Un trance. Hay estados que no son sueño ni vigilia separados, sino que tienen de uno y otro. La conciencia de la realidad sensorial entremezclada con otras realidades que también son y no son. No obstante esta mezcla, una cosa unifica tiempos y espacios —hay un aquí sin ahora, hay un allá más acá del tiempo—, y esa cosa es el lenguaje. Un lenguaje correspondiente a esa mezcla,
un lenguaje mediúmnico. Alguien está
en un tránsito, en un trance. Alguien acompaña con palabras su agonía:
encontré la fórmula nos dijo
para ir y volver las puertas
son de marfil o de cuerno
las puertas del sueño insistió
para ir y volver encontré
la fórmula todo es real
El lenguaje es denominador común, pero es también ambivalente. En cierto momento una garza «vigila nuestra cama / de hospital anida / en los hombros llagados / de mi padre», dice el poeta. Y más adelante, cuando se juntan esa garza y el padre, está
todo lo que ahí se resume
lo que no se dice cuando decimos
lo que al no decir decimos
lo que aún espera ser nombrado
Una imagen: la de tres corrientes —o cuatro, ¿o cinco?, ya no lo sé— que se deslizan paralelas; de repente, una se mezcla con otra o con otras; dos o tres caudales son ya uno solo. Otra imagen: la de llamas separadas que se juntan. Una tercera imagen: hilos que se trenzan o se reparten la función de urdimbre o trama. Así va este poema.
Podría continuar, pero mejor ir directo al poema. Hay por lo menos dos historias principales: una es la del padre en un hospital —que a su vez deriva en diversas historias, una de ellas del pasado, un viaje en un auto azul cobalto— y otra es Gerardo Nerval buscando la muerte o paseando un crustáceo amarrado con una pita por las calles de París. Y hay otras historias, como la de una mujer, María de Jesús Crucificado, o la de un jinete herido que va por la montaña, lo que nos conduce, a la vez, a José Alfredo Jiménez y al Romance sonámbulo de García Lorca.
Por un instante me detengo a preguntarme si es apropiado que a estos hilos, a estas corrientes verbales, se les pueda llamar historias. A lo mejor una de sus características es que se salgan del tiempo, que —por lo tanto— no haya narración allí.
Como en Vena cava, me confundo y no sé con claridad si Descripción de un brillo azul cobalto es un conjunto de poemas sin título alrededor de los mismos temas, poemas que se individualizan con un leve guiño tipográfico; o si se trata de un poema, un único poema que se divide en stanzas, en episodios que forman parte de un conjunto abarcador.
A favor de esto último está la unidad temática de todo el libro, la utilización del terceto, que se va consolidando a medida que avanza el texto y las repeticiones que conectan, que encadenan los fragmentos y que pueden enumerarse casi taxativamente como ejes de este vértigo verbal. A lo largo de mi lectura anoté las siguientes repeticiones: «todo está por decir», «navego hacia el origen», «una vez mi boca se llenó / de sombra», «la distancia es luz», ¿«cuándo llegué adonde estoy?», «nuestra casa era mudanza», «¿cuándo recibí la herida?».
Estas frases, estos poemas de una sola
frase, que se repiten a manera de coro, poemas que van y vuelven reivindicando para sí su carácter de obsesiones, también le dan unidad al libro como gran poema, como único poema dividido en cantos.
Entre todas las corrientes temáticas del poema, el primer plano corresponde al padre, el padre que espera la muerte, el padre en el pasado, en varios pasados; entre los que se destaca el paseo en el coche azul cobalto que le da título al libro.
A propósito del título, mi red de espionaje fue testigo, involuntario, de la deliberación en voz alta del poeta acerca del título del libro. Casi llegó a llamarse Réquiem con una bandada de cisnes, alusivo, a la vez, a la muerte del padre y al paseo en el auto en el que los hermanos se transforman en una bandada de cisnes salvajes. Dice Esquinca que ese título «me gustaba porque es una especie de encuentro de lo fúnebre con lo funambulesco». Era un hermoso título, casi tan hermoso como el que ahora tiene, Descripción de un brillo azul cobalto.
El testimonio acerca del padre moribundo está dictado con versos memorables: «Escribe / mi padre con tinta roja / líneas en las que pide / no morir cae la nieve / diluye las palabras». El poeta es un testigo desgarrado e impotente en
un hospital donde mi padre
abre los ojos para que yo vea
la muerte habitarlo súbita
violenta eficaz insondable
la muerte que vuelve
a ocupar un espacio suyo
desde siempre así
como lo digo en un santiamén
El padre, que escribe que no quiere morir, sabe ya la verdad de su instante, vislumbra lo que viene, se mueve entre la vida y la muerte:
navego
hacia el origen dijo sin voz
mi padre entendí entonces
que estaba muriéndose voy
hasta él entre espejos
que multiplican nuestras dos
soledades
Los hermanos, los cisnes salvajes que se enfilaron al mar en el auto azul cobalto, ahora, en el hospital, llenos de dolor sagrado, apenas atinan a decirle al padre:
ven recuéstate
desnúdanos de mí
muérenos contigo
El último día, Nerval parece venir y juntarse con la agonía del padre. El puente entre ambos es el cangrejo que Nerval paseaba por las calles de París asido a una pita. En cierto momento, de repente, el cangrejo se vuelve agresivo con el papá y le apresa con sus pinzas la garganta. También del lado del poeta hay vértigo, sueño, realidades inesperadas: Nerval «vio caer un ángel entre los techos de París».
Hay algo que sucede siempre: el lector de poesía, en este libro, debe abandonar todas las categorías que le filtran la realidad. Aquí hay otra lógica que limita por todos los lados con el misterio. La paradoja consiste en que el poeta ha controlado sus delirios, ha asimilado sus pesadillas y dolores y nos ha entregado todo en un hermoso libro de poesía.
Descripción de un brillo azul cobalto, de Jorge Esquinca. Pre-Textos, Valencia, 2008.