Unwillig nemlich /
Sind Himmlische, wenn einer nicht die Seele schonend sich /
Zusammengenommen, aber er muss doch; dem /
Gleich fehlet die Trauer
Pues enojados /
están los celestes cuando alguien no se ha recogido /
Cuidando de su alma, y debería, si así sucede /
a este tal le falta el duelo
Friedrich Hölderlin, tr. de Jesús Munárriz
¿Cómo son —yo te pregunto— esas imágenes?
Un duelo tan precoz y cómo un niño.
Desfilan una tras otra sin ser vistas, a saber:
1
Un abrazo al ras frente a la escuela.
Te lanzas como si yo misma fuera un río o un agujero.
Si no es el Danubio ni mis brazos,
tampoco aún ese que ríe sucio detrás de casa.
Un apantle donde se desnudan las palabras
y yo debo hablarte de su muerte.
Sólo te sigo por el agua,
te sigo con tus botas de hule,
te sigo en tus cinco años
y deseo cinco bocas para estar callada
pero la abro.
Digo que mamá está mal… Quizá no sane.
La salud abundante, la salud del decir o cuál,
esa que nos sostiene y hace que sigas caminando.
Qué minúsculos peces en el agua,
qué sedientos,
qué abetos silenciosos.
2
¡Un samurái!
En el programa mostraban cómo el arma enemiga
le había partido el cráneo.
No me asustó que vieras huesos.
Debía acercarte a la osamenta joven de tu madre.
—Tú cuídalo, mientras nosotros nos hacemos cargo.
Debí llevarte a que te despidieras de sus huesos.
Debí contigo, acariciar sus pies.
3
De aquello que entra al fuego:
El cuerpo de la madre
y unos panqués que alguien hizo aquella tarde.
¡Nada tenían que ver esos hornos!
Hornos para reverenciar.
Tú y yo perdidos mientras tanto en el jardín,
entre un crepitar y otro.
4
Descuelgas un cuadro de tela y te cubres.
Una lápida llena de chaquiras.
Sientes en ese momento la horizontal y ahí te escondes.
Debajo de ese bordado que dejó mamá.
Tendido bajo un Ganesh sonriente. ¿O Ganesha?
En concordia, desde la lejanía, honras la última postura de tu [madre.
El sueño reverencial.
Si las chaquiras brillaban demasiado o no,
mamá se habría puesto el vestido más bello para dormir.
5
Llorabas porque habían cortado un limonero
por cada limón llorabas.
6
Abrazas con tanta fuerza al guayabo,
como si nunca lo fueras a soltar.
Discreto y manchado para sostener tu estupor.
El guayabo como una pequeña promesa de mundo.
La primera cosa estable.
Yo como esas hormigas
que suben y bajan por el tronco.
7
Si no cortaron el limonero
y el guayabo siempre estuvo en silencio
¿Por qué llorabas frente a la caja de colores?
—¡No los hay! ¡No los hay suficientes!
Cuál disipó tu lamento ¿El amarillo?
¿El color hueso?
¿El azul rey?
Hay que recogerse, dicen los celestes, como las cochinillas.
Recoger las rocas que lanzas enojado en el patio,
recoger los trabajos que continúas haciendo en el colegio,
tus primeras palabras escritas:
El nombre de tu amiga —cons— anticipando el consuelo.