(Sari, Irán, 1976). En 2017 publicó el poemario Suomalainen Iltapäivä (La Casa del Poeta / Olifante Ediciones de Poesía). Reside en México desde 2012.
Un extranjero siempre lleva
su hogar en sus brazos
como un huérfano
y tal vez
todo lo que busca
es una tumba
para enterrarlo.
Nelly Sachs
Los cuentos populares de esta ciudad hablan de un extranjero que llegó en el día más frío del año a la casa más antigua con una rubia y una maleta y alquiló una habitación. Ningún ojo podía mirarlo. Era un abismo con forma de hombre. A su llegada, todos los objetos que estaban emparejados tuvieron que sufrir algún daño. Se dice que una mujer vivía en la habitación de al lado. Todo lo que tenía era un par de macetas que le habían pasado de mano en mano desde tiempos muy antiguos. Al llegar el extraño, una de sus macetas desapareció y todas las flores de la otra maceta empezaron a marchitarse. La mujer estaba llorando, pero sólo uno de sus ojos tenía lágrimas. El ojo sin lágrimas sólo veía sombras. Cuando el extraño y la rubia salieron de la ciudad la nieve se detuvo y la mujer vio las dos macetas sobre su alféizar. Una de ellas estaba llena de ceniza.
He llegado nuevamente a esta ciudad, la gente me divisa y se sienta a mi lado con su café en mano, conversa. Juntos rememoran conmigo y me preguntan con humor: ¿has devorado a la rubia en esas tierras lejanas? Guardo silencio, veo miedo en sus ojos, sus cuerpos están paralizados, uno de sus ojos está fijo y el otro se mueve rápidamente.
Las leyendas dicen que este tipo de animal se extendió rápidamente después del Gran Incendio de Roma. Después de ese incendio, este animal inhalaba aire y exhalaba cenizas. La ceniza de sus exhalaciones en una cama o sobre una almohada causó insomnio o pesadillas. Se sabe que sus muertos usaron el cuerpo de sus vivos para hablar, y por esta razón, mientras están vivos, no tienen poder sobre sí mismos y sus deseos sexuales varían dependiendo del número de sus muertos. Hablar con ellos es hablar con sus muertos. Para aprender su idioma es necesario escupir tres veces en la boca del otro, mutuamente. Cuando la gente aprende su lengua, el color de su piel cambia inmediatamente.
Otra vez en esta ciudad y todavía el peso del tiempo es más que cualquier otra cosa. El lugar conduce a los cinco sentidos a un sueño profundo. El ojo en la continuidad de la nieve raramente se enfrenta a la aparición mimética de una casa. El oído en la armonía del silencio y la respiración escucha la ruptura no armónica de un árbol en las profundidades del bosque. La piel crece adormecida. La nieve carece de olor. Y la lengua se acostumbra al hambre. Desde los cuatro rincones de la tierra, mis muertos me prestan el sentido que se ha borrado de ellos: un ojo por una concha de metralla, la piel por el fuego, la nariz y la boca después de un bombardeo químico, una oreja en la explosión. Con la intensidad de todos los deseos ocultos en la pérdida veo aceras, nevadas, llenas de restos de cigarrillos. Los transeúntes no son visibles sin cuerpo, sin labios. Busco palabras que hacen invisible lo visible e imposible lo posible. De la mano con el olvido, me paro frente a un espejo que no me refleja y empiezo a cantar.
Homero y Sófocles no eran los únicos que hablaban de ellos. Pero los romanos cometieron un grave error y los imaginaron viviendo sólo en los mares. Los griegos tenían imágenes más claras de ellos. El método de Homero delante de ellos era preventivo: los cinco sentidos debían permanecer cerrados y escapar de ellos era posible. Sin embargo, su estrategia no fue útil después del Gran Incendio de Roma. Como muchos otros animales, tienen la capacidad de sentir el miedo en sus presas y por eso uno nunca debe descuidarse. No son Comedores de los Muertos. Los muertos, en su creencia, son dioses, y por lo tanto, cuando uno se encuentra frente a ellos, es mejor jugar el papel de alguien muerto. Los ojos son la parte del cuerpo humano que más los atrae. Se sabe que ganan el brillo en sus ojos mirando en nuestros ojos y frotando nuestras almas fuera de ellos.
Otra vez en esta ciudad y aún no sé si el lenguaje es la casa de la existencia o una muralla de la ciudad cuando tus ojos son verdes. Los viejos vencedores en las grietas, enterraban vivos a los cautivos. Tus ojos eran verdes y sé que el idioma todavía tiene grietas, sé que se puede mirar a través de ellos o que en ellos pueden enterrar a alguien. Las paredes de mi lengua, las paredes de tu lengua y los muertos en las grietas. Tus ojos, verdes y mis paredes altas. Tus soldados atraviesan grietas de poemas y marchan sobre mi cuerpo. Poesía: siempre un traidor y tus ojos verdes.
Cuando se enamoran de alguien, lo comen. Normalmente parten de los órganos más profundos: hígado, vísceras y las carnes ocultas. La presa nunca siente ningún dolor. El espacio vacío del órgano consumido es reemplazado por un vacío sólido o líquido que funciona como el órgano perdido, pero está vacío de vida. Debido a que el entorno natural de su vida cotidiana está lleno de eventos impredecibles como bombardeos o guerras, están acostumbrados a cualquier cosa impredecible y sorprendente. Es posible que griten en voz alta sin ninguna razón. Es posible que se conviertan en piedra de repente y no muestren ningún movimiento tangible. Si por alguna razón ilusoria te ves obligado a vivir entre ellos, nunca cesan sus rutinas naturales: deportes, largas duchas, una dieta. Nunca olvides que ningún contrato con ellos se considera válido. Utilizan una especie de tinta para firmar contratos que se disuelve cuando lo desean. De hecho, lo que te dan nunca es legítimo. Simplemente no existe, es imaginario. Sus canciones son principalmente melancólicas y tristes porque nunca escuchan la voz de los seres vivos. Ellos piensan que la música de los muertos es la única música adecuada para escuchar.
Quizás estoy otra vez en esta ciudad. Tal vez en una sala de conciertos o en un estudio donde los dedos de los pianistas tocaron los teclados e interpretaron esta canción, la calidad de la voz demuestra que las manos del intérprete están deterioradas pero puedo inclinarme sobre sus rasguñadas notas como si estuviera sentado en un tren que avanza hacia el frente, hacia la guerra, y descarrilara acaso, en una estación segura. Tal vez en una sala de conciertos o en una habitación pequeña donde tus labios jugaban sobre mis temblores: tus susurros cerca, tus manos jóvenes. Estabas a mi lado (en otro idioma), robabas mis pesadillas a través del temblor de mi cuerpo y las traducías a tu respiración. Las traducciones te llevaban de viaje. Llegabas a todos los puertos del mundo. Todos los marineros te enviaban besos. Te desnudabas en la niebla. Abrazabas las distancias entre pesadillas. El espacio entre sus respiraciones se llenaba con tu desnudez: corrías en ese espacio y los marineros estrechaban sus manos. Siempre la nieve cae en nuestra inconsciencia. Todavía sigo en esta ciudad y una sonata en blanco menor acompaña mi respiración. Esta pista sólo puede ser escuchada por los muertos.
La poesía no estaba interesada en la muerte del poeta en esta ciudad. Imaginar una tumba congelada bajo tonos de nieve, sin flores, sin visitantes, era repugnante. Por lo tanto, él mismo intervino; y mientras el poeta dormía, escribió el resto del texto:
Deberías morir como tu abuela. En tu sueño, en el mismo momento, ella bailaba en tu boda y sus camisas coloridas se derramaban de su sueño al tuyo. Pero naciste en el momento de la caída de los ángeles y debes morir en una palabra: un unicornio saldrá de tu pecho y tu cuerpo se convertirá en una triste melodía que los marineros silbarán cuando estén atrapados en la niebla. De repente aparece una línea de costa y pasas por la calle donde naciste. La resurrección de todos los derrotados está en esa calle. En la geografía de lo imposible avanzabas y besabas sus hombros: lo demás fue silencio y abrazo de la oscuridad. Los vencedores del territorio de lo posible (fuera del marco del espejo, fuera de la blancura del papel) encendían las lámparas y abrían las ventanas. Muy lejos mirabas el vacío de su habitación en el blanco del papel nieve y no creías en su muerte. Ahora con ropa de flores ha venido ella a la calle donde naciste y pregunta por tu novia: te congelas y despiertas en una ciudad donde inhalas aire y exhalas ceniza. Duerme en la cuna de tu infancia. Esta ciudad es fría. No puedo cambiar el color de tu piel ni el color de tus ojos pero de costa a costa te canto una canción de cuna: ¡Madre! Ninguna mujer me robó de ti. Las canciones me robaron de todas las mujeres. Me trajeron a Málaga. Lloré en la tumba de una canción en Málaga y nací con otra canción en Sevilla. Las canciones fueron enterradas en el nevado abrazo de las mujeres, brotaban en tu falda colorida. ¡Madre! ¡Quiero esos ojos verdes malagueños! Sé paciente, son tuyos. Quiero la piel de luna de la princesa de Sevilla. ¡Apúrate! ¡Crece, que es tuya, también! Ninguna mujer tenía ojos verdes en Málaga. No había ninguna princesa en Sevilla. ¡Madre! No tienes una rosa roja en la mano ni un lecho de violetas. Esta herida, esta bala, esta nieve no estaban en tus canciones. Ahora, ¿a dónde debo ir después de Sevilla? Todo en ti debe alcanzar la calidad del derrotado. Sé Numancia cuando contiene el agua del Duero sobre ti, Los hijos muertos de la Llorona. Un día todos los caminos terminan en Roma. Ella debe asesinar a Gandhi en ti. Tienes que dormir cada noche en fosas comunes, siempre condenado, el único borracho demente de la ciudad que busca restos de cigarrillos en las aceras, ahogado en la oscuridad de todas las aguas del mundo, transeúnte de cuerdas flojas en las fronteras de lo imposible para poder componer esa melodía que te lleva a Roma y le prende fuego: esa pequeña melodía que tu abuela cantaba en su sueño de muerte. Ese día la camisa de tu abuela alcanzó tus manos en un paquete de correos, tenía el olor de la muerte y de ella misma, en su bolsillo había un anillo: quería dárselo a tu novia. Te pusiste la camisa debajo de la cabeza y te fuiste a dormir, tu sueño se volvió colorido: estás en la boda de tu abuela y su madre pone el anillo en su dedo. De las montañas de Amanus a las sierras de Chiapas madres bailando, todavía cantan la Llorona: rojo el rojo del fuego.