Guadalajara, Jalisco
Camino en la hoja en blanco. Llena de vacío de mí. Escribo. Escribo ahora mismo sin un acto creador: las cosas no se vuelven tangibles, palpables, verdaderas. Estoy llenando la hoja de nada. Palabras, palabras, palabras. Malabarista de palabras, eso soy. ¿Cómo escribir un cuento sin nada en la cabeza? ¿Debo empezar por el título, por la trama, por el final? ¿Debo escribir que un hombre sale de una tienda, se amarra las agujetas, cruza la calle y encuentra un billete de cien pesos? ¿Debo agregar que regresa a la tienda y compra un refresco, de cola, por supuesto? ¿Debo escribir que saluda a una señora que lleva a sus hijos a la escuela? ¿Debo poner que sale de la tienda, que se amarra de nuevo las desobedientes agujetas y, al cruzar de nuevo la calle, es atropellado por un camión de la ruta seis treinta y seis? ¿Debo decir que muere instantáneamente? ¿Debo decir que esto está ocurriendo de verdad? Escribir el presente de manera instantánea, como un espectador más del teatro del mundo. Las cosas que pasan están pasando en un mundo alterno como una repetición. El hombre tuvo mejor suerte, en mi cuento lo hubiera torturado más.
Ahora me pregunto: ¿Dios juega a escribir nuestro presente como un espectador más o se conforma con imaginarlo, o sólo es un fingidor que se finge inmaterial y me deja ser quien escriba el guión?