Fotografías: Priscilla Hernández; octavas: César Arístides
El Calafate es un pequeño pueblo ubicado al sur de Argentina,
en la Patagonia, en la región de los Andes Australes. Allí se
encuentra la puerta de entrada al parque nacional Los Glaciares.
De todos los gigantes blancos que allí aguardan solemnes, tur-
badores, existe uno de los más impresionantes e importantes de
la zona, el glaciar Perito Moreno, del Lago Argentino. A conti-
nuación, un diálogo de imagen y versos para tratar de concebir
la magnitud de este corazón de hielo.
I
dejar atrás la casa las ventanas
los libros el cuaderno el pensamiento
atrás los privilegios y las ganas
de ser jardín la flor que besa el viento
y darle al corazón otras mañanas
a la ansiedad el más cómodo asiento
mirar en el glaciar petrificadas
las almas por los mares convocadas
II
son músculos de fuego congelado
la sombra de la hoguera embalsamada
la lumbre su fulgor encaminado
por frío de espesura contristada
los nervios el sopor desesperado
moléculas gigantes llamarada
de hielo pensamientos heladura
son nieve su clamor la donosura
III
brinda el cielo con tímida certeza
sus labios al crepúsculo rocoso
tocado por lo blanco en la dureza
del suelo agreste pájaro medroso
con pústulas de nieve y la tristeza
de pálidos guijarros en el foso
los besos son la daga taciturna
de estrellas a la bóveda nocturna
IV
se acaban los caminos los senderos
los cándidos arbustos los ramajes
las rocas con rumores pendencieros
ocultan de los sueños equipajes
las piedras tienen celos los veneros
anuncian con asombro los paisajes
sinuosos de cadáveres de agua
sin miedo a los designios de la fragua
V
el hielo no concibe las praderas
los árboles las flores el tejado
soleado de la choza las caderas
del monte verdinegras el cansado
rumor de las ovejas las maderas
ardientes del hogar es condenado
tan triste el hielo a soportar la eterna
mortaja celestial y su lucerna
VI
osario de los santos en espera
de ser alguna noche redimidos
sentencia de glaciar que desespera
los rezos de murciélagos dormidos
quizá mañana torva enredadera
de fríos estiletes sorprendidos
reciban del deshielo la condena
de erguir sólo mendrugos de cadena
VII
disfraces de fantasmas los glaciares
son máscaras de humo en el desvelo
las pálidas quejumbres de los lares
sepultos en recóndito consuelo
del aire blanquecino son cantares
extáticos al pálpito del cielo
crepúsculos de piedra son la bruma
son témpanos gruñidos de la espuma
VIII
el viento es sólo idea del deshielo
no existe no susurran sus estrellas
al ruego de alboradas al anhelo
de lánguidos sarcófagos doncellas
celestes rendidas al desvelo
de párpados albinos en querellas
allá donde la noche es todo blanco
despierto en el latido del barranco
IX
el sol sobre la nieve es forastero
sediento ensimismado en la llanura
su luz de taciturno misionero
desmaya en el fervor de la locura
tan roto el pobre sol es limosnero
sonámbulo desnudo en el paisaje
harapos de fulgor son su linaje
X
aléjate del fiero regimiento
del cuerpo metafórico del alba
susurra ante el fulgor el pensamiento
del árbol y el yerbajo no te salva
en este territorio el instrumento
de astiles y blasones a mansalva
te enfrentan los ejércitos del hielo
su sable de pavor es el desvelo
XI
aguardan en el reino del torrente
los huesos de relámpagos la cumbre
de los hielos tremores penitente
la marcha de las horas mansedumbre
salvaje de las rocas en ardiente
parábola de frío pesadumbre
de nubes que creyeron ser nevada
mas sólo son pureza abandonada
XII
glaciares son la madrugada el cielo
cansado en los arbustos y las ramas
los témpanos proclaman su desvelo
contritos amenazan a las flamas
de lóbregos hogares con el hielo
fastuoso diligente en las escamas
del pecho las mandíbulas pasmadas
y el ceño de pasiones lapidadas
XIII
es hielo la penumbra la alborada
la noche estremecida del invierno
el tímido rumor la llamarada
del cielo consternado en el averno
heladas son las sombras la llamada
furtiva del blancor en el eterno
paisaje del silencio la ternura
decorada de mística blancura
XIV
silencio en el paraje las pisadas
son voces de temblor y desconcierto
se mueven en la nada consternadas
meditan su temor en el desierto
de lívidos licores asustadas
por pasos de misterio en cielo abierto
las aves los breñales y el lamento
de piedras se deshacen en el viento
XV
es glaciar pastizales la llanura
los vientos terregales madrugada
parduzca lastimada por la albura
de súbitos temblores congelada
neblina filamentos de ternura
belleza del paisaje convocada
es blanco resplandor en el paraje
reliquia de la nieve en el estiaje
XVI
ejército de blanco silencioso
rampante de los líquidos feroces
nos reta su grandeza malicioso
su gesto de indolencia son las voces
cegadas de su filo pernicioso
las piedras son ahora tan atroces
relámpagos en éxtasis conjuro
de blancas latitudes lo más puro
XVII
el cielo tiene pena es una herida
preclara en el silencio matutino
sin pájaros ni hierba estremecida
ferviente sin verdor en el camino
tan sólo hielo página dolida
rugosa sin el dardo del destino
llanura de frialdad en la locura
lo níveo que devora la cordura
XVIII
se quedan tristes mis palabras blancas
desnudas de razón y desoladas
no saben en la hiel de las barrancas
decir a los confines tus colmadas
llanuras de belleza y sólo mancas
invocan tu epidermis congeladas
glaciares son ventura del camino
el paño del errante peregrino
XIX
me quedo silencioso ante el portento
de muros cuyo vaho es una espada
fragante en los acordes del intento
de honrar esta creación iluminada
por túneles glaciales por cemento
de nieve por dureza engalanada
mas todo es omnisciente y yo callado
sucumbo ante la albura hipnotizado