. El libro con que ganó fue La novela inconclusa de Bernardino Casablanca (su papá, Jorge López, decía que ese título era exacto, pues César desde niño siempre dejaba todo inconcluso). En esos ayeres él visitaba con frecuencia a Marco Aurelio Larios y a Raúl Bañuelos en el Centro de Estudios Literarios. En esos encuentros, López Cuadras tallereaba con ellos sus cuentos (no tengo la certeza de quién le ayudó a estructurar y corregir la novela ya citada). Desde entonces inició mi amistad con César. En esas fechas yo colaboraba con la revista Trashumancia y con Ediciones Arlequín (ambas en sus inicios), además asistía al antitaller de poesía coordinado por Bañuelos. En ambos proyectos editoriales César colaboró con nosotros, y ya que le tocó dirigir Luvina, siempre estuvimos participando con él, planeando números, sugiriendo escritores, portadas, etcétera.
            No es fácil escribir en pocas palabras las anécdotas, los viajes, las charlas, los proyectos que tuve con César. Siempre admiré su entusiasmo por leer y escribir, sobre todo por escribir, pues él comenzó formalmente a escribir cuentos y novelas ya un poco mayor (la novela la publicó cuando tenía 42 años). Y bueno, la admiración no es tanto por la edad, sino porque empezó a escribir literatura poco después del trasplante de riñón que le hicieron a raíz de una enfermedad muy grave. Escribir fue su mejor tratamiento.
            César fue de trato fácil, buen conversador (aunque siempre resultaba mejor escucharlo y hacerle preguntas, más que tomar la palabra), dicharachero, irónico, punzante, contador incansable de chistes, crítico del sistema de gobierno (y más de la Universidad de Guadalajara), aficionado del Cruz Azul y de la UNAM, viajero, chelero incansable (en temporada de frío le gustaba tomar un poco de tequila, pero como lo tenía prohibido por los doctores, decía: «Es pa’l pechito»), gran amigo y padre de sus tres hijas, buen consejero, coqueto, maestro, lector empedernido, obsesivo para corregir sus libros, melómano, solidario…
            De sus libros publicados me gusta que todos son diferentes entre sí; en cada novela o volumen de cuentos, César escudriñó diversos caminos y tratamientos, algunas veces resultado de sus influencias. Es complicado decir cuál me parece el mejor. Para mi gusto, La novela inconclusa de Bernardino Casablanca y Cástulo Bojórquez son dos buenos ejemplos donde se puede advertir mejor su propuesta literaria. En especial su gran capacidad para construir diálogos entre los personajes, y la fina ironía. Tengo entendido que dejó dos libros en la imprenta, a decir de su hija Briseida: Ediciones B publicará la novela Cuatro muertos por capítulo, y la Universidad Autónoma de Sinaloa, en colaboración con el Fondo de Cultura Económica, trabaja en la edición de El delfín de Kowalsky.
            Deseo que las distinciones, estudios críticos, tesis, reimpresiones y demás no terminen. Concluyo con otro lugar común: el mejor homenaje a un escritor es leer su obra. César agregaría: con un six de cervezas.

 

 

Comparte este texto: