En esta habitación hay un mirón: Jorge Méndez Blake. Hamlet se deja tocar. Dos dedos sostienen el volumen por sus primeros renglones para que no se cierre debido a la presión de su lomo de edición barata, para que se abra bien. Su lector lo manosea sin decoro. Hamlet libera sus primeras letras y la recámara se cierra; aquí ya no cabe nadie. Están los dos amantes: libro y lector. Él levanta el rostro, esconde un poco el juguete, se asoma por la ventana y mira alrededor, da un sorbo a su bebida ya fría y continúa el impúdico ejercicio que, por guardar las buenas costumbres, realiza en la intimidad de su habitación, la que traslada de café en café durante todo el día.
En Isla Negra, Jorge Méndez Blake lee el Canto general de Pablo Neruda. En Venecia escribe dibujando, y desde Bélgica traduce a Karl Marx. Como buen poeta, el artista visual tapatío le regala una biblioteca al viejo coronel inglés Henry Fawcett en la selva donde se perdió, instala letreros espectaculares con frases de Juan Rulfo y vota por más bibliotecas imposibles al aire libre. Entra sin avisar a la habitación donde cualquier revelación poética sucede. Toma algunas fotos, dibuja algunos planos, lleva clavos y martillos y construye una instalación con mdf, apila ladrillos o piedras, esculca, revuelve y vuelve a acomodar la biblioteca mental de su víctima todavía en clímax, enciende un par de luces y sale haciendo mucho ruido, el suficiente para ser recordado cuando el espiado visite alguna de sus exposiciones.
Jorge Méndez Blake sabe de habitaciones extraordinarias. Es arquitecto, artista visual desde hace más de diez años y lector, no uno cómodo ni de los que citan sin parar o que replican «ya lo leí» a la menor provocación. Méndez Blake es un lector obsesivo, académico, clásico y, además, creativo. Lo que surge cuando lee no termina en charla de café, intento de romance o presunción entre copas. A veces lee y después hace arte visual; otras veces hace arte visual mientras lee. Su obra no es una fácil reseña: suele ser un buen ensayo. El que lee a Méndez Blake no contempla datos, citas y lugares comunes, sino reflexión, diálogo y revelaciones sobre la intimidad de la lectura, la lectura como solución, las formas de la lectura, la lectura como paisaje, la literatura como objeto o el objeto de la literatura. El artista mide, traza, dibuja, construye las dimensiones de esta habitación extraordinaria. Su obra no es una relectura, tampoco una interpretación visual, menos una ilustración. Es instalación, pintura, intervención, dibujo, escultura, apropiación, arquitectura y poesía.
Hamlet sigue en la mesa dejándose tocar por todos lados. Ahora hay alguien que lo espía desde otra mesa, intentando leer su lomo de edición barata oculto por los dedos del lector. En este ejercicio voyeur —el que sólo un buen lector podría confesar— se encuentra también Jorge Méndez Blake, atestiguando la malévola memoria del que repasa letras para encontrarse, del que intenta leer al menos todos los lomos del mundo, del que no puede contener las ganas ante un librero ajeno. En la obra del artista también queda expuesto este instinto, la pulsión de entrometerse en la intimidad de la lectura, en la habitación mental, en el apunte y el dibujo improvisado en el margen derecho, en lo subrayado, y además en los rastros después de lo leído: las sensaciones, la sorpresa, la impaciencia ante una frase errónea, el descontento con una idea, la mueca al encontrar una falta de ortografía, la prisa al consultar el diccionario, la influencia de lo leído —Marx sostiene enormes piedras o desestabiliza un muro de ladrillos—, la escritura contaminada por lo que se acaba de leer, la cita mal memorizada, la sonrisa cómplice en una exposición de Jorge Méndez Blake: éste ya lo leímos, a esta habitación ya entramos.
Dolores Garnica
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