Tras la huella de la luz. Minerva Margarita Villarreal (1957-2019) / José Javier Villarreal

In memoriam † Minerva Margarita Villarreal

 

La literatura, dice Georges Perec, es memoria y selección. No me siento capaz, tratándose de Minerva, de seleccionar, ordenar y editar un rico y caudaloso río de vida que ahora se traduce en memoria, en una sucesión de imágenes, en un torbellino de anécdotas y sensaciones, emociones que me sitúan en la cresta de una ola que no cesa y se prolonga, se derrama y parece anegarlo todo. Podría escribir que se me apareció, por vez primera, en los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras a principios de 1978, que coincidíamos en las muestras de cine, en el Café Mexicano, en alguna exposición, quizá, ¿por qué no?, en los interiores de la librería Cosmos o en la Universitaria o en esa ínsula de privilegio que fue Arte y Libros, de don Alfredo Gracia; también, obviamente, en la librería México, a un costado del café que todos frecuentábamos. Ella estudiaba Sociología y quería incidir en el proyecto de una sociedad más justa. En 1979 triunfaba la Revolución sandinista y ella se fue a Nicaragua como voluntaria. Los últimos estertores de la guerra, el machismo y el penetrante olor de la muerte contrastaron con la apacible mirada de Julio Cortázar y la desbordante energía de Ernesto Cardenal. Pasados unos días de intensa conmoción volvió a casa. En 1980 se fue a Israel, a Haifa. Ahí, nos dice ella, escuchó una voz que le reveló su ser poeta. Al tiempo que esta voz se revelaba, nos escribíamos numerosas cartas que fueron trenzando una poderosa red de diversos materiales: entre todos ellos, despuntaban con mucho el amor y el deseo. Apenas volvió a Monterrey, ese mismo día, ya éramos pareja o pretendíamos llegar a serlo. Tal vez no éramos del todo conscientes, pero el verbo se hizo carne y el milagro no dejó de ocurrir y vimos más allá. Minerva, como Odiseo, y a diferencia de Penélope, trazó un viaje de regreso rico en experiencias y paisajes. De Israel a Egipto, luego Grecia, Francia, Italia y España. Pero su viaje se multiplicó con libros, museos, revistas, películas y amistades. El arte, la plástica y la escultura se impusieron, también la cocina y una concepción estética y sofisticada de la vida, en la que la belleza y el pensamiento se hermanaban con un sentido práctico cuyo hacer cotidiano siempre dio en el blanco. Decidimos vivir juntos. Y como vimos que esto era bueno, nos casamos el 20 de noviembre de 1982. Al año siguiente, haciendo gala de un nacionalismo a ultranza, nació José Pablo, el 15 de septiembre. Todo se iba configurando. En 1981 editó una plaquette: Hilos de viaje, pero el libro, el primer libro, se iba cocinando lentamente, con extremo cuidado. Vivíamos al norte de la ciudad, en San Nicolás. Prácticamente no teníamos nada. Los muebles eran hechizos y para no deprimirnos los calificábamos con el marbete de «Cris / Art». La maternidad, lejos de lentificar su proceso creativo, lo aceleró. José Pablo era una fuerza y Minerva se entregó por completo a criar a su hijo, a escribir su libro y a dar un montón de clases. En 1990, el 8 de enero, nació Santiago Javier; Minerva estaba desbordada, rabiosamente feliz. Un año después, en 1991, aparecería en Guadalajara Dama infiel al sueño. Felipe Garrido tenía una pequeña editorial y había aceptado publicarle su libro. Los avatares económicos hundieron el proyecto, pero Felipe quería que el libro no se perdiera y se lo hizo llegar a Jorge Esquinca. Un mediodía sonó el teléfono y Minerva, al colgar, estaba feliz. Su libro, su primer libro, se editaría, y una larga amistad habría de prolongarse a lo largo de toda la vida: la de Jorge, Felipe y Minerva.

      Santiago no llegó solo, ya que en 1990 Minerva obtuvo con Pérdida el Premio Nacional Alfonso Reyes. Quince años después, en 2005, sería nombrada directora de la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria, y en 2009 comenzaría esa impecable y urgente colección de poesía internacional, El Oro de los Tigres, que, bajo su dirección, creó un catálogo imprescindible en homenaje a Alfonso Reyes. Tal vez toda esta gesta se comenzó a fraguar misteriosamente en 1990 con este premio. Pérdida se publicó al año siguiente en Premia, en la prestigiosa y ya legendaria colección Libros del Bicho. Minerva impartía talleres de poesía bajo el auspicio del issste, delegación Nuevo León. Su jefa, que habría de convertirse en su amiga, era María Elena Quiroga. El issste participó en la edición del libro. La portada fue una composición plástica de la propia Minerva.
      En 1992 nació Ximena Margarita: «mi niña», así reza en una dedicatoria. Su rompecabezas sentimental estaba completo. Ximena vendría a ser un diálogo permanente, una promesa, una esperanza que mostraba sus frutos; también un espejo que reflejaba tanto las coincidencias como las amorosas diferencias.
      A mediados de 1994 nos fuimos a vivir a El Paso, Texas. Pero antes fuimos por carretera a Saltillo. No sé si en realidad íbamos a Saltillo o sólo pasamos por la ciudad rumbo a Zacatecas; aunque podría tratarse de un viaje a San Luis Potosí o a la Perla de Occidente. Estamos instalados en una larga secuencia de una road movie. Yo conduzco y pago el importe de las casetas, Minerva va recitándome y escribiendo en una libreta epigrama tras epigrama como un dique que ya no soporta su vasto contenido y se derrama, anega el valle desbordándose, saliéndose de madre. La ironía, el ingenio, el destello de una filosa inteligencia. Es Catulo, Marcial y Juvenal, pero también es Cardenal, Pacheco y Zaid. No sólo fue una atenta lectora de la obra de Gabriel Zaid, también intervino sus poemas en complicidad con el autor. Con respecto a José Emilio Pacheco, lo leyó y releyó; antologó sus poemas en dos ocasiones y lo acompañó a recibir el Premio Cervantes. Fueron dos brújulas con las cuales estableció una sólida, respetuosa y amorosa amistad. Pero también campean muy de cerca los griegos, aquellos que están contenidos en esa espléndida antología de Carlos García Gual. Carlos presentaría en 2015, en Madrid, en la librería Juan Rulfo del Fondo de Cultura Económica, la versión final de estos epigramas: De amor y furia. Epigramísticos, con prólogo de Aurora Luque. Los largos y poderosos tentáculos de la amistad no cesaban. Aurora se hizo su amiga, Mariana Lozano —su editora— habría de publicar más adelante una antología de Ida Vitale preparada por Minerva con motivo del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana; y un nexo sumamente fuerte y amoroso habría de establecerse entre Carlos García Gual y Minerva Margarita.
       La paga común del corazón más secreto apareció en Ciudad Juárez, la editora fue Rosario Sanmiguel. Nosotros vivíamos ya en El Paso, en ese preciso lugar del no lugar donde el Río Grande y el Río Bravo se confunden. Para Minerva, esta estancia en el desierto significó un tiempo de retiro, de renuncia y confrontación. Sin embargo, la aventura apenas y comenzaba. Ximena iba un día a la guardería de la universidad y otro a una guardería judía a celebrar la conmemoración de Yom Kipur. Santiago apenas podía sostener su bandeja del desayuno en Mesita Mustangs, y Pablo se enfrentaba a una realidad hosca y, hasta ese momento, ajena en Morehead Middle School. El corazón más secreto apareció en Ciudad de México en 1996; con él, Minerva obtenía el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines. En su momento viajó a México a recibir el premio. Nosotros, su familia —nunca lo confesamos, pero tampoco lo ocultamos—, nos vimos vulnerados por su ausencia. Cuando ya no pudimos más compramos hamburguesas, nos subimos al auto y fuimos a White Sands National Monument, en Nuevo México. Era obvio que no sabíamos estar sin ella.
      Volvimos a Monterrey en enero de 1997 después de tres veranos, tres otoños, tres inviernos y dos primaveras. Mucho calor y viento al mediodía, tormentas eléctricas que recortaban los contornos de las montañas Franklin, nieve y mucho frío por las noches. Las mañanas parecían cabezas de ganado que pacían indiferentes. Minerva había revisitado cierto Siglo de Oro. San Juan ejerció una poderosa presencia. Las aguas eran otras y parecía que no necesitaba de velero para poder navegar. Amar con doble fuerza, amar mucho fue la lección y el aprendizaje que hizo suyos. Su registro había cambiado. En 1998 apareció su libro Adamar. Aún no se encontraban en Medina del Campo san Juan de la Cruz y santa Teresa de Ávila; pero esta última —no tan lejos— ya rondaba.
      A partir de 1997 José Emilio Amores nos invitó a comer, una vez al mes, por espacio de diecisiete años, a su casa. Minerva gozaba estas comidas donde, con un pequeño grupo de comensales, decía, preguntaba, refutaba, discutía, criticaba, se exaltaba y también asentaba bajo la mirada amorosa y no siempre complaciente de José Emilio. Yo era Ganimedes, el copero, quien descorchaba la botella de vino, pero Minerva, en cambio, siempre asumió su rol de hija de Zeus y, por lo tanto, fue la favorita de la mesa.
      En 2003 aparece La condición del cielo, y es ahí donde leemos: «Este libro está dedicado a mi niña Ximena». Con Adamar se había abierto una dimensión, un decir que apelaba a la imagen en su corporeidad carnal, y este nuevo libro: La condición del cielo, que editó Sandro Cohen, subrayaba en su brevedad la desmesura del deseo. El erotismo, antes gozoso y caudaloso, se apretó, se tensó en la punta aguda de una flecha o de una daga. Había un telón de fondo, un espacio que desnudaba los cuerpos, que exigía no sólo la comunión, sino también la fusión. Una sensualidad religiosa, una espiritualidad del amor se había desatado. También se sucedieron pérdidas, desgarrones que estremecieron su lectura del mundo, su apreciación de esa literatura áurea que reclamaba el mundo de la carne y el reino del espíritu como propios. Primero, murió mi padre, con quien tenía una afectuosa relación, pero después murió su padre y el océano se dividió, la zarza dejó de arder y, paradójicamente, en 2006 se abrió —en ese vacío— una Herida luminosa que vendría a publicar hasta 2008; su editora fue su amiga de la adolescencia Rosana Curiel Defossé. Esa luz se convirtió en fuego. Su ardor dolía, pero su destello iluminó un camino que sólo a ella le competía transitar. En 2010, con Tálamo, obtuvo el Premio de Poesía del Certamen Internacional de Literatura Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz. El libro se publicó en 2011. Recuerdo cuando lo empezó a componer. Estábamos en El Sauzal, a la entrada de Ensenada, frente al mar, degustando una copa de vino; en la terraza del bistró se celebraba una boda, y Minerva, en una servilleta, comenzó a cantar la historia. A lo lejos, tiempo después, bajando de la sierra de Gredos, se perfilaban las negras reses avileñas entre la nieve; en lo inmediato habitaba, leía y escribía, sin todavía saberlo, en la antigua Hacienda de Santa Teresa de las Higueras, donde, según su propio testimonio, la santa se le apareció en sueños. No era sor Juana, me dijo a la mañana siguiente; sino santa Teresa de Ávila.
      La geografía se dilata, los valles y praderas se multiplican. No sólo es una monja que te toma suavemente de la cabeza como un mensajero del Olimpo en sueños. No se trata de sor Juana, es otra la monja. Tal vez sea un origen, una semilla que ha reventado y reclama su expresión. El pueblo de Higueras, donde están la casa y la biblioteca familiar, se llamó Santa Teresa de las Higueras. En Ávila desfilaste al frente de una procesión con el bastón de la santa; en Ávila también presentaste De amor y furia. Epigramísticos el día en que nació santa Teresa. No había otra fecha posible. Qué decir de Juan Manuel Rodríguez Tobal, de José María Muñoz Quirós, de Clara Janés, de Antonio Colinas, de los días teresianos en el viejo casco amurallado de Ávila. De esas noticias que llegaban como venablos desde Monterrey y te alcanzaban el corazón, tanto ahí como en la ciudad de Lima. Esas amigas, tus amigas tan queridas, que ya no estarían a tu regreso; Santiago y Ximena remando en las procelosas aguas de la vida. Un origen de judíos conversos, un alcanzar la gracia sólo por hoy. Las maneras del agua, lo dijiste en reiteradas ocasiones, fue un libro exigido, que se te impuso, un dictado que con dolor y gozo acataste. Este libro mereció en 2016 el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes, y en 2017, en Ecuador, el Premio de Poesía Hispanoamericana Festival de la Lira. Un ciclo en la poesía de Minerva Margarita llegaba a su cenit, no había más luz porque tampoco había mayor oscuridad.
      Pero santa Teresa llegó como un hierro al rojo vivo, como una marca profunda, un cauterio que otorgaba su gracia de placer y dolor. No había vuelta, se transitaba una zona exigente, la vida estaba y te reclamaba. En 2017 apareció el volumen De Santa Teresa; un largo poema tuyo que no se desprendía de Las maneras del agua, pero que seguía el rastro de la santa en ese libro vivo, en esa apuesta de vida que te embargaba; había poemas de José María Muñoz y espléndidos dibujos de Antonio Oteiza. Todo ángel es terrible, lo cantó Rilke y lo filmó Wenders; sin embargo, tú lo vivías y escribías. Tu mundo ya estaba coronado por el asombro, por el insondable enigma de lo diario y sus reiterados milagros.
      Te llevé a Higueras hace treinta y ocho años a que te conociera mi abuela paterna. Ese mismo día por la noche mi abuela le habló por teléfono a mi padre y le dijo: Tu hijo vino hoy a presentarme a su novia y anda en serio y, además, no puede ser casualidad que ella también sea Villarreal; así que date la vuelta lo más pronto posible. Minerva, hace muy pocos días, nos reveló, a sus hijos y a mí, que su bisabuela era oriunda de Higueras y que había emigrado muy joven a Santiago, al sur del estado, a trabajar en una fábrica de textiles. Higueras se enamoró de ella y ella de Higueras. El último libro que alcanzó a publicar en vida: Vike. Un animal dentro de mí, lo editaron Carlos Lejaim Gómez y Alejando Vázquez Ortiz. Este libro sería impensable sin esas caminatas a La Laguna, al Tanque Nuevo o, por las noches, por las calles del pueblo. Un poema libro a la vez lírico y épico, a la vez pastoril y desoladoramente actual; ríspido, amoroso y limpio. Una poesía meticulosamente trabajada de lo inmediato y próximo, como toda poesía que se precie. Rilke dice que el deber del poeta es volver visible lo invisible. Murilo Mendes dice que lo invisible no es que no exista, es sólo que no se ve. Minerva murió el 20 de noviembre de 2019. Su obra está aquí, y ahora que pertenece al reino de lo invisible está más presente que nunca.
      Con estas palabras quiero agradecer de corazón, de memoria, en la memoria, a César González de León ese amor y ese respeto, esa complicidad y esa inteligencia permeada por la fe que estableció con Minerva Margarita a lo largo de esos últimos años tan decisivos y tan plenos. También al doctor Miguel Soto su presencia, que allanó un camino cuesta arriba. Todo mi agradecimiento, a nombre propio y de mis hijos.

Monterrey-Higueras, noviembre de 2019. 

Comparte este texto: