Preparatoria 12
Cuando miré aquel martillo estaba tan decidida a romper de una vez por todas aquel reflejo… Me tenía enferma voltear cada mañana al despertar, comúnmente, de alguna de mis pesadillas y ver aquellos ojos rojos: ¡cómo me odiaba esa mirada! Sentía el desprecio con que me miraba, cómo se burlaba de mí por ser tan débil.
Mi madre siempre se encargó de recordármelo a cada instante. ¿Cómo va a saber aquel reflejo, en donde sólo se nota seguridad, de mi desdichada vida; de cómo su dios nunca volteó a verme pues antes está un asesino que un hipócrita? Ya lo decía Chabela: así nunca llegarás a ningún lado, con tanto odio… Y bueno, eso es lo único que tengo ahora: mi odio, al cual, obviamente, en aquellas fiestas lo acompañaban el miedo, la frustración, los celos y su pareja la tristeza. A veces ella se acerca a platicar conmigo y lo disfruto, hasta que recuerdo que ella se llevó a mi compañero.
No recuerdo muy bien cómo es que llegué a este momento. Antes vivía de pensar, de preguntarme, de querer saber más y más (ahora sé que solamente utilizaba a todas las personas que conocía). En mi presente, preguntarme es una tortura. ¿Por qué estoy sola? –Duele. ¿Por qué mi madre prefirió ahorrarse el aborto? –Duele. Este reflejo… lo asesinaré como ya lo he hecho antes. Por fin seré sólo yo: tengo que hacerlo antes de que lo haga él. ¡Mi martillo! ¡Pásame el martillo!