Espiando a los bárbaros / Romeo Tello A.

 

Siglo xxi, segunda mitad de la primera década. En el ambiente hay un sentimiento impreciso pero generalizado de saqueo, de desertización, de tiempos en ruinas. Algunos no tienen la menor duda: los bárbaros nos han invadido. Han traído la peste de la vulgarización y la degradación. Han profanado incluso los lugares sagrados. Todo lo que tocan lo envilecen de la peor forma: lo simplifican y lo multiplican. El problema, sin embargo, es que nadie ha visto a estos bárbaros, no sabemos quiénes son, de dónde vienen ni qué es lo que quieren. Más aún, tampoco tenemos una idea muy clara sobre quiénes somos nosotros, el mundo civilizado que los bárbaros han pisoteado.
    Pero, ¿acaso el sentimiento de invasión corresponde a un hecho real? ¿No sería posible que se tratara de un mero prejuicio, de una ilusión o del «normal duelo entre generaciones»? Para Alessandro Baricco, la invasión no sólo es verdadera sino que está suscitando un cambio cultural equiparable, por su profundidad y envergadura, al que supusieron la Ilustración y el romanticismo. Este sísmico dictamen es el punto de partida de Los bárbaros, su más reciente libro de ensayo. En él se propuso comprender y describir la lógica y la estrategia de la ocupación bárbara. Baricco no emprendió esta tarea con ánimo de solemnidad catastrofista —su tratado no es lamentación ni reproche—, sino con la frescura y agudeza crítica que ya había desplegado en ensayos anteriores (El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin, Next, «Otra belleza. Apostilla sobre la guerra»1). Incluso su discurso corre más ligero en esta ocasión (más ágil, no descuidado), pues el texto fue originalmente publicado por entregas —30 apartados aparecidos en el periódico italiano La Repubblica, del 12 de mayo al 21 de octubre de 2006.
    Para comenzar a entender el modo de operación de los bárbaros, Baricco va a visitar las ruinas de tres aldeas saqueadas, es decir tres elementos de nuestra civilización cuya esencia misma ha sido trastocada: el vino, el futbol y los libros. Si hablamos de saqueo, hemos de suponer que el cambio es de naturaleza negativa, que entraña una pérdida. Sin embargo, no se trata de una pérdida en la cantidad o frecuencia con la que se produce ese gesto cultural en particular. Todo lo contrario: el gesto se multiplica y se hace accesible a un público infinitamente mayor, ampliándose el campo del deseo. La merma está entonces en la intensidad y la autenticidad del gesto: éste se diluye para su mejor comercialización. El vino deja de ser un producto exclusivo de una región y de una cierta espiritualidad gustativa, los libros proliferan en súper librerías y en puestos de periódicos y a los futbolistas se les prohíbe festejar los goles quitándose la camiseta pues evitan el lucimiento de las marcas patrocinadoras en el momento de mayor exposición mediática. La sentencia de Baricco sobre el vino hollywoodense, el vino bárbaro, sintetiza el proceso de saqueo: «ese vino tenía que ser simple y espectacular. Una emoción para cualquiera».
    El caso de los libros ilustra una característica más de los bárbaros: su gusto por las secuencias y los sistemas de paso. Los bárbaros, a diferencia de lo que pudiera pensarse, no extinguieron los libros en una hoguera. Por el contrario, los compran y los venden con verdadero entusiasmo (incluso leen algunos cuantos); lo que ocurre es que están interesados en libros cuyo valor no es exclusiva ni principalmente literario. Quieren libros que formen parte de experiencias más amplias, libros que puedan conectar(los) fácilmente con fenómenos extraliterarios: películas, casos de milagros económicos y laborales, coyunturas políticas, polémicas pseudofilosóficas o pseudocientíficas, personajes y situaciones de la industria del entretenimiento, etcétera. Un libro que no funcione como manual de uso de algo más no tiene sentido para ellos.
    En Google, Alessandro Baricco encuentra otra señal que confirma la naturaleza secuencial y referencial de los bárbaros. Ahora, si Baricco se detiene a hablar de Google no es por el lugarcomunismo de pensar en internet como la distopía de la virtualidad cibernética —ese universo de autómatas absolutamente discapacitados para la interacción epidérmica y las investigaciones bibliográficas. Su atención responde a una razón específica, de orden técnico. Si uno busca, por ejemplo, pozole en Google, ¿cómo hace el sistema para generar una lista jerarquizada, con los probables resultados más relevantes a la cabeza? ¿Cómo sabe Google qué páginas, de entre la miríada de sitios que incluyen la palabra pozole, contienen la historia de este guiso o recetas para prepararlo? Fácil: las páginas más relevantes son aquéllas a las que remite un mayor número de otras páginas. Más links equivalen a mayor pertinencia y autoridad: verdadera sabiduría referencial. Por ello, dice Baricco, lo que el éxito de Google nos revela es que nos encontramos ante una auténtica «revolución copernicana del saber según la cual el valor de una idea, de una información, de un dato, está relacionado no principalmente con sus características intrínsecas, sino con su historia», es decir, con su trayectoria y sus relaciones.
    Esto que ocurre en el campo del saber tiene su correlato en el mundo fáctico, en el ámbito de las experiencias. Para un hombre del mundo civilizado, prebárbaro, una experiencia consistía en una forma de contacto con la realidad en el que la propia realidad cuaja en un diamante de sentido. Una experiencia así entendida sólo podía darse en un momento de quietud, profundidad y diafanidad. Para el bárbaro, adquirir una experiencia es todo lo opuesto: se trata de ocupar el centro móvil de una intersección de planos múltiples —y más valiosa será la experiencia entre mayor sea el movimiento y el número de planos. ¿Cuál es el estado natural del bárbaro? El multitasking: la atomización de la voluntad y el deseo. ¿Cuál es su experiencia ideal? El espectáculo: la sumisión de la conciencia a la saturación de los sentidos y el dopaje de una ilusión multimedia. Para el bárbaro, el sentido de las cosas (y, en última instancia, de la existencia misma) no está en su esencia sino en la relación que hay entre ellas, es decir en la dispersión, la volatilidad y la superficialidad.
    Sin embargo, la barbarie no está estrictamente en la proliferación ni la simplificación de los gestos culturales, tampoco en la referencialidad y la conectividad como formas de sabiduría. Vaya, éstos no son fenómenos inéditos ni degradantes por sí mismos. La inteligencia siempre ha consistido en la capacidad de interligar, de relacionar fragmentos de conocimiento; por otro lado, Occidente ya ha vivido procesos de simplificación que han derivado en estilos y monumentos considerados actualmente como bastiones de la alta cultura —un claro ejemplo lo tenemos en la música culta: la depuración del clasicismo respecto a la polifonía renacentista y barroca. El problema es que esta mutación —pues de eso se trata realmente, y bien lo advierte Baricco, de un cambio from within, más que de una invasión extranjera— parece rehuir de la complejidad y de la profundidad sin anteponer ninguna razón o reflexión, sin aspirar a ningún ideario o ideal estético novedoso. Parece más bien la revolución de la inconciencia o el drama de la evolución de las especies por selección natural, siendo nosotros la especie afectada, y el American Way of Life la fuerza seleccionadora de la Naturaleza: «en las consignas de los bárbaros se escucha el suave diktat del Imperio».
    Es probable que nos encontremos realmente ante una nueva manera de pensar, sentir, enamorarse, combatir y viajar, como dijera Octavio Paz del romanticismo. Sin embargo, esta nueva forma de vivir no va acompañada, ni mucho menos presidida, por una nueva filosofía o por una conciencia crítica. La barbarie mutante es el dominio total de la técnica. Y toda técnica (incluso la democracia, como advierte Baricco) carece, por definición, de ideas y de valores propios: es un cómo eficientísimo desligado de todo por qué y para qué —más aún, de todo qué fundamental.

1. Ensayo que sucede a Homero, Ilíada (Barcelona, Anagrama, 2004).

Los bárbaros, de Alessandro Baricco. Anagrama, Barcelona, 2008.

 

 

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