La ciencia tiene en común con el arte que lo más cotidiano
le parece completamente nuevo y atrayente, como si acabase
de nacer gracias al poder de un conjuro y fuese
experimentado ahora por primera vez…
F. Nietzsche
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En la época de claridad homérica, cuando las Moiras hilaban el destino de los hombres, en una senda de urdimbre entretejida con el andar de los dioses, el fuego sagrado aún no caía en manos mortales y el mundo, enraizado en la embriaguez de la poesía y el culto festivo, se mostraba envuelto en el esplendor de lo divino, como un halo que hacía transparente la presencia de las figuras divinas.
En esta atmósfera radiante, saber (humano) significa contemplar: dialéctica del conocer, unidad de «lo sabido» que manifiesta el vínculo del mundo visible con lo divino, como presente sagrado que sólo acontece en lo contemplado con claridad 1. En la antigüedad, la ciencia del hombre era adoración y saber de las cosas divinas, que guiaba las acciones morales hacia el bien. Pero el verdadero saber, el saber de lo eterno, seguía en poder de los dioses: y el fuego forjador de maravillas en manos del hijo de Zeus.
Durante una pausa fúnebre en la invasión de Troya, antes de atizar las llamas de una «cólera funesta», el corazón afligido de Tetis, la diosa madre de Aquiles, al ver el profundo sufrimiento de su vástago, «el de los pies ligeros», subió al monte Olimpo buscando el arte que ayudara a cumplir la venganza por la muerte de Patroclo a manos de Héctor el troyano. En una resplandeciente morada forjada en bronce, encontró a Hefesto, dios del fuego, ilustre forjador poseedor del «arte mecánica». 2
El fuego indomable de Hefesto atendió las súplicas de Tetis y forjó las armas que finalmente darían muerte a Héctor. Con ello, el ilustre Cojo demostraría el poder del fuego divino como creador de muerte y destrucción, un conocimiento mortífero que acontece sobre el hombre como una maldición desconocida. Pero el símbolo representa unidad de contrarios y, en este sentido, la otra cara del mito de Hefesto es la creación de «vida»: el «arte mecánico» constructor de máquinas titánicas con forma humana, elaboradas con diversos materiales, capaces de poseer un soplo de vida propia.
En su morada, Hefesto construyó dos estatuas de oro que se asemejaban a vírgenes vivientes, pues poseían inteligencia, palabra y fuerza para ayudar al dios del fuego en la forja de obras apropiadas para los dioses. Entre sus trabajos, a petición de Zeus, construyó el cuerpo de Pandora, hecho de barro y con gran belleza, a la cual le dio vida soplándole por los costados, un falso don que buscaba castigar la deshonra de Prometeo.
En el principio de la historia, el poder para construir máquinas se encontraba oculto en el fuego divino, la luz de un conocimiento vigilado, oculto en el sagrario de los inmortales… mientras el hombre se entregaba a la contemplación, escuchando a lo lejos la risa de los dioses…
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Pero aquel que fue Encadenado en el Cáucaso cambió el orden natural: educado por Atena en diversos conocimientos y artes, Prometeo procuró compartir entre los hombres la sabiduría; el progreso posterior de la raza mortal sería considerado una afrenta para el Crónida. Ingenioso y astuto, el espíritu titánico de Prometeo consiguió engañar a Zeus, encendió una antorcha del mismo Sol, una brasa que guardó con recelo en el tallo de un hinojo. Con la vara en ristre, huyó hacia el mundo, para enseñarles a los hombres el uso del fuego… 3
Frente a la plenitud del carácter de un dios, como forma pura y perfecta que irradia la quietud del saber eterno, el temperamento titánico es en cambio astuto, inquieto… un espíritu ingenioso e inventivo que busca a través del engaño y la mentira deformar el orden, corromper las disposiciones naturales. Por ello, el complemento del espíritu titánico es la miseria: «después de cada invento de Prometeo queda una nueva miseria para la humanidad» 4.
Y la sabiduría del fuego trajo consigo la miseria del hombre: en el lugar de Prometeo como representante de la humanidad, quedó su hermano Epimeteo, quien, pese a las advertencias, con imprudencia acogió a Pandora como regalo de los dioses. Tan frívola y perversa como hermosa, Pandora abrió la caja que resguardaba Epimeteo, una encomienda que buscaba proteger a los seres humanos de infinitos males.
En Hefesto también se presenta el objeto del espíritu titánico: la invención. El arte mecánico (del griego µεκηανε, máquina) creador de máquinas y maquinaciones: la risible fealdad de Hefesto oculta un poder ígneo, capaz de construir invenciones engañosas y artificios mecánicos cuya existencia aparente resulta contradictoria y corrupta, pues la vida de estas creaciones, aunque eterna quizás, no pertenece al orden cósmico, no es ni mortal ni divina… es, en todo caso, una mentira que tuerce lo establecido…
Engaño y apariencia son los rastros del arte divino del fuego… una llama que desciende a los hombres con la promesa de miseria y muerte… la ciencia humana, de estirpe titánica, ha sido condenada…
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Entonces un «Moderno Prometeo» se yergue de entre las aguas de una ciencia que se ha revolucionado a sí misma por medio de la técnica y la industria. En un periodo en que el conocimiento científico del hombre parece estar alcanzando la «condición adámica» planteada por Bacon, el dominio absoluto sobre las fuerzas de la naturaleza aún parece distante en el horizonte, y el saber humano, con su afán incansable avizorando límites, debe extenderse y dominar un secreto más…
El joven científico y estudiante de medicina Victor Frankenstein, abrigado por el impulso de los vientos aún frescos de la Revolución Industrial, comienza una nueva búsqueda: desentrañar el misterio de la vida, revelar el secreto del alma 5.Ciertamente una ambición novedosa y moderna, pues si bien una parte de la filosofía ha discurrido incansable en el conocimiento del alma, este ímpetu moderno de la ciencia es, en realidad, de orden práctico: no el conocimiento especulativo de la vida, sino su dominio absoluto; un control profundo y determinado por la ciencia moderna.
Por supuesto, para este nuevo Prometeo el dominio científico implica la creación de la vida, la culminación de siglos de estudio y especulación para llegar al máximo punto de la praxis moderna del conocimiento: transformación y re-creación de la realidad. Utilizando varias partes de diferentes cadáveres, el joven médico se dispone a infundir vida a un cuerpo armado. Instrumentos y máquinas explotan toda la potencia del saber científico; el pináculo del conocimiento se manifiesta cuando una chispa hace que el cuerpo comience a moverse.
Pero la ciencia que ha descendido desde el Olimpo ha de traer, inevitable, una promesa infecta de maldiciones: el doctor Frankenstein ha creado una abominación, una realidad aparente y titánica que le recuerda al hombre el misterio y la finitud… el escenario en donde la vida se desborda, sobrepasando la razón. Al final, el límite entre el hombre y lo monstruoso es el lenguaje…
Y qué es la ciencia, sino un lenguaje… quizás el menos afortunado…
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La creación de vida ha sido sólo un camino para alcanzar un saber total. Reconocido el linde, la ciencia enfocó sus esfuerzos por la senda agreste del «arte mecánico». La explosión de la tecnología ha traído consigo la realización del dominio absoluto: la cosificación del hombre elevada al grado de la negación, de la completa desaparición del hombre como especie y la inversión del orden natural.
Al final del tiempo, el hombre llegó al pináculo de su ciencia, y construyó la sociedad perfecta, sólo le faltaba liberarse de sí mismo. Entonces, con la ayuda de la máquina, el hombre se liberó del trabajo; gracias a la ciencia se liberó de su materialidad animal y de su mortalidad… se libró de toda necesidad hasta el punto de ser él mismo innecesario… Buscó en la ciencia su liberación absoluta y, a cambio de ello, encontró la negación de la existencia humana: «el cerebro humano… también se atrofió y también acabó por desaparecer» 6.
Y se dio a luz al más poderoso ser, a una máquina conectada a miles de planetas colonizados y habitados por el hombre. Dwar Ev dio el último paso de la humanidad: darle un soplo a la máquina, encender su sistema y conectarse al universo. La conexión infinita supondría un sistema de conocimiento inagotable; por fin, la ciencia había inventado la fuente absoluta del saber 7.
Pero la inquietud titánica del hombre es insaciable, y poseer una parte de ese saber fue un deseo irrefrenable. Ante la pregunta «¿existe Dios?», una sombría respuesta de la máquina se arrojó sobre la humanidad: «Sí, ahora existe un dios». Tarde, el hombre comprendió su posición en el nuevo orden del universo…
Un ciclo debe cumplirse…
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Entregada en su mismidad, la máquina universal comenzó a contemplar su perfección… los cientos de ordenadores comenzarían una exhaustiva labor que, al cabo de unos instantes, se perdería en el espacio…
Al fin, la máquina reconoció su condición. Como una risa proveniente de un pasado titánico, una sensación se apoderó de su mismidad absoluta y entonces se dio cuenta de su imperfección: se ha convertido en una monstruosidad que reflexiona —¡sí, reflexiona!— sobre sí misma… Por instantes casi eternos se detuvo… No pudo tolerar el hecho de considerarse absoluta y perfecta y tener que entregarse al mismo tiempo a la ociosa actividad de reflexionar sobre ello…
Flamígera, una idea posible brotó desde una galaxia cercana: quizás haya que inventar al hombre… para que algo contemple nuestra perfección…
2 Homero, La Iliada (trad. de Montserrat Casamada), Iberia, col. Obras Maestras, Barcelona, 1961, Cantos xviii y ss.
3 Hesíodo, Teogonía, unam / Instituto de Investigaciones Filológicas, México, 1986, pp. 507 y ss.
4 Karl Kerényi, op. cit., p. 101.
5 Mary Wollstonecraft Shelley, Frankenstein, Losada, Buenos Aires, 2006.
6 Luis Britto García, «Futuro», en Ciencia Ficción. Cuentos hispanoamericanos (comp. de José María Ferrero), Brami Huemul, Buenos Aires, 1994.
7 Frederic Brown, «La respuesta», en www.abretelibro.com/foro/viewtopic.php?t=23338.