A propósito de la nieve cuajada

José María Conget

Zaragoza, Aragón, 1948. Su libro más reciente es La verdad sobre el amor (Pre-Textos, 2023).

Ni los más viejos del lugar habían conocido una nevada así, proclamará con satisfacción el telediario, algo con que rellenar la banalidad de las noticias de las nueve, y un locutor cubierto hasta las cejas habrá localizado a un abuelo local valiente que, superada la fase aguda del temporal, acepte ser entrevistado y confirme que jamás había visto tanta blancura inmaculada en las calles. Estanis observaba desde su asiento delantero las esforzadas maniobras del chófer, escuchaba sus juramentos furibundos a media voz y recordaba aquel trayecto de Washington a Nueva York en un Greyhound que avanzaba sobre una autopista helada a cinco millas por hora mientras las pantallitas repetían los primeros quince minutos de Dirty Dancing, se cortaba y volvía a sonar la blandenguería de «The Time of My Life», ¿se llamaba así?, y todos los pasajeros acojonados, como seguramente debían de estar los pocos que viajaban esta tarde, y más si tuvieran acceso a los manejos sudorosos del conductor. Había cerrado la novela de Benjamin Black porque aún no pasaban de las siete y ya era noche cerrada y, aunque había encendido las lamparitas encima de las dos butacas —la plaza de al lado estaba vacía—, tenía que forzar la vista, aparte de que el suspense que proporcionaban los riesgos del trayecto resultaba más interesante que las autopsias del doctor Quirke. Se ha cansado  de leer, ¿no?, al otro lado del pasillo se le dirigió sin mayor preámbulo una chica joven, no la veía bien pero parecía joven, ah, sí, contestó, entre el traqueteo y la poca luz es un sacrificio, nada más subir al autobús, para no pensar, se había embebido en el libro sin prestar atención a los compañeros de viaje, que eran pocos, el mal tiempo no invitaba a desplazarse si se podía evitar, ¿hay algo más anónimo que un transporte colectivo, ya sea de avión o terrestre?, varias horas con otros seres humanos de los que nada se sabe, con los que quizá se haya coincidido antes en la cola de un cine o en el supermercado o en una manifestación o en una playa, o se cruzan nuestras vidas por primera vez para jamás volverse a encontrar, y los bandazos que da este trasto son terroríficos, comentó la vecina, era difícil juzgar en la oscuridad pero Estanis diría que la muchacha estaba pálida, ¿tienes miedo?, vaya, la había tuteado y ella había empleado el usted, la diferencia de edad infundía respeto, ¿miedo?, sí, la verdad, ¿no se ha fijado en los sudores del pobre hombre?, hizo un gesto con la cabeza hacia el chófer, no te preocupes, creo que es un tipo experimentado y seguro, la tranquilizó aunque no poseía información que sustentara sus palabras, ¿te has abrochado el cinturón?, se bamboleaba al ritmo de los vaivenes del vehículo, sí, pero es como si me apretase, estoy mareada, se inclinó Estanis hacia su costado, ¿con náuseas?, uf, gimió ella, lo estoy pasando mal, aguanta un momento, se liberó la cintura y tambaleándose se acercó al conductor, disculpe, ¿tiene bolsas para el mareo?, el hombre aferrado al volante no apartó la vista de la carretera, haga el favor de sentarse, ¿no se da cuenta del peligro de andar zascandileando?, no se rindió Estanis, es que una pasajera va a vomitar, y qué quiere qué haga, vaya a su asiento y no joda, se lo he pedido por favor, sólo entonces el solidario tomó conciencia de la situación, miró hacia delante y no percibió nada salvo la niebla atravesada de copos, cómo se las arreglaba el exasperado para no desviarse al arcén, ¿no sería Caronte arrastrando a todos al infierno?, perdón, murmuró, trastabilló a su sitio y abrió el portafolio, había guardado en un lateral una envoltura de plástico con objetos de aseo personal básicos, los dejó sueltos en la cartera y extendió el brazo para ofrecer la bolsita a la descompuesta, no era muy grande pero haría su papel, a duras penas ella le dio las gracias, enseguida el cuerpo sufrió las convulsiones de las bascas y Estanis pensó que tendría que levantarse de nuevo, desafiando las iras de Caronte si lo espiaba por el retrovisor, y ayudarla a devolver, Caronte bastante hacía con tratar de dominar los remos de la embarcación así que el caballeroso se incorporó, apoyó un brazo en el respaldo de la mujer y con la mano derecha le sujetó la frente húmeda, sólo arrojaba bilis perfumadas de un olor agrio que a él mismo le revolvió las tripas.

La chica mantuvo la boca dentro del plástico aunque ya no vomitaba. Vamos a facilitar las cosas para evitar la incomodidad, propuso Estanis, vete al asiento de la ventanilla con precaución y yo me coloco a tu lado. Una sacudida del autobús lo obligó a ridículos ejercicios de equilibrio, la frente de la descompuesta le sirvió de agarradero improvisado, uy, perdona, farfulló, se sujetó con la otra mano al reposabrazos y se dejó caer al felpudo una vez que ella se trasladó a su izquierda. ¿Aún tienes náuseas?, no has arrojado más que baba y bilis, es que no había comido, masculló la moza, el desorden alimenticio de la juventud, ¿sería anoréxica?, pensó Estanis, ya no más, apartó la cabeza, ¿estás segura?, entonces dame la bolsa y la retiramos, la cogió con aprensión y la presionó dentro del pequeño receptáculo de basura entre las dos butacas, ¿cómo te sientes?, se interesó, mejor, muchas gracias, la muchacha había enlazado sus dedos a los suyos, hacía años él habría interpretado el gesto como la promesa de posteriores intimidades, ahora se supo encarnando un rol paternal, con la proximidad pudo apreciar los rasgos de la hija de circunstancias, era, en efecto, joven, no pasaría de los veinticinco, de facciones delicadas, el rostro con algunas pecas simpáticas, el pelo recogido en una cola y diría que rojizo, atravesadas orejas y nariz por feroces imperdibles, ¿dónde el tatuaje de rigor?, me llamo Elena, con hache, declaró, ¿muda?, requirió él, no, ya ve usted que no, a la hache me refiero, que si la aspiras o se trata de un capricho ortográfico, Elena con hache, o sea, Helena, no entendía nada, Elena sólo que con hache, repitió con humildad, ya, bueno, yo soy Estanis, sin hache, siempre una pizca de vergüenza al presentarse, ¿Echániz?, conozco a unos Echániz de Pamplona, buscaba conexiones la chica, no, no, mi nombre de pila es Estanis por san Estanislao de Kostka, un santo jesuita polaco, qué le vamos a hacer, es que mi padre era misionero en Bombay y se enamoró de una ursulina que cuidaba leprosos en Molokai, se casaron y rindieron homenaje a la orden religiosa que él nunca abandonó del todo, qué historia tan bonita, se embelesó Helena, mujer, que era una tontería para hacerte reír, una inocencia a prueba de chorradas, perdona ha sido una estupidez, mi abuelo y bisabuelo maternos eran Estanislaos y por eso, no es feo Espanis, muy exótico, amable la niña y de mal oído, y le dio dos besos en las mejillas, el rito generacional de las presentaciones, apestaba la pobre a hiel y a tripa vacía, pues ahora ya dejas de ustedearme, la evidente perplejidad le hizo corregirse, quiero decir que me tutees, por favor, sí, sí, es verdad, ya somos amigos, una sonrisa tan ingenua que lo conmovió. En ese momento el micrófono emitió un carraspeo y a continuación el verbo tenso del chófer, vamos a entrar en la estación de B, no estaba en el trayecto pero no me atrevo a seguir sin información del estado de la carretera, no me funciona la radio y aquí me pondrán al tanto, les ruego que no salgan del vehículo hasta que les diga qué vamos a hacer, abrió la puerta de delante y un frío blanco penetró en el interior durante unos segundos, afuera se percibía una sábana impoluta.

Desde varios puntos algunos pasajeros reclamaron libertad para salir, qué cojones ocurre, vociferó un gigante amenazador avanzando por el pasillo, yo tengo que llegar a Z como sea, un lamento femenino, es injusto, un ciudadano algo confuso sobre sus derechos, nadie tiene la culpa, el sensato dictamen mayoritario, Helena y Estanis optaron por el silencio, él liberó la mano que apretaba la muchacha para rascarse la nariz y de paso cortar el contacto, ¿cuánto tiempo convenientemente aislado de los demás, incluida su propia mujer?, el imperativo categórico de ayudar al prójimo por buena educación no iba más allá de las normas civilizadas de convivencia, con esas ya había cumplido. El mutismo que siguió al bajón de las manifestaciones colectivas violentó a Estanis, ¿cómo es que no has comido?, se interesó sin interés, se encogió de hombros las chica, no he tenido tiempo, si tardo un poco más pierdo el autobús, bueno, y que no tenía apetito, ¿va usted, vas, a Z o te quedas antes?, iba a Z pero a lo mejor nos quedamos todos antes, tal como están las cosas, Helena volvió a atrapar la mano de su protector, yo sí voy a Z, tengo allí una hermana, lágrimas al borde de derramarse, no le he avisado porque me he dejado el móvil en casa, te dejo el mío pero no hay cobertura, comprobó Estanis, ¿a usted le esperan?, o sea, ¿te esperan?, sí, vaya, esto es un incordio pero no me urge llegar, la persona que voy a ver no se largará aunque yo tarde, ¿su mujer?, disculpe, soy una indiscreta, mi padre y está muerto, dios mío, cuánto lo siento, cualquiera diría que lo conocía desde la infancia y la muerte la afectaba tanto como al hijo, estaba desahuciado y con la cabeza perdida hace tiempo, no es una sorpresa, mi hermano se ha hecho cargo de lo necesario, voy al funeral, si el clima lo permite, y si no, a colaborar con el papeleo de rigor, la muerte es una burocracia para los vivos, le fastidió de inmediato haber soltado prenda y se vio obligado al intercambio de datos, ¿vas a ayudar a tu hermana con algún problema?, no, no, yo me he escapado.

En ese momento apareció el conductor, señores, de momento no podemos seguir, lo siento, tal vez dentro de un par de horas, para los que deseen volver atrás, a las ocho un autocar hará la ruta de vuelta con el mismo billete, si nos dejan, ya han visto lo que nos ha costado, hay una pequeña cafetería en la estación, recojan su equipaje y esperen allí hasta nueva orden, les iré informando, joder, esto es inaudito, gruñó el hombrón, puede usted pedir el libro de reclamaciones a dios padre, un aplauso por los buenos reflejos del conductor, me han hecho espacio y aparcaré dentro, les abro el maletero, cojan sus pertenencias por si acaso. Yo no llevo nada, dijo Helena, mi bolso, y me he olvidado el móvil en la mesilla de noche, ¿el abrigo rojo es tuyo?, sí, y un jersey marrón, Estanis había bajado las prendas del portaequipaje, cogió la cartera y la trenca de su asiento, bien ligeros los dos, observó ella, una muda de ropa interior y poco más, confirmó él, pero cómo viajas tú sin nada, le había dicho que se había fugado, ¿de un siquiátrico?, se le pasó por la cabeza, cada vez se le antojaba más extraña la chica y no le aplicaba el adjetivo misteriosa porque su rostro infantil y el aire franco de despiste y desvalimiento no sugerían enigma alguno. Al bajar, los pies se hundieron en la nieve sólo hollada por las pisadas de los que se dirigían delante a la cafetería, unas luces mustias brillaban donde debía extenderse la ciudad, el escenario para un belén laico sin pesebre ni recién nacido, estaban a escasos metros de la entrada, los suficientes para recobrar la sensación de asombro infantil por la nieve, el crujido suave cuando la pisaban, su belleza y, reflexionó Estanis, la suciedad al derretirse, las aguas barrosas no ocultarán los plásticos, hojas de periódico, peladuras de frutas podridas que la blancura había escondido, todo un símbolo, acertó Dostoyevski. Le había cogido del brazo Helena, delgadita y frágil, irreal, con el abrigo rojo, aun sin capucha podría interpretar a Caperucita en dibujos animados. La cafetería de la estación de autobuses les dio una bofetada de calor grasiento, olía a salchichas y bacon, a dosis de aceite de girasol varias veces recalentado, en la barra envejecían los restos de bollería industrial. Los viajeros se distribuyeron en las mesitas de chapa, pataleaban para deshacerse de la nieve en el calzado, varios se dirigían ya a meditar sobre la oferta del bar. Deberías tomar algo, sugirió el paternal Estanis, hay bocadillos me parece, Helena se había sentado frente a él y temblaba de destemple, yo me pediré un coñac, venga, ¿para ti algo caliente?, ¿un té, un chocolate, si tienen chocolate?, un café con leche tal vez, sí, un café con leche y un par de dónuts, no te levantes, ordenó Estanis, yo te lo traigo, ¿estás segura de que te sentarán bien los dónuts?, deben de languidecer en el mostrador desde el principio de los tiempos, es que me gustan mucho, Caperucita al fin, bueno, ahora vuelvo, el encargado había encendido la televisión, me iba a casa cuando he visto llegar vuestro autobús, le explicaba a uno de los viajeros, ¿es necesaria la tele?, preguntó Estanis, oiga, hace compañía, otra cosa es que funcione, voces y músicas se entrecortaban con rayas y zumbidos, pantalla en versión Pollock y tan desagradable como la obra del pintor, junto a unos lánguidos boquerones en vinagre, mazacotes de tortilla de patata, pura patata y justo las salpicaduras de huevo, ¿menos arriesgado para la salud que los dónuts roñosos?, miró hacia la mesa, Helena se había subido las solapas del gabán, tiritaba, no valía la pena consultarle, dónuts, pues dónuts, regresó con la bandeja, ¿cuánto le, te, debo?, muy formal la niña, nada, no seas tonta, anda, bebe el café a ver si entras en calor, un sorbo al Terry, sacó el móvil, perdona, llamaré a mi hermano para que no se inquiete y a mi mujer por si está intranquila, me había advertido que el viaje era una locura, movió el telefonillo en el aire, no hay cobertura, quizás afuera, no le apetecía desafiar la helada, lo intento luego, se justificó sin que nadie le hubiera pedido cuentas, tú también tendrías que avisar a tu hermana, se dirigió a Helena, no me espera, ya te lo he dicho, ha sido todo tan precipitado, se desabrochaba el abrigo, hacía dentro una temperatura sofocante y el café estaba surtiendo efecto, ¿de qué huyes, Helena?, no respondas si no quieres, es que en el bus has dicho que te habías escapado, el coñac era tan malo como cuando lo bebía de estudiante y sin embargo efectivo, se sentía caldeado por fuera y por dentro, ¿tu mujer no podía acompañarte al funeral?, desvió ella la conversación, no quería mucho a su suegro y con motivo, aceptó él la curiosidad, con todo, me habría acompañado si no hubiera escuchado el parte del tiempo, y tenía razón, ya ves cómo nos encontramos, atrapados en este cuchitril, mordisqueaba Helena las infames rosquillas, en los labios se le pegaban puntitas de azúcar grasoso, terminó el café, ¿quieres otro?, ofreció Estanis, me siento mejor, se desprendió del abrigo y del jersey, una blusa estampada con imágenes de los Picapiedra debajo, un chalequito la había semiocultado en el bus, una falda plisada y con colgajos ¿punk? dejó al descubierto las pantorrillas fuertes y esbeltas, te has escapado, insistió Estanis, ¿de quién o de qué?, ella acercó el rostro al de su acompañante como para evitar ser escuchada por espías al acecho, huía de mi marido, Estanis dio un pequeño respingo, increíble, está casada, casada o con novio abusador, ¿tu marido te maltrata?, no, no, negó ella, me quiere mucho, me quiere muchísimo, la típica masoquista en manos de un torturador, ¿entonces por qué te has largado?, no dejaba de ser extraordinario que a poco de conocer a una persona se hubiera involucrado en una existencia de absoluta ajenidad, Helena se debió de percatar de la rareza, su expresión combinaba una especie de susto permanente y de candor, Espanis, compréndelo, no valía la pena corregirla, me cuesta hablarlo, es muy privado, no pretendía inmiscuirme, se disculpó el interrogador.

Escúchenme, por favor, el chófer había entrado en el bar por una puerta trasera, todos se volvieron hacia él, me informan que ha mejorado algo la ruta por la que hemos venido y, como les anuncié, los que quieran pueden volver en un autobús que partirá a eso de las ocho, un segundo de expectativa, los que prefieran seguir a Z no parece que podamos retomar la carretera en estos momentos, lo siento mucho, yo también tengo familia que me espera, protestas vanas en dos o tres puntos, al menos ha dejado de nevar, vamos a ver si de aquí a las diez la situación cambia, que sepan los que aguarden que, si falla todo, hay un hostal a trescientos metros de la estación y me han garantizado que esta cafetería permanecerá abierta hasta esa hora, se le aproximaron quienes consultaban lo que como era obvio carecía de respuesta. Helena suspiró, ¿tienes hijos?, preguntó de sopetón, no, no hemos querido, por lo menos no quería yo, una voluntad que le debo a mi padre que en el infierno descanse, él si maltrataba a su mujer y a sus hijos, no pegaba, no con frecuencia, pero hay muchas maneras de humillar, de herir, ojalá tú nunca las sufras, el espanto se dibujó en la faz de Caperucita, quién me manda soltar la miseria familiar, se maldijo Estanis, la nieve me está influyendo de una forma absurda, este bar inhóspito, el brandy peleón, la muchacha de inteligencia bajo mínimos, la muerte tardía e intempestiva de papá tras invertir sus últimos años en machacar sistemáticamente a los empleados de su residencia, recordó que Andrés le había contado la inverosímil relación del padre con una viejecita amable que lo cuidaba y se preocupaba de su bienestar, pobre mujer, no he querido tener hijos y no digo que me arrepienta, continuó, aunque es verdad, quizás me habrían sacado de la apatía que rige mis rutinas, Helena le apretó una mano de nuevo, ay, Espanis, no añadió otra palabra, su gesto encerraba toda la solidaridad de Caperucita por su abuelo, el lobo acababa de morir y eso no consolaba, se incorporó para rozar con los labios la oreja izquierda del amigo, me he ido porque tenía miedo, confesó, ¿de tu marido?, miedo de su amor, un título para Barbara Cartland o para una telenovela mexicana, me da mucha vergüenza contar esto pero me aliviará hacerlo contigo, eres muy comprensible, comprensible en exceso a juzgar por lo que él, con tantas reservas bajo llave, le había confiado, y no a un sicólogo profesional o a un amigo de la niñez, tan comprensible como él mismo, sino a una joven desnortada que huía sin equipaje alguno del amor de su marido, ¿qué vas a hacer, vuelves o te quedas?, le instó, no sé, ¿y tú?, me quedo, en algún momento estará practicable la autopista, si no, dormiré en ese hotel y desde allí llamaré a mi hermano, Helena sonrió para mostrar confianza en la alternativa del amigo o padre o abuelo, pues venga, yo me quedo contigo, qué pasaría si regresaras, ¿te castigaría tu pareja?, no había forma de comprender el miedo a quien la quería mucho, qué va, Julián me habrá estado buscando como un loco cuando haya comprobado que no le respondía, desesperado, al verme de vuelta se echaría a llorar de alegría, ¿entonces?, el desconcierto de Estanis se tradujo en una mueca de incomprensión, él que era tan comprensible.

La presión sobre su mano, observó Estanis, era más intensa, como un náufrago que se agarrara al salvavidas que le impedía hundirse. Conocí a Julián en una sala de juegos, se lanzó en voz baja Helena, yo iba con las amigas y él trabajaba allí y al mismo tiempo diseñaba consolas, ¿sabes?, ahora es uno de los más importantes de España, es muy bueno en eso y gana una pasta gansa, vivimos bien, ¿tú entiendes de esas cosas, Espanis?, me pilla un poco viejo, un lego absoluto, reconoció con humildad, fue un flechazo, mira, era, es, divertido, cariñoso y guapo, nos casamos a los meses y fíjate, no nos habíamos acostado hasta la boda, yo había tonteado con un compañero de instituto y había hecho el amor con el dueño de la sedería donde trabajé de dependienta al dejar el bachillerato, fui malísima estudiante, en segundo suspendí filosofía y matemáticas, ¿o era química?, no me acuerdo, lengua también, un desastre, meditativa unos segundos, todavía no entiendo por qué Julián y yo no nos fuimos enseguida a la cama, con lo que nos queríamos y nos gustábamos, Estanis había empezado a elaborar una teoría, en efecto era raro que dos jóvenes en plena efervescencia hormonal no aprovecharan cualquier catre improvisado para la gimnasia erótica, ¿sois religiosos, os parecía inmoral el sexo previo al matrimonio?, ¿inmoral?, qué gracia, ninguno de los dos somos de misas y eso, a veces me meto en una iglesia para estar tranquila, ya sabes, Estanis no sabía en realidad pero la dejó explicarse, y me pongo a pensar y pienso que algo debe de haber, ¿no?, ¿todo se acaba aquí?, pero a los curas ni verlos y Julián se burla de ellos, a ver si lo entiendo, ¿no os ibais a la cama por tradición?, ¿qué quieres decir?, lo de la tradición le sonó a campanas, yo me lo comía a besos y él echaba el freno, un homosexual en busca de coartada, concluyó Estanis, sería una impertinencia insinuarlo y sin embargo se lo soltó, a lo mejor Julián es gay, Helena se carcajeó, ¿maricón?, ni hablar, nada más casarnos fue un huracán, el comprensible no comprendía, la confesión de Helena descendió a un susurro, tardé en darme cuenta de que había algo, no sé cómo contártelo, me da un apuro, no aventuraría el confidente otras posibilidades que le cruzaban la mente, sexo duro, excitación por estrangulamiento, prácticas sádicas, nos lo pasábamos de maravilla, ¿sabes?, Julián era más experto que yo y jolín, siempre era una fiesta, qué bien, dijo Estanis sin entusiasmo, de pronto se interrumpió el discurso, aguarda, tengo que ir al servicio, se levantó, una mirada panorámica para localizar el baño, sus pasos rápidos, el vuelo de la cola de caballo, era linda la Caperucita. Por los ventanales que daban  afuera se adivinaba un silencio imperturbable, qué hora era, seguía sin cobertura, escribió a su hermano y a su mujer sendos whatsapps que se atascaron en salidas, Elsa criticaría su actitud con la fugitiva, ¿para qué le das bolilla?, reprocharía, ¿es que te gusta, te resta frialdad sentirte humano por una vez y con una desconocida?, no te hagas ilusiones, eres muy viejo para ella, ¿había imaginado las frases implacables de su mujer o monologaba consigo mismo?, responde, acusado, no me gusta, o sí, me gusta pero jamás ligaría, aunque retrocediera veinte años, con una persona que se empeñara en llamarme Espanis, ¿o sería Spanish?, no mientas, pasaba de la primera a la segunda persona en un monólogo interior confuso, su rostro es delicado y su figura sensual, sólo que no dejas ni un minuto de ser consciente de ejercer de abuelo de Caperucita.

Volvía indignada, qué asco, Espanis, estaba asqueroso y vaya contraste, lo blanco limpísimo de afuera y luego la porquería del baño y es que la gente es muy guarra, nos habíamos quedado en lo bien que follabais, había captado Estanis los rodeos para postergar la revelación iniciada, jajaja no me atrevía a decir eso, follar, mi madre siempre emplea hacer el amor, ¿sabes?, lo sé, confirmó él, la mía, de otra generación, más eufemística, decía hacer el acto, por lo visto el sexual era para ella el acto por excelencia, casaba mal el pudor lingüístico con su apariencia, las apariencias no engañan tanto como sugiere el tópico, pero el contraste entre los piercings y los rubores era notable, volvió ella a enlazar los dedos con los suyos, en fin, que hacíais el acto con gran satisfacción de ambos, abrevió Estanis, pasábamos mucho rato acariciándonos, besos y besos, sabes, sé, afirmó él, y otras cosas, las llamábamos caprichos, no entres en detalles, los imagino, dejábamos para el final lo de follar, o sea, la penetración, aclaró Estanis, eso es, y al principio le obedecía, Julián elegía sin excepciones hacerlo por atrás, ¿coito anal, es decir, por el culo?, no, que hace mucho daño, a Paco, mi jefe de la sedería, le chiflaba y dos veces me la metió contra mi voluntad, con Julián era a lo perro, ya sabes, lo sé, lo sé, Julián es muy tierno y además muy, me faltan las palabras, muy ¿eficaz, se podría decir?, con los anteriores me gustaba el sexo pero no llegaba, ¿me entiendes?, a Estanis le fastidiaba la permanente incertidumbre de Helena sobre sus entendederas, claro que te entiendo, que no te corrías, eso, me cuesta pronunciar ciertas cosas, correrse, vaya, que no me corría y con Julián desde la primera vez, me decía cosas mientras eso, cosas que me excitaban aún más, y hacíamos mucho ruido, sabes, llorar y suspirar de cuando en cuando, recitó él, ¿cómo?, que el amor físico se expresa con gemidos, verdad, verdad, yo gemía y Julián al correrse rugía, me asusté y luego me daba como risa y, no sé, como un poco de sofoco, qué van a pensar los vecinos, le bromeaba, hasta que me apeteció cambiar de postura, revolcarnos a un lado y otro y en una de esas yo quedé debajo, la posición del sacerdote se llama, ¿no?, más bien del misionero pero por ahí va el concepto, eso, y Julián quiso volver a la suya preferida pero ya estábamos a punto y yo le ceñía la espalda con las piernas, Estanis había temido la desviación al terreno pornográfico, inevitable, y entonces, entonces, ay, entonces Julián cogió la almohada y me la puso sobre la cabeza y le oí la especie de ronquidos que da de gusto y yo me ahogaba y con una mano quise apartar la almohada pero él la apretaba fuerte fuerte contra mi cara y luego se desplomó a mi lado y yo recuperé la vista y la respiración, él parecía medio muerto, lo acaricié, me dijo que era el orgasmo, orgasmo es correrse, gracias por informarme, el orgasmo más intenso de su vida y yo esperé a que se calmara por completo y le pregunté por qué había hecho eso, taparme, me había dado un susto, es que se me descompone la cara, me dice, me da reparo que me veas así, desfigurado, y yo venga a convencerle de que a mí incluso me atraería más, que lo quiero tanto que me gustaría aunque le creciesen verrugas o se le torciera la nariz y él me lo agradece, amor mío, dice, y a la vez siguiente volvemos a perrear por atrás y me va soltando cochinadas, tócate me dice, y yo me toco y me corro y lloro de placer, fíjate, lloro de placer, y seguimos y seguimos por atrás y no te equivoques, a mí me gusta, sólo que, ya sabes, y una tarde, nos encantaba después de comer, a la hora de la siesta, me doy la vuelta por sorpresa y me pongo encima y cabalgo como loca y me toco y me voy a correr y al contrario que él le digo mírame Julián, mírame, y me corro sin descabalgar y él se excita y se excita y yo aparto la almohada para que no y entonces me tapa los ojos con una mano y la otra, con las dos manos y rebuzna o brama o lo que sea el ruido que hace que es una barbaridad y yo no soy capaz de apartarlo, tiene mucha más fuerza que yo, y caigo encima de su pecho y me pide perdón y perdona amor mío ya te dije por favor no me mires que me vuelvo un monstruo de feo y me dio pena, estaba acongojado, ¿y si me compro un antifaz?, por favor, y me compré un antifaz y al principio era muy, o sea, muy ya sabes, me corría antes, me encendía hacerlo sin ver lo que me hacía y cada día él inventaba algo y rugía y roncaba con toda su alma y yo pues dios mío también, chillaba o gemía como has dicho tú antes. Estanis controlaba su estupefacción, por qué una desconocida le transmitía los secretos de su vida sexual y por qué él los escuchaba, notaba cómo se humedecía la mano por el sudor que Helena transpiraba, igual que si se hubiera corrido cien metros vallas sin antifaz, la retiró con cierta brusquedad y fue como desenchufar una grabadora, se cortó la alocución, uno frente al otro atónitos de protagonizar ese instante irreal, ¿oirían ya la voz de corten?, fantaseó Estanis, nadie les filmaba, no había cámara oculta, Elena se enfundó la hache para engarzar sus dedos con mayor vigor, no sería sencillo soltarse, una uña se le clavaba sin que él osara protestar, ella incrustaba la mirada en la esquiva del confidente, hasta esta mañana, todas las sílabas temblaban, esta mañana me he quitado el antifaz y he mirado.

El autobús para S saldrá dentro de cinco minutos, anunció el altoparlante, los pasajeros que llegaron a las siete y quieran regresar a S pueden subir con el mismo billete de ida, un removerse de sillas, mochilas y abrigos, varias personas desfilaron hacia los escasos andenes al fondo del bar. Helena y Estanis, con las manos enlazadas, parecían una incongruente pareja de enamorados, desigual por edad e incluso por el aspecto de cada uno que los ubicaba en atmósferas diferentes, convencional señor correcto y rockera de barrio, algunos de los que partían les arrojaron una ojeada de curiosidad no exenta de impertinencia. ¿Y esta mañana?, murmuró Estanis, contagiado del tono folletinesco de la chica, había tal intensidad en el rostro de Helena que evocaba a una sibila pop, a una Casandra con malas profecías para sí misma, esta mañana habíamos desayunado ya y Julián se había vestido para ir a su estudio, yo le he pedido que se abrigara porque habían pronosticado nieve, ¿no te fascina la idea de la nieve afuera y nosotros junto a una chimenea?, se le ocurre, estar recogidos en casa y follar despacio al ritmo de la nevada, qué nos lo impide aunque no tenemos chimenea, y otras palabras que me han abierto el apetito y hemos empezado a meternos mano y a quitarnos la ropa como lo hacemos siempre, yo lo desnudo a él y él me desnuda a mí, ya sabes, Estanis sabía pero hacía tiempo que no, y en el sofá de la sala y luego en el suelo porque nos hemos caído nos hemos sobado y chupado y arañado y Julián decía bajito ya nieva y llueve y hay tormenta, qué tontería pero me ponía a cien, me he puesto a cuatro patas y rebuscado por los cojines un antifaz de los que vamos abandonando por la casa, en el dormitorio por supuesto, en el baño, hasta en la cocina hay alguno que nunca se sabe dónde nos va a entrar la fiebre esta que es de verdad una calentura, me lo he enfundado y él me ha empezado embestir no sé si como la nieve o los relámpagos y yo no me he acariciado porque no sé, quería tardar, llegar despacio, a ritmo de nevada como nos habíamos prometido, no quería correrme antes que él que aceleraba y me he dado cuenta de sus latidos, el respirar deprisa y del quejido dulce con el que empieza y zas, me he quitado el antifaz y he vuelto la cabeza, casi me da una tortícolis, cuando él bramaba como un toro o un tigre o sabe dios qué animal y lo he visto, Espanis, lo he visto y no era Julián, era un monstruo, ¿un monstruo?, qué quieres decir, quiero decir un monstruo, el hombre lobo de las películas, sabes, la boca desencajada, los ojos fuera de las órbitas y los dientes como si fueran a escaparse de la boca, como si la dentadura no le cupiera y tuviera que morder algo para reinstalarse en la mandíbula, qué terror, Espanis, he gritado espantada, los brazos se me han aflojado y he caído de bruces y la penetración era tan honda, como un tornillo en el coño que no se ha salido, jadeábamos los dos ya sin ruidos y sin movernos, he sentido que por fin se escurría fuera su tronco, me he quitado de debajo de él y he mirado su cara, la de siempre ya, pero llena de lágrimas, Helena, Helena, repetía mi nombre sin parar, te lo había rogado por favor, dice, te lo había suplicado, juraste, Helena, lloraba desconsolado pero yo estaba muerta de miedo, Espanis, me he levantado, he ido al dormitorio, me he vestido sin fijarme en lo que cogía, esta falda de cuando iba al instituto, lo que fuera, me he largado sin volver a mirarlo, estaba en el suelo todavía y venga a llorar, hacía un frío horrible y he dado mil vueltas por las calles y al mediodía tenía necesidad de un refugio y he pensado en mi hermana, ir a Z con ella, en un taxi he llegado a la estación de autobuses y he cogido billete para el primero que fuera a Z, había que esperar un poco, avisaron que a lo mejor se suspendía el viaje, pero no, y podía haber comido pero no tenía hambre ni sed, sólo un miedo que no te puedes ni imaginar. Estanis había barajado en la memoria docenas de secuencias de paulnaschys en luna llena, nosferatus caseros, imágenes de zombis y endriagos varios, Helena castañeteaba, menos mal que te he conocido, tenía que contárselo a alguien y por otra parte no me atrevía, tartamudeaba, cómo reaccionar, deliberaba Estanis, le dio unas palmaditas en las mejillas, vamos, vamos, tranquila, ¿y si la abrazara?, fue hacia ella y la abrazó, la cabeza de ella, sentada, contra el pecho de él, eso fue una alucinación, Helena, estabas obsesionada con la prohibición de mirarle cuando tenía el orgasmo y tu cerebro, no tus ojos, trucó la realidad y la convirtió en una pesadilla, eres muy bueno, sollozó la visionaria, si acaso comprensible, pensó él y no lo dijo, pero yo estaba con los cinco sentidos, no fue una alucinación, no, Helena, en plena actividad erótica el cerebro funciona de otra manera menos racional, un científico te lo explicaría mejor, volvió a su asiento, la cabeza de la muchacha había descendido levemente, no era el momento de sentirse estimulado y se había sentido, de nuevo frente a frente, gracias, gracias, te acabo de conocer y ya te quiero mucho, declaró ella, qué incomodidad, se dijo Estanis sin certeza de que se la provocara el cariño de la chica o los síntomas de una erección, o los dos estímulos, pero no fue una alucinación, Julián se vuelve un monstruo, insistió ella entrecortadamente, el monstruo bajo la máscara de la costumbre, la mierda bajo la nieve, a Estanis le bailaban fotogramas y lecturas de terror, y Julián lo sabía y por eso me había prohibido, no cejaba Helena, debe de ser un hombre muy consciente de su atractivo físico, razonaba el sensato, y claro, no le gustará que le espíen el descontrol facial del clímax, clímax, joder, se estaba degradando a niveles de educación sexual escolar, había visto por lo menos a otros dos, rememoró la atemorizada, cerraban los ojos, abrían la boca, me acuerdo de que el de las sederías alargaba la barbilla, se afeaban si tú quieres, Julián se ha vuelto otro, un monstruo, un marciano, un animal, lloraba a moco la criatura, venga, ahora eres tú la que se afea con el disgusto, entonces ella se dirigió hasta Estanis y otro abrazo, juntó los dos rostros, las lágrimas y la moquita mojaron las sienes del varón, ¿interpretaban un vodevil o un melodrama?, debían de estar llamando la atención de los parroquianos, el abrazo de él sentado y ella de pie era embarazoso y él se levantó y repasó la espalda de la moza como había visto en las películas y maldita erección, si por fin no había viaje esa noche y se quedaban a dormir en el hostal, no seas imbécil, viejo verde, se insultó y desechó la mera posibilidad como quien espanta una mosca, anda, vuelve a tu silla, la gente nos está mirando, obedeció Helena, de nuevo las manitas, ¿a ti te pasa?, preguntó con angustia, ¿volverme monstruo cuándo?, nadie me lo ha dicho, se me alterará el rostro supongo, como a tu marido, me afearé, aún más, nunca me he visto, como puedes suponer, le costaba a Helena reponerse, lloraba con suspiritos, «Hush little baby don’t you cry» habría canturreado Estanis si no temiera ofenderla por la frivolidad, de todas las historias de rupturas amorosas la de aquella chica, preciosas las pecas  mojaditas de pena, era la más extraordinaria, ni por un momento creyó en la literalidad de la metamorfosis del tipo pero le atraía el espejismo espeluznante y compadecía la locura transitoria de la enamorada, qué metáfora contra el patriarcado y sin influencias feministas. Igual ahora te convendría comer algo más contundente que los donuts, qué te parece. El altavoz se tragó la respuesta, su atención, señores viajeros, la DGT nos comunica que hoy no podremos seguir viaje a Z, lo sentimos mucho, nos hemos puesto en contacto con el hostal Paraíso aquí enfrente y hay sitio para todos a un precio razonable.

Hipaba Helena como algunos borrachos, embriagada de terror y oscuridad, ¿llevas dinero para el hotel?, si no, Estanis se lo pagaría, sí y tarjeta de crédito, vale, nos pediremos dos habitaciones bien calentitas pero no sin cenar algo, yo mismo me arriesgaré con un pedazo del mamotreto de tortilla de patata con un tinto, la vio arrancarse las lágrimas de un manotazo, vale, sí, yo lo mismo, qué valiente, la elogió él, déjame que te invite, se ofreció Caperucita, ni hablar, impecable hidalgo español Estanis, fue a la barra donde dormitaba el barman, un abuso lingüístico el anglicismo, la tele chisporroteaba sobre su sueño, la tortilla presentaba en la superficie una rugosidad antediluviana y el amarillo del huevo había adquirido un aspecto ceniciento, el cliente golpeó con una moneda la encimera, pestañeó el medio atontado, oiga, ¿no nos enviará al hospital?, le señalaba la bandeja con los ladrillos de tortilla, pues es de esta mañana, balbuceó el camarero, hombre, me voy a llevar dos pinchos de cualquier manera pero no me mienta, lo que usted diga, un encogimiento de hombros despectivo o resignado, y dos Riberas, sólo tenemos vino de la tierra, qué pocas ganas de servir, entonces dos tintorros de la tierra, no le vencerían los impedimentos. Cuando colocó la bandeja en la mesa, Helena estaba serena y muy guapa, con la palidez romántica de quien atraviesa una resaca emocional, le sonrió, gracias, eres un ángel, cierto, se burló él, la alas se me han caído en la nieve, con la manía que le tenía a toda la corte angelical, se había enemistado con el cine de Wim Wenders por los alados sobre Berlín, el ángel de la guarda dulce compañía le producía en la niñez más sensación de intruso que de amparo, te quiero mucho y buscaremos tus alas por la mañana, nadie se las habrá llevado porque sólo te encajan a ti, la segunda vez que lo quería mucho en media hora, correspondía un yo también sólo que se le habría antojado tan falso como las plumas volanderas, no seas exagerada, anda, come, es peor el aspecto que el sabor, su optimismo chocaba con la obvia masticación aprensiva de ambos, ¿lo que no mata engorda?, citó ella entre bocado y bocado, eso es, se le desbocó la risa a Estanis, lo que es llenar, llena, admítelo, y el vino es de los que en mi pueblo llamaban el venenico, más risas, el buen humor ayudó a digerir comida y bebida por completo, dejaron sólo el pan, arcilloso, parecía tan natural el rápido cambio de llanto a carcajadas, si no se te han reproducido las náuseas es que esta tortilla en realidad posee elementos medicinales, antieméticos creo que es el término técnico, debemos recomendarla en farmacias, sus bobadas eran festejadas con un jolgorio tan expansivo como el desconsuelo de hacía unos minutos, ¿nos vamos ya a descansar al hostal?, una sombra cruzó la frente de la muchacha, te quiero pedir un favor, dijo, ¿no te importará que durmamos juntos?, la inflexión era de súplica, con lo que he vivido hoy me impresiona la idea de quedarme sola, no te molestaré, ya verás, si tengo insomnio y me entra el pánico te cogeré la mano sin despertarte, quién había escrito el guion de esa tarde, se preguntó Estanis, el cuarto de siglo largo que lo separaba de Helena le confería el doble papel de protagonista del instante y de espectador del mismo, del teatro de las relaciones humanas, ¿era teatro el roce de la piel o sólo las palabras, teatro el abrazo pero no la erección espontánea?, la noche derivaba hacia un cliché de comedia sentimental y lo peor era que a él no le importaba, que no deseaba eludir la representación, y por otra parte no dudaba de la inocencia de Helena y tampoco de que esa inocencia la condujera a una situación que él no deseaba y sí deseaba, pedimos una pieza con dos camas, la conciencia se resistía, no, Espanis, yo necesito sentirte cerca, poderte rozar cuando el miedo, de pronto él fue consciente de que otra vez componían el icono de novios tópicos, las cuatro manos enlazadas, y el espectador le dictó unas cuantas preguntas esenciales: ¿llevas un calzoncillo nuevo?, ¿le olerá a la chica todavía el aliento a vomitina?, ¿no se te distorsionará la cara al correrte como al tal Julián?, bien, acepto, un titubeo hipócrita, pero antes, perdona, llámame Estanis, con t, si no, me parecerá que te acuestas con otro, y no tuvo reflejos para no emplear un verbo menos ambiguo que acostarse, ¿Estanis?, sí, perdona, qué lacha.

Se abrocharon concienzudamente abrigo y trenca, ella se colgó al hombro su bolsito verde y él agarró del asa el portafolios, Helena aferró el brazo izquierdo de Estanis, ya no Espanis, y un frío puro y limpio les revitalizó el cuerpo al abrir la puerta por la que entraron. El cielo se había despejado, las luces de la ciudad, enfrente, aludían a las viejas rutinas de la cena en familia, las catástrofes implacables de las noticias del parte, las compras de última hora en los bazares chinos o pakistaníes, como si ellos ahora pertenecieran  a un universo alternativo, semiolvidado el cotidiano de los hombres. ¿Dónde está el hostal Paraíso?, los autobuses partían desde el otro costado de la estación y la extraña pareja emprendió una vuelta a la manzana, la nieve recobraba la virginidad al apartarse de la calle que otros transeúntes habían violado, y los pies se complacían en el grato hundimiento y el grávido proceso de caminar sobre ella. Allí está, señaló Estanis, un edificio sin pretensiones a un costado de la carretera, hay días raros que te permiten gozar de la generosa superficie de la vida y de la nieve, dijo a sabiendas de que Helena no le entendería, un novelista ruso escribió un cuento largo y muy sórdido que se titula «A propósito de la nieve derretida», explicó, porque la nieve, cuando se derrite, se vuelve barrizal, desvelamiento de basuras ocultas, peligro de resbalones, no llegaremos a eso, había una insólita felicidad en la afirmación, nosotros no corremos peligro, corroboró Helena, y entonces Estanis se acordó de otro libro breve del escritor ruso, Noches blancas, que en realidad transcurre en el solsticio de verano y él, a pesar de saberlo, imaginaba el entorno del cuento como el de esa noche real en la que a un hombre y a una mujer la nieve había impedido gozosamente llegar a su destino. Y mientras trataba de recordar el desenlace del texto literario, vio acercarse hacia ellos un coche fantasmal y el corazón intuyó el desgarro de las decepciones, el auto se detuvo a unos metros, Helena se inmovilizó, un hombre joven, delgado, robusto, salió a cuerpo del Porsche o el Ferrari o el BMW, Estanis no entendía pero suponía que era de los llamados de alta gama, y el hombre gritó algo y repitió ese algo que era el nombre de Cenicienta, de la chica que quería mucho a Espanis y también a Estanis y que por favor la dejara dormir a su lado, y la chica se desligó del amigo que le preguntó ¿es el monstruo?, y ella no respondió, gritó también un nombre, Julián, gritó, y corrió hacia él, lo abrazó, dijo te vas a enfriar, y Estanis la oyó, y el monstruo dijo pensé que irías a casa de tu hermana y en la gasolinera me han advertido que un autobús se había desviado aquí, y luego añadió, y Estanis lo escuchó, vamos a casa, y la chica dijo espera, sólo un momento, volvió hacia Estanis, depositó un beso rápido de avispa en sus labios y bajito, en el oído, le prometió nunca te olvidaré, antes de retornar al monstruo, subir al coche sin mirar atrás y alejarse despacio porque la nieve cuajada, la nieve impoluta, la nieve de la infancia exige conducir con prudencia. Helena desapareció en el horizonte oscuro y su marcha cerró un paréntesis en el lento devenir de aquella tarde de la vida de Estanis: volvía a ser la tarde del día después de la muerte de su padre.

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