Agujeros

Valeria Correa Fiz

(Rosario, 1971). Su novela más reciente es Hubo un jardín (Páginas de Espuma, 2022).

Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro círculo

Jorge Luis Borges, La intrusa

Las oficiales gemelas Bhreac y Brycen Marlin encontraron al teniente Tomás Suárez gracias al agujero de gusano que se abrió en el extremo oriental de Omelas. En los Archivos Centrales Terrestres se conserva aún alguna imagen digital del agujero: esa espléndida espiral violeta que años más tarde desapareció sin dejar rastro. Si los cálculos no me fallan, el teniente y su nave, la Adrienne XII, llevaban por entonces más de dos siglos perdidos. Al principio los informes y relevamientos del teniente reportando las condiciones topográficas y los hábitos socioculturales del planeta PentAriel llegaban a la Tierra puntualmente, pero luego de unos tres años las comunicaciones se interrumpieron. Después de una década de búsquedas sin resultados positivos, en la Base Aeronáutica Central todos lo dieron por muerto. O nadie se acordaba de él, lo que es lo mismo.

La historia que voy a contar es imperdonablemente melodramática, lo sé. Me la contaron tres veces, de manera idéntica, viajeras que no se conocían entre sí, siempre ebrias de zylium-10 y con los labios tintados del rojo luxilip que se usaba por entonces. Las tres veces la escuché fascinada: el amor inquebrantable que se tenían las gemelas Marlin me daba envidia y esta historia es una grieta, un pequeño agujero a la sólida sororidad que, sin embargo, jamás cedió. Doy fe, yo que conocí a las gemelas muy de cerca durante el segundo ciclo de hielo de las Juvenales, cuando ya se habían retirado de su vida espacial y de cualquier trato con hombres. Eran unas viejas idénticamente decrépitas por entonces: la carne seca y agrietada, cuatro ojos idénticamente malos y grises. Las dos padecían las mismas dolencias artrósicas en las caderas y estaban más unidas que nunca. Dicen que murieron con una diferencia de quince minutos, la misma diferencia horaria con la que nacieron; Brycen, la menor, expiró aferrando la mano muerta de su hermana.

La historia comienza con una misión en Omelas. Puede pensarse en esta asignación, que finalmente condujo a las gemelas a encontrar al teniente, como un premio o un ascenso. Pero la verdad es que en la Base Aeronáutica Central de la Tierra ya nadie las soportaba. Sus capacidades intelectuales y su idoneidad a la hora de pilotar las naves más sofisticadas eran indiscutibles, pero el carácter rabioso de las Marlin se iba acentuando con el correr de los años. Además, eran tan unidas que pelearse con una era buscarse dos enemigas. Dos enemigas implacables, brutales. Les gustaba la acción, así que colocarlas en el último recoveco de la Galaxia fue la solución más sabia. Nadie podía prever lo del agujero de gusano ni lo de la aparición con vida del teniente. Mucho menos lo que vino después de ese encuentro.

El teniente Suárez tendría unos doscientos veinticinco años de edad cuando las oficiales gemelas Marlin lo encontraron y recogieron en su nave; pero no se debe cometer el error de imaginar al teniente como un anciano: las aguas del planeta PentAriel lo habían rejuvenecido y acentuado su belleza. Los años de experiencia interplanetaria lo habían dotado de un conocimiento profundamente sofisticado en técnicas amatorias. También las Marlin eran muy atractivas, tanto para los terrícolas como para otras razas interestelares, pero no sé si por su mal talante o porque eran inseparables sus historias amorosas habían sido, hasta el encuentro con el teniente, insignificantes o encuentros pagos de puticlubs. Dicen que frecuentaban El Flash o El Saturnino 1001 cada vez que tenían un día de descanso, donde aún hoy es posible pagar por hacerlo con drogs azules y de ojos amarillos. Lo cierto es que cuando encontraron al teniente las gemelas se sintieron fatalmente atraídas por él. Yo creo que no previeron hasta más adelante, cuando todo era ya irreversible, que un hombre iba a despertar una rivalidad que jamás habían sentido, ni siquiera por su padre o por sus juguetes cuando eran pequeñas.

La historia, según me la refirieron, iba más o menos así: Bhreac, a cargo de los diarios y reportes de signos vitales de la nave, descubrió pronto que Brycen no hibernaba las horas recomendadas. Su primera reacción fue temer por el bienestar físico y mental de su hermana; la segunda, verificar los informes de la cápsula de hibernación del teniente. Ambos estaban descansando poco, muy por debajo de las horas recomendadas por la Agencia Sanitaria Espacial. En las tablas horarias Bhreac encontró lo que sospechaba. Brycen y el teniente programaban sus cápsulas para despertarse en la mitad del reposo, mientras ella dormía. Se sintió traicionada. Su querida hermana, sus idénticos genes y carne, y ese cerdo extraño del teniente llevaban una vida a sus espaldas dentro de las estrechas dimensiones de la cápsula espacial.

Al principio Bhreac no dijo nada. Se fue haciendo aun más callada y hosca; comía sola, inventaba la elaboración de largos reportes o hibernaba antes de lo previsto. Dejó de interesarse por las historias y las curiosidades de PentAriel que contaba el teniente y que tanta fascinación le habían causado al principio. Trataba de evitarlos, a su hermana y a él, a toda costa. Porque Bhreac no quería decirse lo que ya sabía: estaba enamorada de Tomás Suárez, el chongo de su hermana. La reacción de Brycen no se hizo esperar. En el primer día de descanso disponible, se maquilló y perfumó como hacía meses que no hacía, se puso un traje nuevo y dijo:

—Bhreac, programa el asistente de vuelo con las coordenadas de El Saturnino 1001. Hace mucho que no estoy con una drog azul y me muero de ganas. No quiero que me acompañes.

Las palabras no fueron una orden sino un ruego. Bhreac no entendía muy bien qué era lo que estaba sucediendo, pero todo le resultó muy claro cuando a la hora de descender en El Saturnino 1001 y antes de colocarse el casco Brycen sugirió:

—No estarás sola. Se queda el teniente.

Desde aquel día de descanso lo compartieron. Dicen que las cápsulas de hibernación estaban perfectamente sincronizadas para que el teniente estuviera una noche con una hermana y a la siguiente con la otra. Dicen que las gemelas no volvieron ni a El Flash ni a El Saturnino 1001 ni a ninguna otra casa de citas durante los días de reposo mientras duró el acuerdo. El esquema amoroso anduvo bien por un tiempo, pero no podía perdurar. Porque la rivalidad se encendía durante el día, cuando nada podía programarse ni preverse, y el teniente favorecía con sus atenciones y risas a una gemela por sobre la otra. Las hermanas que jamás habían discutido comenzaron a encontrar causas para no estar de acuerdo. En nada. Que si era conveniente tomar aquella o esta otra ruta durante la estación de cópula de los pájaros de neón; que si ya habían comenzado las nieves negras en Tarme. Discutían hasta del consumo del combustible cuando la nave se desplazaba a velocidad crucero, pero en realidad hablaban de otra cosa. No tardaron en descubrir que ambas estaban enamoradas y esto, de algún modo, fragmentaba la unidad y armonía de sus vidas y las preocupaba.

Un día, a Brycen, la más pragmática e inescrupulosa, se le ocurrió que una manera de no seguir peleando por el teniente era hacer algo que les permitiera dividirse al hombre, aunque fuera pecuniariamente, en partes exactamente iguales. Lo vendieron por diez mil e-dharmax a un esclavista espacial, que lo revendió a su vez a uno de los accionistas de El Saturnino 1001 (aunque esto último las gemelas lo descubrieron más tarde). En el arreglo cada una de las gemelas se llevó consigo cinco mil e-dharmax, mucho más que lo que cualquier misión les permitiría ganar en todo un año, se decían para consolarse.

Las Marlin volvieron a su rutina espacial en Omelas, que consistía principalmente en la medición de las tormentas interestelares y de las dimensiones del agujero negro XBH. Es posible que algunos de esos primeros días se hayan sentido a salvo. Pero pronto llegó el primer día de reposo y en El Saturnino 1001 se encontraron con la noticia de que el teniente Suárez estaba entre la oferta de drogs azules, cíclopes marcianas y voluptuosas clarkianas. Casi todo el día se les fue en la espera de un turno con el teniente. Lo mismo sucedió a la vez siguiente: todo un día perdido para conformarse con lo que se pudiera hacer en escasos sesenta minutos. Alguna de las hermanas dijo:

—Estamos peor que antes; este arreglo no tiene sentido. 

Las Marlin irrumpieron armadas en el despacho del mánager de El Saturnino 1001 y se llevaron al teniente. Dicen que Bhreac abandonó sus cinco mil dharmax sobre el escritorio del mánager. Como pago o como muestra de amor, quién sabe.

Y el ciclo volvió a repetirse: las noches estrictamente programadas para compartir al chongo, y las peleas solapadas durante el día; y al poco tiempo Bhreac que volvía a recluirse y a hacerse más hosca y más callada.

Cuando el ciclo del frío de Omelas llegaba a su fin, durante esos lapsos infinitamente oscuros del espacio exterior, Brycen interrumpió el ciclo de hibernación nocturna de su hermana. Y Bhreac la miró a los ojos unos instantes. Con asombro y amor infinito por su gemela, preguntó:

—¿De verdad hiciste lo que intuyo?

—Sí. Y ya sabrás lo que planeo ahora, ¿verdad? Estamos volando a XB24.

Bhreac se incorporó en la máquina de hibernación con los miembros un poco entumecidos aún, pero no dijo nada. Brycen había planeado todo al detalle. Explicó:

—Aprovechemos ahora que los yeek saturan los cielos de XB24 con su migración y la tierra verdosa se llena de gusanos.

La nave tardó unas tres horas en aterrizar en la superficie de XB24 porque tuvieron que sortear las tormentas interestelares. Tomaron el Sendero Austral y después entre las dos bajaron el cuerpo ya rígido y cerúleo del teniente. El frío de XB24 no mermaba a pesar de la hora avanzada, cercana al mediodía. La luz y la pena las cegaban.

Ascendieron al Monte Mayor y allí cavaron un pozo donde depositaron el cuerpo del teniente Tomás Suárez. Puede que Bhreac haya querido decir unas palabras antes de cubrir el cuerpo del teniente con la tierra verdosa de XB24 pero Brycen, que era más pragmática, dijo:

—Ahí te quedas, en este puto agujero —escupió sobre la tierra y agregó—; ojalá no te hubiésemos conocido nunca.

Las gemelas se abrazaron.

Un agujero de gusano en el espacio las había congregado en torno a un hombre; ahora otro en la tierra de XB24, plagado de larvas de gusanos, las sujetaba: un homicidio y la obligación de cubrirse las espaldas.

Las noticias de la muerte del teniente Tomás Suárez llegaron a la Tierra cuando el crimen ya estaba prescripto. Las gemelas Marlin destrozaron los comandos que permitían a las sondas espaciales rastrearlas y una vez más la Base Aeronáutica Central dio una misión, la de las gemelas, por perdida.

Erraron por más de un siglo antes de regresar a la Tierra.

Quién sabe qué confines de la Galaxia llegaron a conocer. Cada día es más fácil esconderse en este maldito universo que se expande y nos empequeñece y olvida. Y yo, sin embargo, luego de tantos años no consigo evitar recordar a las gemelas y su historia con el teniente. Mientras escribo estas líneas, las veo: viejas decrépitas, hombro con hombro, sus recuerdos idénticos en torno al amor de un mismo hombre, muriéndose por turnos que respetaron la diferencia en minutos de su nacimiento. Hasta el final, una junto a la otra, las manos muertas que se sujetaban. Bhreac que se fue primera; Brycen, siempre más fuerte y decidida, llegó a contemplar la muerte de su gemela.

Nunca se sabe qué es lo último que ve una mujer o un hombre al morirse. Cómo saber si ellas, al expirar, vieron la cara del teniente o si por fin consiguieron olvidarlo

Comparte este texto: