1
En un cóncavo tepalcate —que una vez formara parte de un cántaro de greda— carbonizaste una raíz cortada en tiras finas de devilansogala y otra de negogoba, junto con las plumas de una gallina negra (también con las vísceras del ave, pero no con su sangre).
Con esos ingredientes hiciste un polvillo, que conservaste después en un casco de bug sellado con una capa de Sebo de Caridad.
A la primera luna amasaste con grasa una pequeña porción de ese polvo y, con el emplasto formado, embadurnaste tu seno izquierdo, enfermo de cáncer, noche tras noche, durante tres semanas, hasta que sanaste.
2
Arrímate a los resollantes pechos de las olas y, entre un mechón de algas recogido de la arena, inhala hasta tocar lo más hondo de tus entrañas: percibe el infinito como un organismo a caballo de todas las especies: hongos, hierbas, animales, y siente en tu esqueleto el mineral resplandeciente del que eres una veta solar.
A un horizonte lo cierra la apertura del siguiente. Quémate sin respiro en la lámpara que inciensa tu trashumante vida.