—¡Diles que no me lo marquen, Justino! Anda, vete a decirles eso.
—No puedo. Hay allí un delantero que no quiere oír hablar nada de usted, y como le diga que no marque el penalty va a poner más empeño en hacerlo. Ya los conoce…
—Justino, no me toques las pelotas, aquí tú eres el árbitro y yo el portero, pero recuerda: fuera del campo tú eres mi empleado y yo tu jefe. No lo olvides.
—No es por tocarle las pelotas, don Juvencio, pero es que el que va a lanzarlo es mi futuro suegro. Recuerde que me caso este sábado.
—¿El cabrón del Lupe es tu suegro? ¡No me jodas, Justino! ¿Sabrás que ése fue compadre mío y que me estafó para quedarse con todas mis vacas y que desde entonces no nos hablamos? ¡Justino, como me marque el penalty ese desgraciado, date por despedido!
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—¿Qué problema hay, hijo?
—Don Lupe, por favor, seamos serios: no me llame aquí de esa manera. Verá, es que don Juvencio, que, como sabe usted, es mi jefe, comenta que su nieto está en el público y que quedaría feo, ahora, faltando tan sólo un minuto para acabar el partido, que marcase un gol, con lo justo que sería darse por empatados y todos tan contentos. Ha sido un partido intenso, en fin…
—¿Insinúas, Justino, que tire fuera para aumentar el ego de ese fantasma que va diciendo por todo el pueblo que lo estafé? ¿Eres consciente de que allí en la grada está tu futura mujer y que esto sería una vergüenza para la familia que nos perseguiría (incluido a ti, Justino, si es que de verdad quieres formar parte de ella) para toda la vida?
—Pero, don Lupe, sea comprensivo… Recuerde que acepté pitar el partido por hacerle un favor…
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—¿Qué dice ese hijo de mala madre? ¿Va a tirar fuera el penalty?
—Que no, don Juvencio, que quiere metérselo por toda la escuadra a modo de escarmiento por lo que va diciendo usted de él por el pueblo, y que sus diferencias están empezando a cabrear al público, que son muy brutos, don Juvencio, que se va a montar… Tanto ir y venir está resultando sospechoso. ¿Por qué no se lo deja marcar, y aquí paz y después gloria? Piense que, si su honor queda restituido con este gesto tan insignificante, podrá volver a hacer negocios con él y será trabajo para todo el pueblo.
—Antes saco la escopeta y mato a ese… ¡Fíjate lo que te digo!
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—¿Y bien?
—¿Bien qué?
—Justino, coño, no te hagas el tonto. ¿Qué dice ése? ¿Se lo va a dejar marcar?
—Dice que antes saca la escopeta que ese balón traspase la línea de portería.
—¡Será hijo de…! Mira, Justino, o se deja marcar el gol o tú no te casas este sábado con mi hija. En la familia no entra un tío que no tenga las pelotas bien puestas.
—Pero…
—¡Pero nada, Justino, pero nada!
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—Dime que traes buenas noticias, Justino.
—Don Juvencio, la verdad es que don Lupe no está dispuesto a… Y… A su nieto tampoco creo que le guste tanto el fútbol, y el público, mírelos, don Juvencio, están gritando ya tongo y yo tengo que acabar este partido como sea, que quedaba sólo un minuto y nos hemos pasado, don Juvencio, nos hemos pasado, que usted se juega la reputación pero yo me juego un empleo o un matrimonio. Póngase en mi lugar.
—Si me pongo en tu lugar, Justino, estoy sin trabajo. Tú mismo. Por tu bien espero que resuelvas esta situación correctamente.
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—¡Justino, dile al descerebrado de tu jefe que se aparte o que lo hundo en el fondo de las redes del balonazo que le voy a meter!
—¡Justino, dile a ese estafador que más vale que falle el penalty si quiere seguir viviendo en el pueblo!
—¡Justino, dile al Juvencio que los Terreros tenemos cojones para tirar este penalty y doce más como éste!
—¡Justino, como tu puñetero suegro marque el gol te veo en la plaza todos los días tomando el sol junto a los jubilados!
—¡Justino, como no se aparte el mafioso de tu jefe para marcar a placer, te juro por la gloria de mis muertos que la Rosa se casa con el panadero, que seguro tiene más huevos que tú!
— ¡Justino…!
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—Mira Paco, la peña del Prudencio ha invadido el campo, aquí va a haber… ¿qué hace el Justino? ¡Se ha vuelto loco! ¡Pues no ha sacado tarjeta roja a su jefe y a su suegro!
—¡Pobrecillo! A mí me sabe mal por su madre, que siempre se ha esforzado por darle una buena vida al chaval y es que no gana para disgustos. Ya ves, con la vida resuelta y ahora… Después de ésta, tendrán que marchar del pueblo.
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—Y dígame, don Justino, para la emisora local del pueblo: ¿cómo se encuentra después de haber perdido el empleo y la prometida el mismo día?
—¿Qué quieres que te diga, Amancio? Pierdes en unas cosas y ganas en otras. El fútbol es así.