Preparatoria 13 / UdG
Está nublado aquí. Los cuervos rondan el lugar, se oye su tenebroso graznido. No hay luna ni estrellas.
La tempestad se avecina, el viento anuncia la tormenta, los truenos retumban en los alrededores bajo la densa oscuridad de la noche.
Los muertos claman misericordia entre las copas de los árboles, que hacen que resuenen sus voces, transformándolas en ininteligibles ecos.
Está asustada, sola en una cabaña abandonada en medio del bosque; sus compañeros deben de estar cenando junto a la chimenea. Ella no tenía que haber seguido a aquella mariposa negra, pero le fue imposible resistirse, era tan hermosa, parecía tan inofensiva…
Sus dedos, entumidos por el frío, le dolían. Sentía un arrepentimiento tremendo por haberse separado del grupo, más aún con aquella sombra suelta por el bosque.
Habían ido a buscar a esa abominación para matarla, su nombre era Mary Hopkins, una bruja.
La chica de la cabaña, Ann Jacobs, había seguido aquella expedición para cobrarse un agravio personal: la bruja había matado a su madre.
Ann sabía que Mary Hopkins la mataría aquella noche, y así, esperando su muerte, pasó las horas, entre el llanto y un repentino amor a la vida. Este último sentimiento había desaparecido junto con su madre, pero en ese momento resurgía con fuerza.
Ann deambulaba por aquella cabaña fría, en tinieblas, sollozando y preguntándose por qué la vida la castigaba así, qué había hecho ella. ¿Era una fuerza suprema la que la castigaba por intentar vengarse? No podía ser, en ese caso todos los de su grupo estarían ahí con ella o en situaciones similares.
Ann no tenía tiempo de profundizar en sus ideas, estaba demasiado ocupada rezando todas las oraciones que conocía, aunque no la tranquilizaban en absoluto.
El lúgubre canto de un búho erizó sus nervios. Se escucharon pasos alrededor de la cabaña. Sintió que alguien subía por los escalones de madera podrida y se detenía en el umbral de la puerta. Ann estaba al filo del terror y cuando el vidrio de la ventana se rompió súbitamente, produciendo un estruendo terrible, salió corriendo de aquel lugar de locura.
En su carrera, tropezó con una lápida. En ese momento una nube se apartó y abrió paso a un rayo de luna; ella pudo leer en la lápida: “Mary Hopkins, 1615-1638”. Eso era más que extraño, porque ahora transcurría el año 1826. Ella continuó su carrera, impulsada por el pánico, y se internó en el bosque. De pronto, algunos lobos comenzaron a seguirla, hasta que la acorralaron contra una pared de roca y se convirtieron en sombras de hombres encapuchados armados con espadas. Sin embargo, cuando uno de ellos intentó tocarla, todos se desvanecieron.
La joven siguió corriendo y en medio del bosque encontró a Mary Hopkins flotando, tenía los ojos cerrados, iba desnuda, con el cabello suelto, y mostraba tatuajes tribales en todo el cuerpo. Ann dio media vuelta, pero innumerables imágenes de Mary la rodearon.
Entonces se incorporó en su lecho gritando, estaba en su habitación, todo había sido un mal sueño. Su madre acudió a ver qué ocurría y Ann le contó su pesadilla. Una vez que su madre la hubo dejado, se acercó al espejo con la vela encendida: tenía unas enormes ojeras y notó que había envejecido súbitamente. Después su piel arrugada comenzó a derretirse. Un rayo iluminó la habitación y en el espejo apareció la imagen de Mary Hopkins con la cara blanca, los ojos rojos y grandes colmillos. Ann cayó fulminada y alrededor de su cabeza se formó un charco de sangre.
Mary salió de la habitación, echó un vistazo indiferente hacia el pasillo de la casa, se dirigió a la puerta principal y desapareció con cadencioso andar entre la lluvia y las tinieblas de la noche.