Antes de que algunos condenen la
experiencia literaria en tanto futilidad
amoral, la rebeldía surrealista reclama un
nuevo pensamiento que trastoca la esencia
del pensamiento: el rechazo de la poesía insignificante,
de la poesía decorativa, el rechazo del «Poema» con mayúsculas.
Julia Kristeva (1)
0. Rebeldía. Rebelión. Revolución
Siempre habrá cosas más importantes que escribir versos. Incluso los rebeldes surrealistas de principios del siglo xx —muchos de ellos al menos— también lo creyeron así y optaron por entrar «al servicio de la revolución» (2). De la rebeldía (subjetiva e individual) pasaron a la rebelión (colectiva y con pretensiones de actuar sobre el mundo real). Esto no tiene por qué ser fatalmente un error, aunque en su caso sí lo fuera: los dos totalitarismos que se disputaron el siglo xx se nombraron a sí mismos «revoluciones» y se dedicaron a apilar cadáveres: comunismo y fascismo se olvidaron de futilidades y se entregaron gozosos a la amoralidad en dimensiones nunca antes vistas (como suele decirse en la taquilla de las carpas en las ferias trashumantes).
La palabra revolución proviene del vocabulario astronómico y cronológico y se refería a la duración completa de, por ejemplo, el movimiento de un cuerpo celeste. Iniciaba en el mismo punto al que luego volvía. Al pasar al terreno político (a partir de 1550, según lo anota Julia Kristeva), (3) su sentido cambió al de «mutación» o alteración del estado de cosas… presumiblemente sin vuelta atrás. Revoluciones como la mexicana nos hacen pensar si el término no habrá vuelto a sus orígenes astronómicos.
Antes de abandonar el ciclorama gore de las revoluciones para seguir por los vericuetos sanamente egoístas de las rebeldías, habría que hacerle justicia a la única rebeldía devenida en revolución que, a lo largo ya de los siglos xix, xx y xxi, no se ha embriagado en una épica orgía de asesinatos: el feminismo.
1. Poética y rebeldía
De acuerdo con lo referido en el artículo «poética» del Diccionario de hermenéutica dirigido por Ortiz-Osés y Lanzeros, (4) cualquier definición oscila entre lo tautológico y la pura abstracción, pero en el caso específico de este vocablo («poética») sirve para no considerarlo un saber intuitivo (el don inefable otorgado a unos pocos) sino un conocimiento «con aspiraciones cientifistas, cuya metodología […] puede formularse y transmitirse». Si la poesía es una revelación inescrutable, no tiene sentido entablar ninguna discusión al respecto. Por fortuna, no es así. Al contrario de lo que afirman las campañas de reclutamiento del Seminario de Guadalajara, soy de la opinión de que los sacerdotes siempre estarán de sobra en cualquier terreno.
Este estudio del hecho poético se da «en un espacio determinado y objetivable, definido y delimitado», es decir en el poema. De aquí que no sirva sustraer el discurso poético del devenir histórico (y ponerle el algodón con cloroformo de lo eterno), sino analizarlo inmerso en él. Tal es el sentido más fecundo del término «tradición»: el hecho poético sujeto al devenir histórico.
En el citado diccionario, Juan José Lanz sintetiza, a partir de M. H. Abrams, una «tipología, de sucesión histórica, dentro de las teorías poéticas». Esto es crucial para el asunto aquí abordado, en virtud de que entenderemos «rebeldía» en el sentido que comúnmente se le da al término: el no acatamiento de las normas establecidas. Para volver al plano de la interacción entre el individuo y la sociedad a la que pertenece (líneas arriba distinguí entre lo individual de la rebeldía y lo colectivo de la rebelión, pero es obvio que lo individual no tendría sentido sin la referencia a lo colectivo; la diferencia es en cuanto dimensiones y no como opuestos irreconciliables), podemos valernos del término acuñado por la sociología como «desviación social»: «Acto, comportamiento o expresión, también verbal, del integrante reconocido de una colectividad cuya mayoría juzga como un alejamiento o una desviación más o menos grave, en el plano práctico o en el ideológico de determinadas normas o expectativas o creencias que la mayoría juzga legítimas o a las cuales se adhieren de hecho, ante el cual tienden a reaccionar con intensidad proporcional a su sentido de ofensa». (5)
Resulta claro que las normas y las expectativas cambian con el tiempo. El desorden presente —lo sabemos— es el orden del futuro. Así ha ocurrido también con lo que llamamos tradición poética y, por supuesto, con sus sucesivos objetores.
Volviendo a la tipología de las teorías poéticas, en primer término tendríamos las «teorías miméticas»: el arte imita aspectos del universo (Platón, Aristóteles, Horacio). Posteriormente, en los siglos xvii y xviii las «teorías pragmáticas» explican la obra por sus relaciones con el lector (recurso a códigos de elaboración retórica, embellecimiento de la realidad). Con el romanticismo (siglo xix) advienen las teorías expresivas (la subjetividad creadora predomina) y, finalmente, luego del simbolismo, las teorías objetivas centradas en la obra de arte en sí.
En todo esto podemos leer al reverso una historia de sucesivas rebeldías, de desacatos a la norma. La teoría ocurre no antes sino después del fenómeno, pero la reflexión consigna las modificaciones ocurridas a lo largo del tiempo en el discurso poético; no programáticamente, claro, pero sí en el sentido de toma de posición, de asumirse frente a lo antecedente en el momento en que se estabiliza como «expectativas o creencias que la mayoría juzga legítimas».
Respecto a las teorías objetivas hay un concepto que aparece como central: el desvío. De acuerdo con Lanz: «Desde esta perspectiva, la lengua literaria y el discurso poético son concebidos como un apartamiento de las normas que rigen el lenguaje común, o aquel que se establezca como normativo y normal». Lo que pareciera llevarnos al callejón sin salida
de la canonización de la rebeldía. Y ello ocurriría si nos limitásemos a suponer que al hecho poético se puede acceder por la mera negación de la norma, una estrategia propia de la banalidad comercial de las modas.
¿Cómo se resuelve esto? Creo que conviene revisar el agudo análisis que hace María Zárate (6) de la «rebeldía mítica» en la obra de Camus: «La rebeldía por el arte es realista y efectiva, modifica la realidad y completa al hombre, sin quedarse en un esteticismo». Párrafos más adelante redondea el concepto: «Rebeldía es básicamente desentenderse de todas aquellas instancias que conduzcan a una trascendencia. Absolutos son considerados aquellos conceptos, sentimientos, deseos o experiencias, que sobrepasen las coordenadas espacio-temporales».
Aquí y ahora es la divisa de la rebeldía. La preocupación crematística por lo que venderá mañana es sólo vocerío de mercaderes.
2. Coda
Siempre habrá algo más importante que escribir versos. Pero uno, qué remedio, escribe versos:
La estética barroca rechaza toda intención confesional
No sabría
andar solo como un perro. No muerdo
tan fuerte. No
corro tan rápido.
¿Cómo voy a imitar a un animal
si le tengo tanto miedo?
Prueben
un día
a bañarlos a todos con gasolina
y después
incendiarlos. Temblaré
mientras duren los aullidos.
Pero no voy a extrañarlos.
1. Julia Kristeva, Sentido y sinsentido de la rebeldía. Literatura y psicoanálisis, Cuarto Propio, Chile, 1999.
2. Leonora Carrington definió memorable y corrosivamente a la mujer surrealista: es —dijo— la que le sirve la cena al hombre surrealista. Los hombres al servicio de la revolución no encontraban extraño tener una mujer a su servicio.
3. Kristeva, op. cit., p. 13.
4. A. Ortiz-Osés y P. Lanzeros, Diccionario de hermenéutica, Universidad de Deusto, Bilbao, 2006, pp. 424-428.
5. Luciano Gallino, Diccionario de sociología, Siglo xxi Editores, México, 1995, p. 299.
6. María Zárate, «La rebeldía mítica de Albert Camus», en Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, núm. 15, 1998, pp. 63-76. Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense de Madrid.