In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
Tras la partida de Minerva Margarita Villarreal, bajo el silencio de su ausencia y el recuerdo de su tan amena conversación, tras estos barrotes de tiempo y espacio que me impiden seguirla, releo Vike. Un animal dentro de mí (Editorial Analfabeta, Nuevo León, 2018), el último libro publicado de la poeta, que me dio y dedicó. ¿Quién es Vike? Durante la lectura voy encontrando —bajo las voces de mujeres ultrajadas— una voz nostálgica, visionaria; voz que va cantando la belleza de la naturaleza a la vez que se despide de todo ello. En Vike, Minerva Margarita mira desde el pasado, habla desde la muerte.
La línea divisoria entre lo corpóreo y lo incorpóreo me permite escuchar ahora esa discreta y baja voz que va tejiéndose a lo largo del libro. Descubro a Minerva Margarita en un nombrar (por primera vez) de medio tono, leo cómo se describe a sí misma «con el tronco erguido / el pelo lacio / sus pies en tierra se transformaron en raíces / sus brazos se hicieron ramas / le salieron flores que parecen frutos / de un ocre naranja y se dispersan hasta el solar / como una alfombra quebradiza… » (p. 24).
Imagino a Minerva Margarita floreciendo, la imagino prodigando esa belleza que logró reunir en su persona vuelta un prodigio natural. Vuelta viento y agua, rayos solares que acompañan; la veo en esa breña crecida que tanto describe en su libro. Y en tonos diversos del verde que también supo cantar en distintas inflexiones de los versos.
La última vez que la vi, unos días antes de morir, me pareció como siempre muy vital, pero más poseedora de sí misma y de su entorno. Logramos una mayor compenetración de nuestra larga amistad. Un canal nuevo se abrió entre nosotras, una comunicación que fluyó desde el inicio de ese reencuentro en el Encuentro 13 Habitaciones Propias,en Culiacán. Al despedirnos, y en los días siguientes, había en mí el recuerdo de su mirar sosegado, de su sonrisa en paz con todo. Ahora sé que se estaba retirando, su mirar era de quien va de salida porque se dirige a un sitio diferente: «y tu cuerpo se ramifica / Vike / y su raíz filtra / tu rastro / tan hondo y diestro / que pareces pisar un suelo inédito » (p. 55).
La frescura de sus poemas está acompañada de ese camino místico hacia la luz, la luz certera, la luz que inicia otra búsqueda subterránea o etérea. Un camino fuera de la dura tierra, de la materialidad de la que tanto disfrutaba. Le atraían las grietas, los enramados, los vericuetos que distorsionan lo recto.
Minerva miraba como desprendiéndose del estar aquí, con una sonrisa tranquila, con un sosiego claro. Sus libros fueron creciendo del erotismo y sus efectos perturbadores al misticismo en su camino de purificación; del goce sensual al camino del encuentro autorreflexivo, de esa luz posterior al hallazgo.
Cuando la conocí, no recuerdo en qué año, lo primero que me llamó la atención fue su amabilidad y su sonrisa, su manera de inducirme de inmediato al diálogo. Minerva tenía un don para socializar, pero además era divertida y simpática, así que estar con ella significaba pasar momentos muy agradables. Por otra parte, era cálida y sobra decir lo generosa que en todo momento se mostraba. Fuimos tejiendo una amistad, éramos antípodas en el sentido en que a ella nada le costaban las relaciones públicas, mientras que para mí siempre me han sido difíciles. Se abría camino donde quiera. Nos unía vivir ambas en el interior del país, en lo que siempre nos identificamos fue en luchar por obtener espacios desde fuera de la capital. En eso nos entendimos y nos comprendimos. Nos dábamos consejos.
Minerva tenía gran facilidad en su relación con la vida práctica, un don para no únicamente sobrevivir a lo cotidiano como muchos lo hacemos, sino una eficiencia envidiable. Con sus poemas mantuvo el rigor necesario y una relación de lucha con la forma poética: «Qué chinga la poesía » , me dijo alguna vez. No obstante, trabajó incansablemente para ir depurándose hasta lograr su obra magna Las maneras del agua (fce, Ciudad de México, 2016), libro que obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes y el Premio del Festival de la Lira, ambos premios muy importantes.
A través de la lucha de la materia con el fulgor y con lo etéreo logró una forma poética que alcanzó el canto. Aprendió a abrir, desarmar, perforar, palabra por palabra y a rearmarlas, reanimarlas en un corpus único, transgresor y a la vez delicado. Su poesía reciente se vuelca en las roturas, imperfecciones, manchas del lenguaje y de la vida, para ascender en un aleteo limpio, en un rodar como las aguas cristalinas y certeras. En Las maneras del agua las metamorfosis se suceden con la magia de lo repentino que trae consigo ese paso de lo oscuro a la claridad, al vuelo místico que despega de lo terreno y lo trasmuta en unión del misterio con la tierra. Como en su poema «Laude»:
Mientras me como esta manzana
Dios viene a bendecirme
parpadeante de sol
desciende
al vuelo
de la paloma
con su piel
su pelo alborotado
y un joven
que conduce a la puerta
del programa de los doce pasos
El muchacho es adicto
De cada diez
uno no recae:
La impotencia de sus labios
por mi sangre
fluye
Minerva Margarita Villarreal supo que había tocado una tecla única en la poesía. Quizá por eso puso punto final. Quizá amalgamó su cantar al canto universal y cambió su presencia corporal y extraordinaria, por una presencia infinita a través de su nítida y trascendente poesía.