Esta entrevista, realizada en 2002 con motivo de la publicación del libro de poemas y dibujos Castillos en el aire (Fondo de Cultura Económica), apareció, en una versión editada, en el periódico Público ese mismo año. Luvina rescata aquí la versión íntegra de la plática.
Los castillos de Fernando del Paso son redondos y flotan en el aire. Él los describe como «planetas trashumantes» cuando platica sobre su nuevo libro en su casa, en el jardín que mucho recuerda a los jardines de Inglaterra, donde vivió quince años. En la base de su nuevo título están los castillos ingleses y también los de Francia, país en el que después radicó, hasta 1992, año en que llegó a Guadalajara, donde se ha desempeñado como director de la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz y ha continuado con su labor creativa.
En Castillos en el aire, editado por el Fondo de Cultura Económica, Del Paso une sus dos vocaciones: la escritura y el dibujo. Aparecen veintiún poemas en prosa y veinte castillos a tinta, en homenaje al geómetra holandés Escher. El autor de la novela Noticias del Imperio, nacido en la ciudad de México en 1935, publicó su primer libro de poesía en 1958, pero el primer contacto con este género hay que buscarlo en la infancia.
¿Cuándo se acercó por primera vez a la poesía?
Fue cuando era muy niño y tuve la oportunidad de leer El tesoro de la juventud, que tenía varias secciones y entre ellas una de poesía. En ese momento me intrigó y me empezó a gustar, pero fue hasta secundaria —aunque a los diez años le hice un poema a mi madre el 10 de mayo— cuando, gracias a un maestro que era magnífico para enseñar, me acerqué más a la poesía, sobre todo a las formas clásicas, entre ellas el soneto.
¿Recuerda algunos autores de esa época?
Nada más mexicanos, algunos no de primera clase, como Manuel M. Flores o Manuel Acuña; algunos de mayor categoría como Manuel José Othón, Amado Nervo, Salvador Díaz Mirón o Efrén Rebolledo. Era lo que nos enseñaban, México llegó muy atrasado a la poesía, porque ya existía Rimbaud, ya habían pasado Mallarmé, Apollinaire, el surrealismo… Nada de eso nos enseñaron jamás en la escuela. La educación era mucho mejor que ahora, pero ya tenía sus grandes carencias. Yo empecé a conocer el surrealismo, asombrado, a los veinte años de edad.
A los niños los hacían recitar.
Sí, se recitaban muchos poemas cursis. Lo maravilloso de la poesía hecha para niños es que se la aprenden de memoria por la música. A veces, muchos años después se dan cuenta de que una palabra que han dicho muchas veces significa algo en lo que no se habían puesto a pensar. ¿Cuántos millones de mexicanos no saben lo que es «el acero aprestad y el bridón»?
Fernando del Paso recuerda sus dos libros de poemas para niños, De la A a la Z por un poeta y Paleta de diez colores. «He tenido la gran satisfacción de que la SEP me haya comprado cien mil ejemplares del primero y ochenta mil del otro», afirma.
Sin embargo, estos libros aparecieron cuando usted ya había comenzado su carrera. ¿Qué sucedió con Sonetos de lo diario?
Los compuse en 1958, la mayoría cuando participaba en el taller literario de Juan José Arreola. Con el transcurso del tiempo hice treinta sonetos más y se publicaron con un nuevo título: Sonetos del amor y de lo diario.
Se dice que la poesía no sólo se encuentra en los poemas, sino también en la narrativa, el cine, el arte en general.
Y en la naturaleza, pero no siempre.
¿La poesía está presente en su obra narrativa, en José Trigo, en Palinuro de México…?
Me han dicho que sí. Escribí, más que lo que quise, lo que pude; así sucede, pero sería absurdo que uno se dijera: «Ahora voy a hacer una novela poética».
¿Es posible que un escritor decida lo que va a hacer en el día, un cuento, una novela, un poema?
La primera novela que yo hice comenzó como un cuento a partir de una imagen plástica: un hombre en las vías del tren, y se transformó después en novela. Pero mientras trabajaba yo en José Trigo ya quería hacer una novela que recreara buena parte de mi infancia y adolescencia como estudiante de medicina, y después, mientras escribía Palinuro de México, ya pensaba en escribir una novela sobre Maximiliano y Carlota.
Es muy difícil que uno diga «Hoy voy a escribir un poema»; sin embargo puede funcionar, porque si uno no se propone las cosas, no las hace nunca. A veces sale el poema, a veces no. Uno puede recoger un poema que empezó hace dos meses y que no había salido. Lo mismo puede pasar con una obra de teatro. Es más fácil decidir que uno va a escribir un ensayo o un artículo.
¿El género es el que escoge al escritor?
Es algo muy misterioso. Hay novelistas que se empeñan en hacer poesía y no les sale, a mí no me salió en muchos años, salvo la poesía clásica, con rima, métrica y acentuación; pero he trabajado ya más en poemas, no solamente en prosa, como en Castillos en el aire, sino en otros, con los que voy a hacer un volumen, que pienso publicar el año próximo.
Castillos en el aire es para Del Paso un libro «único. Ha habido ediciones de los sonetos con dibujos míos, pero en este caso está más integrada la idea del poema a la idea de los dibujos», describe.
¿Cómo ha sido su relación con el dibujo?
Es muy antigua, fue mi primera vocación. Siempre he dicho que el dibujo es la venganza de mi mano izquierda. Soy zurdo, pero me educaron a la antigua. Me obligaron a escribir y a comer con la mano derecha, pero nunca nadie me prohibió dibujar con la mano izquierda. Comencé a hacer experimentos al óleo, me frustré porque no era mi medio. Abandoné la pintura. La verdad es que el medio en que me encuentro más a gusto, como pez en el agua, es el dibujo con tinta china.
¿Cómo llegó a la tinta china?
De niño practicaba la tinta china. Felipe Ehrenberg vivía en Londres cuando me hice muy amigo suyo y me habló de los estilógrafos.
¿Cuáles fueron los primeros dibujantes que usted conoció?
La verdad es que el descubrimiento de la pintura lo hice primero en las cajetillas de cerillos Clásicos, que todavía tienen la Acrópolis, la Venus de Milo y una locomotora de un lado, y del otro un cuadro; ahora son casi todos de pintores mexicanos, pero antes eran de pintores europeos. Después, ya en El tesoro de la juventud vi algunos cuadros que me gustaban muchísimo, y el que más recuerdo es uno de Rafael, que se llama La Virgen de la silla.
¿A partir de esas obras sintió la necesidad de dibujar?
Conocía el contenido del Museo de San Carlos, pero es muy pobre, pobrísimo, comparado con otros museos del mundo. En cuanto salí de México para vivir en Estados Unidos, y después en Londres, descubrí los grandes museos, arte gótico, renacentista, el impresionismo, el romanticismo. Eso fue un verdadero deslumbramiento, y creo que me condujo otra vez a dibujar.
¿En qué año?
Fue en 1973.
¿El dibujo y la escritura se enriquecen mutuamente?
No necesariamente, porque la pintura y las artes plásticas en general se dan en el espacio, y la literatura como la música se dan en el tiempo. No se combinan. Otra cosa eran los libros ilustrados de antes, con algunos ilustradores geniales como Gustavo Doré, y otra muy distinta ilustrar ahora un libro de poemas con dibujos que no tienen que ver con los textos, sino que valen por sí mismos. Han corrido paralelas la pintura y la literatura en el romanticismo y después indudablemente con vínculos más estrechos que nunca antes, y quizá nunca después, en el surrealismo y en el futurismo italiano.
En Castillos en el airesus dos vocaciones se unen.
Se unen, sí, porque ni los castillos ilustran los textos, ni éstos a los dibujos, sino simplemente coexisten, pero sí hay algunos vínculos entre ellos porque todos los dibujos son de castillos en el aire, redondos, como planetas trashumantes, y los textos se refieren a unos castillos fantásticos. Coexisten, los castillos flotan en el aire y los textos en el vacío de la página.
¿Cómo nació este libro?
Primero fue un dibujo, me gustó, hice más, y después se me ocurrió experimentar con un texto afín.
¿Influyó el hecho de vivir en Inglaterra y Francia, cerca de los castillos?
Nace de eso. En esos países hay unos castillos absolutamente maravillosos, no es lo mismo ver las fotos que ir a verlos. Chambord, con su engañosa escalera diseñada por Da Vinci. Todos los castillos del Loira, en Francia. Y aparte el conocimiento de Escher, de Magritte, más profundo, de los preciosos castillos que pintó Victor Hugo con tinta sepia: fue un dibujante.
En los libros de arte a Escher no se le toma en cuenta.
No fue un gran pintor ni un gran dibujante, en cierto sentido, sino más bien fue un geómetra maravilloso. De todos modos sus dibujos son absolutamente fantásticos.
¿Cuánto tiempo dedica usted a escribir y a dibujar?
Varía mucho. No puedo escribir en la mañana y dibujar en la tarde, o escribir una semana y dibujar otra. Cada una de las dos actividades requiere que yo me sumerja en ella por un tiempo indefinido, tres, cuatro, cinco meses, aunque la escritura siempre me ha exigido más que la pintura. Una novela tarda meses, años, en mi caso muchos años, para ser terminada, mientras que un dibujo, en un espacio de cincuenta por cincuenta centímetros, se acaba más pronto.
¿Hay sufrimiento cuando escribe las novelas?
Sí, me cuesta mucho trabajo, es muy difícil para mí escribir. Y cuando dibujo y entra el color, entonces es muy difícil, tengo pesadillas, pero cuando dibujo en blanco y negro estoy feliz.
Castillos en el aire,con sus poemas y sus dibujos, parece ser un proyecto con mucha tranquilidad.
Sí, esa impresión es correcta.