¿A quién pertenecen?

Gabriela Hernández

Tampico, Tamaulipas, 1963. Su libro más reciente es Los humedales (Atípica, 2021).

Un vecino del barrio Bixiga en São Paulo, Brasil

abrió un día el buzón de correo de su casa y se

 encontró con una carta. El destino era el correcto,

pero la fecha de entrega tenía un retraso de 75 años.

La Nación, 13 de febrero de 2022

Querido padre:

Hace una semana que aguardo su respuesta, no puedo viajar mientras no tenga su nuevo domicilio, ¿cómo llegar a São Paulo sin una referencia? Claro que tengo su primera carta, la única, aquella en la que me decía que se mudaría. Lo bueno es que incluyó el número de la caja postal en la que provisionalmente recibirá la correspondencia. Le estoy enviando una foto, salgo con mi madre y mi tía. No sé si podrá recordar que ella piloteaba aviones. ¿Lo sabía? Mi madre lo debe haber mencionado. No importa. Sólo una vez me llevó a volar, aún puedo sentir el terror inicial del infinito en mi estómago, la presión en los oídos y luego la visión de la amplitud del horizonte llevándome de la libertad del espacio a la serenidad absoluta. Un día, un desconocido llamó a la puerta, habían encontrado la avioneta en un cañón, al parecer se había quedado sin combustible. El hombre se llamaba Pepe Medina, le dio por frecuentar la casa, salía de vez en cuando con mi madre, siempre he sospechado que tuvieron algo, sabe, pero ella lo niega. Es probable que fuera algo fraterno, a veces las personas necesitamos ser escuchadas más que otra cosa. Es la única fotografía de las dos conmigo, fue tomada días antes de su último viaje, es misteriosa la vida que nos pone en situaciones tan puntuales, por así decirlo, ¿no le parece? Veo mis ojos y siento que son esencialmente los mismos de ahora; mi madre alguna vez mencionó que eran iguales a los suyos. Soy el que fui y soy el que soy, no hay duda; dicen que los hijos se convierten en los padres, ¿algún día seré usted? Uno se llena de preguntas en lugar de responder simplemente viviendo a plenitud. En fin, me alegra enviar la imagen de ese momento, ya habrá oportunidad de seguir esta conversación. 

Reciba el afecto de su hijo
Mario

Querido padre:

Después de esperar un mes su respuesta, decidí emprender el viaje, pueden haber pasado muchas cosas con su carta, vale la pena arriesgarse; usted inició el juego de prestidigitación: aparecer, desaparecer; yo lo sigo. Se me ocurre visitar su antiguo domicilio y preguntar por usted; también puedo ir a la oficina de correos y esperarlo a que llegue a buscar su correspondencia. Mi madre me contó que la primera vez que ella viajó a São Paulo, llegó al puerto de Santos, igual que yo. Había comprado un pasaje de segunda clase, le asignaron una cabina en la que había dos literas, escogió la cama de arriba porque le traía recuerdos de infancia. La primera noche fue terrible, un olor nauseabundo la despertó por la mañana y al bajar de su lugar se dio cuenta del vómito de su compañera en el piso, se consideró afortunada de haber dormido en la parte de arriba, de que no le cayera nada encima. Afortunadamente pude pagar un boleto en primera, disfruté mucho el trayecto y más con la expectativa de encontrarlo pronto. Todos los puertos del mundo pueden ser sucios, pero nunca aburridos, me dijo mi vecino de camarote con un acento extravagante; al llegar a Santos me di cuenta de lo que hablaba. En el barco había dos mujeres que viajaban solas, cenamos de vez en cuando y la última noche, quedamos de vernos en tierra. Después del desembarque, una de ellas me buscó y fuimos a un bar en el que cantaba un amigo suyo, no sé qué tenía su voz que me dejó en una melancolía desconocida, no soy de esos, sabe; lo único que podía entender era el estribillo, navegar é preciso, viver não é preciso.   

Un abrazo sincero de su hijo
Mario

Querido padre:

En el hotel me dijeron de una oficina de correos cercana, la primera vez me perdí, pero ya aprendí el camino, vengo cada tercer día. He hecho amistad con Regina, la muchacha que vende las estampillas. Apenas entró a trabajar hace un mes, me dijo que hasta la fecha nunca ha visto que alguien recoja la correspondencia del apartado postal 44. Me dio esperanza de que usted aparezca pronto; si las cartas saturan la caja, habría que llamar al dueño para que venga por ellas, es la única razón por la que se le podría contactar, eso o alguna catástrofe, dijo; tuve el impulso de escribirle una carta por día, si fuera yo su único correspondiente, esa caja tardaría años en saturarse, Regina no supo darme una respuesta cuando le pregunté cuántos sobres caben en ese espacio. Es hermosa Regina, una rainha, una abelha rainha, como la de la canción. Por cierto, tengo curiosidad de saber si usted se ha casado de nuevo. Mi madre me dijo que cuando lo conoció fue amor a primera vista, las mujeres tienen memoria para esas cosas, yo simplemente no pienso en ello. Bueno, es una curiosidad sin importancia, sólo para imaginarlo en compañía o no. Regina es de pechos soberanos, es una compañera para estos días en los que la espera empieza a desasosegarme, sobre todo cuando camino por esa avenida ancha, llena de carros y de gente andando como soldados huecos, se me figuran puros cascarones, debe ser el humor sombrío que empieza a provocarme la espera. Esta es la tercera carta que le escribo y apenas me doy cuenta de que no he puesto fecha, creo que las otras han salido igual. Qué más da tanta fidelidad al tiempo. Ojalá y pronto lo pueda abrazar. 

Su hijo que lo quiere
Mario

Las noticias no son buenas, padre, no sé cuánto más podré quedarme en esta ciudad. La violencia se ha desatado, su ausencia pesa como nunca o como siempre, ya no sé. Todo lo que ignoro sobre usted me impide imaginarlo en determinado lugar, ese mismo desconocimiento me deja en una libertad estremecedora en cuanto a lo que sigue, partir o quedarme en esta ciudad, y luego una voz en sueños diciendo que nada de lo que haga va a cambiar la situación, que usted va a aparecer o no, me vaya o me quede; y vivo al día. Ayer fui al hospital en donde mi madre me contó que nací, me gustó encontrar una fuente en el parque vecino, el sonido del agua quieto me llevó a pensar en el largo silencio en que usted se mantuvo, y en la razón para salir de él. La razón para haberse quedado tanto tiempo en él es algo que algún día sepa o no, pero eso no va a modificar lo que es: no lo quiero por lo que haya hecho o dejado de hacer porque nunca estuvo, pero tampoco hubo un hueco en su lugar, mi madre y mi tía se encargaron de que no lo hubiera, cumplían de manera cabal con lo que les tocaba y me dejaron volar de cualquier manera; de usted me dijeron lo necesario, mi madre estaba segura de que lo habrían matado en esos años feroces, pues su desaparición en medio de la ola de violencia que rodeó el suicidio del presidente en aquella época, la hizo parecer hasta cierto punto una consecuencia; de modo que hablaba de la historia de ustedes imborrable y fugaz, sin resentimiento. La distancia, el alejamiento de personas, de circunstancias relacionadas la protegió de elucubraciones, y así quedó a salvo, resguardada. Fui educado en casa, no tenía una referencia social de roles familiares, no sentía su falta viendo a los padres de compañeros de escuela. Lo quiero con gratitud por manifestarse ahora cuando no tenía por qué hacerlo, lo quiero porque soy parte del mundo efímero y profundo que vivieron mi madre y usted. Cuando miramos la pérdida como un aspecto de la ganancia, nos fortalecemos, ¿qué piensa? 

Su hijo
Mario

¿Es dios un urdidor que se divierte con la trama jalando los hilos para un lado o para otro, padre? Tal vez las preguntas deban ser hechas desde un para qué, tal vez la razón no sea tan importante como lo que sigue, pero el efecto no lo es sin su causa, usted sale del silencio y retorna a él ¿para qué? Navegar é preciso, viver não é preciso. Usted era mi puerto para anclar en este país, ¿debo seguir navegando? Es misteriosa la vida que lo ubica a uno en situaciones puntuales, Regina es una especie de respuesta que me arraiga en su cotidianidad, vive cerca de la oficina de correos, de la casa al trabajo hay un mundo de alternativas en las que se solaza; le gusta detenerse a tomar un cafezinho en el bar de la esquina en el que sólo hay una barra donde uno puede recargar los codos, una mesa con cuatro bancos; el único empleado es también el dueño, y muchas veces Regina es su único cliente, él siempre está con ganas de platicar, no sé quién le contará sus historias, no sé si las invente, si él sea siempre el protagonista, o las dos cosas. También se detiene en el quiosco de periódicos y no compra las revistas que hojea, el señor Augusto se hace de la vista gorda porque el letrero que tiene colgado en uno de los lados es bien claro en cuanto a la prohibición; igual que a mí, le gustan los pechos de Regina, los mira discreto cada vez que ella se inclina en la barra para alcanzar algo. A ella no le gusta lavar ropa, se ha hecho amiga de Salvatore, el hijo de la dueña de la lavandería industrial que queda a una cuadra antes de llegar a la oficina de correos, el mete los jeans de mi novia de contrabando en las lavadoras y se los entrega secos y doblados, también mira sus pechos, pero sin reserva. Me tienta esta vida de Regina sin precisión, me tienta más que lanzarme a navegar de nuevo, padre.

Su hijo que lo espera
Mario

Aquí sigo, padre, toreando a la violencia que vagabundea por doquier. Ayer salimos volando de la función de teatro a la que habíamos ido, después de que un comando tomó el local; desbarataron la poca escenografía montada, se llevaron a los actores y a algunos espectadores. Regina y yo corrimos rápido y más que nada, con suerte. A medida que nos acercábamos a casa me llenaba de seguridad; al llegar, el espejo de la entrada me abismó en mis ojos, soy el que fui, soy el que soy, no puedo evitar la comparación de circunstancias cuando me pregunto si me estaré convirtiendo en usted. Además, el nombre de la compañía, Teatro de Arena, me dejó en una inquietud funesta, temiendo que su figura se desmorone, igual que el proyecto de ellos, y desmoronada la arrastre el viento hacia la nada ¿Cómo proteger su memoria? No sé si tomar esto como una advertencia o como una señal que me lanza a navegar. Su única carta es un enigma precioso que dejé en la fuente frente al hospital donde nací, con la tranquilidad de que el agua disuelve, no destruye y lo disuelto se integra de nuevo, igual que la sal; las preguntas quedan en el limbo de lo posible, en un círculo que ojalá pueda ser cerrado para que sean envueltas como lo hizo el público en esa arena, rodeando con su humanidad a los actores. No importa quién lo cierre, para qué o por qué. A veces, la afinidad es un ensamble silencioso.

Su hijo que lo quiere
Mario

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