Lágrimas de peces
llenaron el pozo de tu partida
donde nado y me ahogo.
Tengo mi cielo ciego de no verte caminar en la playa
y el sol oscuro de imaginarte en su esplendor.
Tengo mi fe hirviendo de luna en luna
de no hallarte
y mi carne triturada de no sentirte.
La arena y la mar me desgajan por amarte.
Tengo la voz ronca de hablar con tantos peces
y con tanta arena.
Tengo la brisa congelada en mis pulmones
de tanto respirar tu distancia
y el alma agrietada de no sentir tus labios.
Mi boca repleta de tu nombre me sepulta.
En mi pecho
hay un vacío volviéndose abismo
donde mis ratos en huelga marchan
crucificando a mi corazón
de estrofa en estrofa en esta espera eterna.
Un minuto
un siglo
una eternidad,
mi eternidad.
Mis lágrimas cocidas
con hilos de tardes y mañanas repetidas
germinan cual río de océanos en mi vientre,
y en mis ojos se derriten lavas hirviendo
cuando te miro hecha ya fantasma en el agua,
y me muero de verme caducar de esta manera.
Amor
¿a quién debo hallar sino a ti si vuelvo a nacer?