GANADOR Luvinaria – Poesí­a / Camino a Paradiso / Alejandro Arenas

X Concurso Literario Luvina Joven

 

Camino a Paradiso
Alejandro Arenas Córdova

Licenciatura en Letras Hispánicas / CUSur

I
Detrás de los escombros de este insomnio baldado,
tú también mueres, en eterna fuga hacia la nada.
Mueres en la voz desatada de la herida,
en la superficie de un mar tiznado por la tinta azul del sueño.
Aquí junto a los rastros de una inasible muralla de cabezas agrietadas
te sostienes en polvo de piedra, en polvo de tierra quemada.
Y nada detendrá tu caminar lento hacia el océano, al fondo del oscuro paraíso.

Justo en el centro profundo de los secretos que la penumbra guarda,
quedarás atrapada en la sangre última de un cuerpo descompuesto,
en la breve estación de las hierbas secas,
donde los relámpagos no corren libres,
donde no hay arterias para echar a andar tu grito.

Aquí te quedarás, desnuda,
a la orilla del desierto recogiendo las trazas de tu sombra.
Aquí te quedarás. No pasarás.
Comerás el pan de tu cadáver y el vino de tu muerte.
Derramada en la ribera del vacío sin retorno,
fragmentada como un puño golpeando un vidrio,
con la boca bajo el trueno,
caminarás por en medio de la noche y ya no volverás.

II
Es que he probado el fin del mundo en tu boca.
Y esta gloria hueca, triturada en sus raíces largas
ahora es un veneno sinfín esparcido en mi recuerdo,
un agua ajena que empapa los rostros de este río que me lleva
a no sé qué parte, pero probablemente a visitar las ruinas donde duermes.
Y estás allí, a la hora exacta en que los ahogados nadan a contracorriente,
en el equilibrio del horizonte y el mundo
juntando todos los pájaros posibles para escapar de mi puño y letra.
Pues ya llegó, está aquí,
el momento justo en que la soledad se te viene a pedazos,
socavándote cada región del sueño, cada imagen tuya propagada en la arena.
Esta arena asediada por las olas de la vigilia que llega a tus pies,
como un barco sin marineros, arrastrado, desde mi puerto de amargura hasta tu orilla.

III
Ahora que estoy velando tu destierro
¿Oyes el cantar del sótano ascender desde mi cuerpo hasta tu nombre?
¿Oyes pasar las aguas brumosas entre la cal y tu materia vencida?
¿Oyes mudar de piel el insomnio y volverse una gigante rata negra?
¿Oyes, simplemente, a la lluvia cavando pozos en tu voz desasida a la desgracia?

¿Acaso escuchas este gélido desvelo que se abre como una selva inmaculada
donde borbotean sollozos de árboles y de panteras rotas por tu arribo?
Porque huyes sin precisar ningún confín en el vuelo.
A secas, con el rostro cuarteado.

IV
La herida, mi herida que filtra el verbo de tu ángel triturado por los recovecos
de un país a oscuras, un país a ciegas, una nación de estéril luz
donde se levantan animales aullantes, soles negros, danzas de invierno y de sal.
Mi herida, tu herida acumulando costras, islas, maderos de náufrago alrededor
de una hoguera encendida con la savia de mi canto.

Atado a las velas de una orfandad de fría criatura,
salvajemente atado en las entrañas de este sitio dolido, de pie en el rincón de la herida,
canto y repito el peso de ahogarse en estas horas con forma de fuego.

V
En este momento que a solas caminas sobre las cenizas,
pasas en un silencio de vidrio molido por los litorales del otoño,
intentas huir como el vapor de una embarcación a la deriva,
conversas con la espuma de otra playa para que te conceda favores de viento,
pero nadie escucha tu sorda marejada que se pierde entre el jardín de estrellas,
nadie atiende el gemido que sale de tu llanto,
el llanto que se rompe como un arrecife contra la noche.
Sólo te entierras en el ruido de los pasos que dejan las ausencias,
alargas tu cuerpo de rocío sobre esta pecera rota del sueño;
el aire te vence, te tumba, te coagula, te empuja hacia la espesa tierra, cerca de la puerta
donde los viajeros abandonan la esperanza.

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