La caricia del fantasma, según Rose Mary Espinosa / Andrés Vargas Reynoso

Con la primera frase de su novela Mi cuerpo en tus manos: «Vivo en una casa de la que nadie se ocupa», Rose Mary Espinosa parece coquetear con el intríngulis de la historia: la mujer narradora se refiere, en efecto, al sitio en el que habita (o habitó), o bien habla de sí misma, de su cuerpo, ese cuerpo que alguna vez estuvo entre aquellas manos del título. Si nos montamos en el tren de las suposiciones inmediatas y leemos la cuarta de forros, nos encontraremos con la efervescencia de una historia de ausencias. Quien narra —suponemos debido a tantas pistas— no existe pero existió, y se pregunta, con base en esa urgencia de reconocimiento tangible, si en algún momento podrá sentir de nuevo. Sin embargo, con ese afán maquiavélico que muestran los que se saben dueños de sus personajes y su historia, la autora no permite saber, de entrada, si aquella ausencia responde a la muerte o a la desatención.
    El desenvolvimiento de la narración onírica, constantemente envuelta en la bruma, un velo imprescindible para dibujar el carácter de histeria contenida de la narradora, nos remite a dos obras de imaginería similar: Casa tomada, de Julio Cortázar, y De la infancia, del mexicano Mario González Suárez, en donde dos mundos paralelos pero de significación opuesta se funden para dar contexto a una confusión de espacios, compartiendo, en los tres casos, una casa de cuyos interiores es imposible, aparentemente, desembarazarse. ¿Quién es en realidad el invasor? ¿Quién en realidad está muerto?
    A diferencia de las dos obras referidas, Mi cuerpo en tus manos apuesta por la carnalidad y deja de lado, aunque no en gran medida, lo subjetivo. Desde el título, Rose Mary Espinosa le confiere a su obra un carácter de mero erotismo, y nada más erótico que la relación entre un artista y su modelo, un acercamiento aparentemente lejano en donde conviven ciertas sensaciones. La tensión sexual entre el artista y el objeto a plasmar juega como catarsis para la narradora que observa cómo quien antes posaba sus manos sobre ella, ahora que ha «desaparecido», osa continuar el ejercicio con otras mujeres provocando en ella un sentimiento dicotómico, de placer y celo. Una dualidad tangible que se toca —nunca antes mejor utilizado el término— durante las revisitaciones que la narradora hace al pasado y en las que conocemos, con esa entonación vibrante que se percibe por la construcción de tiempos y palabras, el juego erótico entre dos amantes con fines distintos: amor y dominio. Inclusive, desde el primer avistamiento de la imagen que acompaña la portada, podemos observar el cuerpo decapitado de una mujer sentada en un sofá, con las piernas abiertas y las manos en el vértice de su cuerpo, en actitud de paciente espera, dejando que el tiempo pase y retrasando el clímax de la llegada de su amante, o bien dispuesta a recetarse, ella misma y sin pudor, aquel placer inacabado. Quien diga que la esencia de un libro no puede conocerse por la portada, bien puede ir borrando la frase de su diccionario personal. La conjunción de elementos (portada, título y cuarta de forros) sugiere muchas cosas, todas referentes al carácter erótico del asunto, y obra como gancho para el lector curioso que desea saber, de inmediato, quién es aquél en cuyas manos reposó (o se alteró) ese cuerpo. Tocar y acariciar no son la misma cosa: lo primero es frío y maquinal, mientras que lo segundo contiene cierta dosis de cariño. Es nuestro deber descubrir, conforme avanzamos en la lectura, cuál de ambos verbos domina la historia, o si bien la autora se refiere a ambos que, aunque opuestos, se dirigen a un mismo fin. Inclusive, la osadía nos lleva a preguntarnos, ya más adentrados en la obra, si todo aquello ocurre en sueños, en la realidad, o en ese mundo alterno que parece asomar cada tanto.
    Mi cuerpo en tus manos es una obra para lectores exigentes consigo mismos, y aun así resulta fresco. La narración de Rose Mary Espinosa, a quien cuesta trabajo no ver en el texto, fluye con la densidad de un jazz primigenio, oscuro y sutilmente engañoso. A pesar de ello, a pesar de la bruma y de la eterna navegación en la mente de la narradora, es simple montar la espiral de su ritmo. La sencillez con la que se expresa la autora es sorprendente, tanto que por momentos podemos sentirnos hermanados con las palpitaciones y el deseo de la mujer fantasma. El ambiente aparentemente inoperante en la realidad se contrapone a la vivacidad (valga el término) de la narradora, una mujer dulce y soñadora, la mar de atractiva y tan curiosa como la autora. El mejor ejemplo aflora cuando la mujer sale en busca de una marioneta de princesa para montar una obra de guiñol con la marioneta de un pirata y detalla la manera como va librando al corsario de la maraña de hilos que le coartan la vida, de la misma manera como una escritora va dotando de vida a sus personajes. Es en ese instante cuando se devela la personalidad de ambos personajes representados por las marionetas, y la necesidad de una escritora como Rose Mary Espinosa, una mujer de ojos vivaces que hurga y rasca hasta hallar diversos significados para un mismo sentimiento. ¿Los fantasmas pueden ser tocados o acariciados? ¿Sienten en ellos esa urgencia que proviene de la costumbre de ser queridos, amados o necesitados? La tarea de responder a esas y otras preguntas nos toca sólo a nosotros, los lectores. Rose Mary Espinosa hace el trabajo rudo, que es precisamente ponernos a pensar y gozar con esta novela que se disfruta como una apasionada relación de amor entre dos —o bien en soledad.

Mi cuerpo en tus manos, de Rose Mary Espinosa. Terracota, México, 2009.

 

 

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