(Tijuana, 1973). Su libro más reciente es La palabra inacabada. Textos sobre literatura contemporánea de Jalisco (Keli ediciones, 2022).
Tengo la seguridad de que a todos aquellos que estamos más o menos enterados del medio literario mexicano el nombre de Ernesto Lumbreras nos resulta familiar por sobradas razones, pues es un escritor reconocido cuyo trabajo es extensamente publicado por diversas editoriales de nuestro país, además ha sido acreedor de diversos premios de poesía a nivel nacional, como el Premio de Poesía Aguascalientes, el Premio Mazatlán y, más recientemente, el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde, por sólo mencionar tres; es responsable además de la antología generacional El manantial latente. Muestra de poesía mexicana desde el ahora: 1986-2002 (2002), que ha sido una de las visiones más certeras de la poesía mexicana a inicios del nuevo siglo, por incluir algunas de las voces más singulares de dicho periodo. Lumbreras es además un estudioso de la obra del autor inglés Malcolm Lowry y del zacatecano Ramón López Velarde; también es un ensayista de largo aliento, al menos así nos lo ha hecho claro después de ofrecernos sus libros La mano siniestra de José Clemente Orozco. Transbordos y fugas (2015), Un acueducto infinitesimal. Ramón López Velarde en la Ciudad de México, 1912-1921 (2019) y, más recientemente, Un relámpago bermejo. El limbo de Dante en el Teatro Degollado (2022), además de colaborar en revistas como Letras Libres y Luvina. En resumidas cuentas: hablar del trabajo de Ernesto Lumbreras es más bien una tarea apta para un equipo de investigadores o de connotados críticos de las letras contemporáneas de México, alojados en algún centro de estudios literarios o en revistas prestigiosas de literatura.
Su obra crece continuamente. Para llevarle el paso pareciera que tendríamos que calzar zancos. Sus pasos agigantados, dentro del mundo literario, lo han vuelto, al menos en apariencia, cada vez más distante para el lector común, y lo han llevado a los círculos altos de la cultura de nuestro país, los círculos élite. Parece que su trabajo pertenece más bien a los altos círculos defeños y menos a los círculos locales, a las sencillas, pero bien intencionadas, tertulias literarias aún practicadas acá en provincia.
En este momento me detengo y lanzo la pregunta: ¿Será que aquel joven originario de Ahualulco de Mercado, que se incorporó a temprana edad a las filas del taller de poesía de Elías Nandino y alcanzó niveles que muchos sólo sueñan, perdió el piso y borró con un solo movimiento sus raíces? La respuesta es, desde luego, no. Lumbreras sabe, como otros, que el último rincón de nuestra memoria siempre guardará un lugar especial por nuestros primeros años de vida: el olor inconfundible de algún platillo que en casa se preparaba, o tal vez el ruido de un grupo de niños jugando en la calle, o el sonido de fondo de un tren lejano. Ernesto Lumbreras, pese a todo lo que he expuesto hasta ahora, ha regresado al seno materno, al lugar donde el mundo se le develó. Ábaco de granizo, dentro de su extensa obra, es justo eso: su regreso a casa, el momento en que todo hombre en cierto momento de su vida voltea hacia atrás y cuenta los pasos que lo han alejado de la casa. Es su retorno al lugar de las cosas suaves y tibias.
Antes de adentrarnos en más detalles de su libro más reciente, es necesario conocer qué lugar guarda nuestro autor dentro las letras jaliscienses contemporáneas, es decir, ¿qué significado tiene su trabajo para las letras jaliscienses?
Ernesto Lumbreras, desde mi punto de vista, es un eslabón entre las dos generaciones de poetas de Jalisco que cierran el siglo xx. A pesar de su temprana edad, nuestro poeta se codeó con los poetas que formaron parte del segundo taller literario de Nandino en los ochenta en Guadalajara. Entre los escritores que participaron activamente en esta promoción cabe destacar a Jorge Esquinca, Luis Alberto Navarro y Javier Ramírez, entre otros. Dentro de dicho círculo y las actividades que éstos organizaban, Lumbreras, a pesar de su juventud, logró formar parte de proyectos editoriales organizados por ellos, como el libro colectivo Desmentir la noche (1986) y revistas como Periódico de poesía, Trópico de cáncer y Magia menor. Desde antes de sus veinte años, Lumbreras mostró una madurez que poco a poco se asentó en sus escritos. Cronológicamente, debió formar parte de los laboratorios poéticos que a finales de los años ochenta se vinieron organizando en la ciudad, y con los talleres de la explosión de poetas que se registró en los años noventa en Guadalajara. Ese boom literario trajo consigo una lista extensa de autores de suma valía. Ernesto fue un escritor precoz dentro del medio literario en su momento, recordemos que en 1992, a los veintiséis años, obtuvo, como ya mencioné, el prestigioso Premio Poesía Aguascalientes con su libro Espuela para demorar el viaje (1992).
A propósito, confieso que al momento de armar el volumen En la orilla del tiempo. Antología de poetas jaliscienses nacidos entre 1967 y 1979, donde compilé los poetas insertados dentro de dicha promoción y boom, me causó un poco de conflicto saber de dónde partir, es decir: de cuál poeta; por una parte me inclinaba por iniciar con Ernesto dicha retrospectiva, sin embargo hubo dos motivos que me hicieron desistir, por una parte su inclusión en la megaantología Poesía reciente de Jalisco (1989), la cual cierra precisamente con el trabajo de Lumbreras, el más joven de dicho muestrario, y, por otra parte, su temprana participación, como ya indiqué, en publicaciones periódicas de los años ochenta. Insisto: fue un poeta precoz. Su obra ha servido de guía para muchos de los que han venido detrás de él en este camino largo de las letras. Pero no sólo su obra poética ha merecido esta estima, sino su trabajo como ensayista y su narrativa con libros como La ciudad imantada, la vida de Milton Vidrio, brillante narración sobre el mundillo literario de una ciudad provinciana, y, por supuesto, el presente volumen.
Ábaco de granizo no sólo es una entrada más a la cuantiosa bibliografía de Lumbreras, es un libro que, a mi parecer, se buscará en un futuro no muy lejano para conocer el espíritu o temperamento de la gente de esta tierra, algo así como una pieza más de aquello que don Alfonso de Alba alguna vez llamó La provincia oculta. Su mensaje literario; este volumen es asimismo un álbum íntimo conformado por imágenes sueltas de su vida temprana. Me parece que Ernesto Lumbreras nos ofrece un libro que futuras generaciones buscarán para conocer mejor la región Valles. Me explico: por lo general cuando pensamos en el mapa de la geografía literaria de Jalisco es relativamente fácil ubicar autores cuya obra está ligada con su terruño, pensemos, por ejemplo, en Los Altos, donde hallamos a los laguenses Alfonso de Alba, autor de Al toque de queda, y Francisco González León con su poemario Campanas de la tarde; en el sur de Jalisco nos topamos con las monumentales obras de Guillermo Jiménez y Juan José Arreola, por sólo mencionar dos, asociadas con Zapotlán el Grande. Alrededor de la ribera de Chapala también hallamos nombres como Ramón Rubín con La canoa perdida. Pero cuando nos trasladamos a la región Valles, ese rico territorio conformado por poblados como Etzatlán, San Juanito de Escobedo, San Marcos, Ameca y Ahualulco de Mercado, nos encontramos con un sensible vacío; aunque, cabe destacar, al menos un par de escritores nativos de la región y cuyas obras, poco conocidas, versan sobre la vida de los poblados Etzatlán y San Juanito de Escobedo, ellos son Patricio Bayardo González, autor de De tierra mojada al viento norte. Memorias (1998), cuyos primeros capítulos retratan la infancia del autor en su natal Etzatlán, y Antonio Domínguez Ocampo, cuya amplia obra, poco conocida por los estudiosos, se desenvuelve en San Juanito de Escobedo. Dentro de la numerosa bibliografía de Domínguez Ocampo destaca El canto de los búhos (1982), que narra la vida de algunos personajes de su terruño, las tradiciones perdidas del pueblo, como la de la elaboración de petates, y descripciones vívidas del paisaje de su región. Más allá de estos autores, con la excepción de la novela La otra orilla (2005), de Eugenio Partida, la región no se había topado con un libro que los lectores (y estudiosos) pudieran asociar con dicha extensión geográfica, salvo algunos aislados pasajes y la letra de una o dos canciones. Por eso Ábaco de granizo es un libro importante, viene a llenar ese hueco que existía en las letras de esa región, en él se conjuntan la microhistoria y la literatura. Lumbreras, como buen conocedor de las enseñanzas de don Luis González y González, sabe que no hay nada más universal que hablar de lo propio, es decir, de aquello que nos es familiar a todos, el diario andar de las personas, los lentos atardeceres y las vidas que transcurren pacíficamente entre los muros de una casa.
Bien reza aquella frase tan conocida y atribuida a Rainer Maria Rilke: «La verdadera patria del hombre es la infancia»; Lumbreras lo sabe muy bien cuando nos lleva de la mano por los rincones de sus recuerdos y las calles del Ahualulco que él habitó; ese rincón de su república que ya no es ni será nunca más la que le tocó vivir.
La nostalgia es uno de los ingredientes principales del presente libro. Lumbreras materializa los recuerdos fugaces de su juventud en letra impresa. Revive los personajes, en su mayoría desaparecidos. Leer Ábaco de granizo es tener entre las manos una fotografía antigua a blanco y negro o sepia y la extraña sensación de estar mirando un panteón perdido en el tiempo. No obstante, estos relatos tienen otro ingrediente más, la recreación en la cabeza del autor de historias, que seguramente más de un lector se preguntará si ocurrieron como él las pinta. Es fácil reconocer la vena poética de Lumbreras en estas narraciones, lo notamos, una página tras otra, en los cuidadosos trazos con los que arma sus cuadros de personajes y paisajes.
Ernesto, con Ábaco de granizo, ha logrado ofrecerle a su comarca un libro que será referencia para las futuras generaciones de lectores en busca de los rastros perdidos del pasado de su terruño, un libro con el cual seguramente él también permanecerá en la memoria y el corazón de sus coterráneos.