(Lima, 1971). Su último libro de poemas publicado es Del mal amor (apuntes de la era de la violencia) (Pájaro de Fuego, 2016).
Ella dice: Allí están otra vez. Otra vez las gaviotas. Su cuerpo está lejos del escenario del significado. Quiero decir que su cuerpo se ha instalado en un lugar ausente de sentido. Las vocales que ella dice se escuchan sólo en los bordes. Sus palabras vienen desde un espejismo. Podríamos decir que ese espejismo de lenguaje reinterpreta esa voz. Ella dice. Las gaviotas tienen por tanto una existencia puramente lingüística. Están allí porque las nombramos. Las palabras que articulo en el texto tienen la misma existencia para mí que la tienen para ella las gaviotas. Las gaviotas no son un axioma, su verdad está instalada en el mundo a través de ella. Ella es así causa primera de cualquier posibilidad de demostración. Pero, para ser justos, ¿hay algo qué demostrar? Las gaviotas están tensas, casi anhelantes, entre las piernas de ella. Sus ojos miran el mundo con extrañeza. Me quedo inmóvil ante esa escena. Esa escena sin escenario es la paradoja de la palabra. Las gaviotas son elementos paradojales. Están tensas, anhelantes y, sin embargo, la extrañeza de sus ojos revela que su significado está escindido del mundo. La escisión se manifiesta en las vocales que ella dice. Esas vocales son casi un gemido. De otro lado, todos los espejismos que nombramos revelan que ella está desnuda. Su cuerpo tendido tiene también algo de anhelante. La tensión de sus palabras es evidente. Ella es un cuerpo núbil. Y más que núbil. Es como si todo su cuerpo se hubiese concentrado en sus piernas. Todas las palabras que ella dice son: Allí están otra vez. Otra vez las gaviotas. Pero sus palabras tienen el sonido de una navaja.