In memoriam † Francisco Toledo
Irás a la escuela
Y aquellas hormigas que reían, cantaban, bailaban y jugaban a la ronda, comenzaron a llorar. Había nacido una hembra, quien les echaría agua hirviendo cuando aparecieran en la cocina.
Tú irás a la escuela.
No serás cabeza hueca.
Traspasarás el umbral de tu imaginación
hasta adentrarte en tu propia casa
sin tener que tocar la puerta.
Y contemplándote en el rostro de tu semejante
descubrirás que desde tus pestañas,
flechas nocturnas prendidas en el corazón de la tierra,
desciende tu sencillez
y asciende la grandeza de tu abolengo.
Tú irás a la escuela
y en el cuenco de las manos de tu entendimiento
contendrás el escurrir del vientre de la mujer de tu raza.
De su calcañal
descifrarás los jeroglíficos escritos por el polvo,
el viento y el sol.
Grandes los ojos de tu admiración
contemplarán sus senos desfallecientes
después de haber derramado vida sobre la tierra.
Irás a la escuela
pero volverás a tu casa,
a tu cocina,
a pintar con achiote el vientre del metate,
a que lama la lengua del tizne tu albo fustán,
a inflar con tus pulmones el globo-flama,
a que hurguen tus ojos los delgados dedos del humo,
a leer el chisporroteo en el revés del comal,
a leer el crepitar del fuego.
Volverás a tu cocina
porque la banqueta te espera.
Porque el fogón guarda en sus entrañas un espejo.
Un espejo en el que estampada se halla tu alma.
Un espejo que te invoca con la voz de su resplandor.
Tu voz
¿Dónde está tu voz ?
¿Dónde se ha perdido ?
Esa que resbala,
esa que sube a esconderse en mi cabellera.
Esa que se encierra en mis oídos,
esa que se revuelca en mi boca,
esa que cae de bruces en mi pecho,
esa que se asienta en mi corazón.
La busco con mi dentadura hasta por debajo de mis uñas.
¿Dónde se esconde ?
¿Acaso has enmudecido ?
¿O yo estoy sorda ?
El viento y la flor
El viento ha recogido la flor en el cuenco de sus manos,
la está cuidando.
Viene la avispa y la besa en presencia del viento;
llega la abeja y la besa en presencia de la avispa.
Ni un instante más espera el viento:
se olvida de la flor.
La sangre se le agolpa en la cabeza;
enloquece;
se desata su furia;
y se transforma en remolino.
Primero
tira al suelo a la pequeña abeja;
en seguida
zarandea una y otra vez a la pequeña avispa.
Cesa el enojo del viento;
se sacude las manos;
ríe;
se siente muy soberbio;
se da vuelta para recoger nuevamente la flor;
la risa se le va,
desaparece su soberbia,
porque la flor yace en el suelo,
porque sus pétalos están rasgados,
porque el remolino la pisoteó.