In memoriam / «La Universidad de Guadalajara me cumplió todos los sueños de mi infancia»: Magdalena González Casillas (1939-2019)* / David del Toro
* Esta entrevista, inédita hasta ahora, fue realizada en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades el lunes 4 de diciembre de 2006.
Filosofía y Letras
Ingresé a la carrera de Letras porque yo quería ser novelista. Adoraba las novelas y la poesía, al grado de que sentaba en las escaleras dae la casa a mis cinco hermanos menores; éramos siete en la familia, pero claro, nada más a los cinco más chicos los podía sentar en las escaleras… Les leía poemas hasta que se los aprendían de memoria. Y novelas. Leía tantas novelas que, cuando me llevó mi papá por primera vez al oftalmólogo, le dijo: «Esta niña no puede leer más de ocho horas diarias». ¿Cuántas horas leería? Yo hacía trampa y me metía abajo de las cobijas en la cama con una linternita para seguir leyendo. Nunca pensé en ser poetisa, pese a que una vez escribí un poema bastante largo, pero mi idea era ser novelista, y a la hora de la hora pues no me dediqué a la ficción, me dediqué a la investigación regional.
Con papá notario, hijo, nieto y bisnieto de notarios, mi padre me dijo dos cosas terribles cuando le compartí «Voy a estudiar Filosofía y Letras»: «Pues vas a tener que vivir en un cuarto de azotea, no creo que te dé para más». Mi respuesta fue: «A mí no me importan los cuartos de azotea, lo que me importa es hacer algo que me dé placer, pero si quieres estudio Derecho». «No», me dijo, «una abogada en mi familia, eso no se ha dado nunca». Entonces decidí que en el momento en que yo fuera mayor de edad me metería a lo que me diera la gana, ¿verdad?, y ya está. ¿Cuál era mi perspectiva? Hacer algo que me produjera tanto placer que incluso, si no me pagaran, lo haría con placer.
El plan de estudios de la carrera en la Universidad de Guadalajara incluía, los primeros dos semestres, a los alumnos de Filosofía, de Letras y de Historia. En esos dos semestres, cuando ya me convertí en maestra, di Cultura Grecolatina, Literatura de Grecia y Roma, durante muchos años. Una asignatura que me fascinó dar fue Literatura Prehispánica, la di varios años; luego la Universidad me mandó a Francia y, cuando regresé, pensé: «No, la voy a cambiar por Literaturas Europeas del Siglo XIX». Pero Literatura Prehispánica es algo que todavía me fascina.
Otra que me encanta, la llevé primero como alumna del doctor Alberto Ladrón de Guevara, era Historia de las Religiones, y cuando el doctor murió yo era oficial mayor de la Facultad, y él me dijo: «Te quedas tú con esta materia», y contesté: «¡Por supuesto!». Ya hace muchos años que la doy, me gusta mucho.
Literatura Jalisciense, no te puedo negar que me encanta, puesto que el libro que es mío es la base. Además, llevaba asignaturas de Filosofía y de Historia desde que ingresé a la Facultad. Y de Historia… bueno, fui jefa del Departamento de Historia, Arte y Filosofía durante siete años en el iteso. Filosofía, Historia de la Filosofía, Ética y Estética, di a lo largo de muchos años también.
Estuve en cinco universidades de Unidos: en Washington State; en la Universidad de Los Ángeles, California; en la Universidad de Arizona; en la Universidad de Lawrence, en Kansas… Fueron cinco universidades gringas a donde fui a dar clases, hace muchos años, porque con Bush ni siquiera tengo visa… ¡Ni pienso tenerla mientras siga gente así por ahí!
En Francia
Después, la Universidad me envió a Francia, ¡que había sido uno de mis sueños de adolescencia! Puedo decir que la Universidad de Guadalajara me cumplió todos los sueños de mi infancia y adolescencia, porque vivo de hablar, leer y escribir, y me pagan por hablar, leer y escribir. Y mi sueño era conocer Europa, aunque fuera de pasadita, pero ¡vivir en Europa! Se me hacía un sueño imposible, y la Universidad me lo permitió también, sobre todo… ¡en la dulce Francia!
Se suponía que estaba dando clases a alumnos de posgrado, que iban a trabajar, o en embajadas de lengua española, o en empresas internacionales. Entonces tenían que dominar correctamente el español, tenían que exponer temas. Mi materia se llamaba Problemas Actuales de América Latina. Claro que los problemas actuales de América Latina hace trece años no eran los problemas actuales de América Latina hoy. Eran diferentes, pero, en fin, era actualizar la situación de América Latina ante futuros miembros de embajadas o de grandes empresas internacionales. Tenía alumnos de África, Asia, Europa, de distintos lugares.
Las clases magistrales eran las que yo impartía en un auditorio. Hablaba frente a doscientos alumnos, que se dividían después en grupos de diez alumnos para discutir ellos el tema general que yo había expuesto en la magistral, ellos lo particularizaban. Te pongo un ejemplo: la mendicidad en América Latina; me impresionó muy fuertemente, pues yo no sabía, hasta que estuve allá, que, por ejemplo, en Brasil, hace trece o catorce años, había diez millones de habitantes pobres, y en México casi cinco. Esto impactaba a los europeos que eran mis alumnos, era una cosa que nos acababa sacudiendo a todos. Ahora hubiéramos hablado de la bronca que se echaron en el Congreso panistas y perredistas… En fin, era actualizarlos para que llegaran a un mundo que de alguna manera conocieran, percibieran con corrección y no anduvieran adivinando ni metieran la pata.
Investigadora regional
Era aquél el momento del gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Yo sentía que estábamos llegando al primer mundo porque se crearon los nuevos pesos, les quitaron tres ceros, cosa que a los francos les había ocurrido años antes, y estaba el peso a tres pesos por dólar, mientras el franco estaba a siete por dólar. Entonces valía más el peso mexicano que el franco. Yo sentía que habíamos llegado al primer mundo; después pensé: «Qué bueno que no estoy dando esta asignatura en Francia, porque estaría llorando».
Mi vida académica cambió. Aquí en la escuela soy presidenta de la Academia de Literaturas Hispánicas, pero fui oficial mayor con varios directores; coordiné la Maestría en Letras a la muerte de Adalberto Navarro Sánchez.
Cuando empecé como investigadora regional fue porque José María Murià, que había sido compañero mío —él en el área de Historia, yo en Filosofía, pero éramos como hermanos de tan amigos—, me dijo: «Oye, me acaban de pedir que coordine una Historia de Jalisco, ¿le entras?». «¿Con qué?», le pregunté. «Con las bellas artes en Jalisco». Yo de Jalisco sólo sabía que tenía una capital que se llamaba Guadalajara, párale de contar, porque los programas que teníamos en la Facultad en aquella época eran más de literatura europea que de literatura en lengua hispánica; bueno, había en lengua española, pero proveniente de España. Muy poco de latinoamericana, y de México casi nada, y de Jalisco absolutamente nada. Le dije que sí porque siempre me gustaron los retos, pero yo no sabía de Jalisco nada. Entonces, cuando me inicié en la investigación, primero con un miedo endemoniado, me acuerdo que llegué de vacaciones de Navidad y Año Nuevo, entré a la oficina de Murià en el Instituto Nacional de Antropología e Historia y le dije: «Oye, ¿y cómo se inicia uno en la investigación?». Su respuesta me dejó fría: «Ah, no lo sé, ése es tu problema». Él tampoco lo sabía, nadie lo sabía.
Cuando comencé a meterme en los archivos y a descubrir en ellos tierras ignotas, sentí que era algo similar a lo que había hecho Cristóbal Colón. Los archivos mostraban lo más insospechado, lo más inesperado, lo más fascinante que se puede uno imaginar. Ahora, pues, lo que se ha convertido en libros, en artículos, en conferencias, es algo que me fascina; y por otro lado, pasar las tardes con jóvenes que, primero, eran casi de mi edad —en esa época era cuando estaba en segundo de facultad—, y ahora podrían ser mis nietos, pues también me resulta sumamente atractivo. Es decir, lo que la carrera de Letras me ha permitido hacer es algo que me satisface al grado de sentir que mi vida queda plenamente desarrollada y lograda gracias a todas las actividades que me han permitido realizar: hablar por radio, por televisión, dar conferencias en distintos lugares.
Los profesores, compañeros y alumnos
Mis profesores, cuando estudiante, venían de la unam o de El Colegio de México. Nos daban clases, invitados por Edmundo Ponce Adame, que era el director brillantísimo de mi época —murió hace tres meses, de ochenta y cuatro años—; José Gaos, de los exiliados españoles, filósofo extraordinario; Adolfo Sánchez Vázquez; Luis Villoro
—padre de Juan y Carmen Villoro; poeta ella, él escritor brillante también—; Rosario Castellanos, simplemente: recibir clases de Rosario Castellanos, llegar a México, hablarle desde un hotel: «Doctora, traigo aquí el trabajo que no alcancé a entregar en Guadalajara, ¿me da su dirección, o dónde se lo puedo dejar?». «Te doy mi dirección, pero no me vas a traer el trabajo, te hospedas en mi casa mientras estés en México». ¿Te puedes imaginar lo que es haber vivido tres veces en mi vida alrededor de una semana o semana y media en la casa de Rosario Castellanos? Cuando murió Rosario Castellanos mi padre me habló consternado, me dijo: «Oye, ¿ya viste el periódico de hoy?». «No, ¿por qué?». «Estoy viendo la esquela de Rosario Castellanos». «¡¿Qué?!». Me solté llorando. Al ratito me hablaron del Gobierno del Estado, que si podía participar el sábado en la conferencia que se iba a dar en homenaje a Rosario Castellanos, querían que yo hablara de Rosario, la amiga, la mujer; y que Olivia Zúñiga hablara de la escritora. Les dije que con mucho gusto. Mi padre murió de un infarto el viernes en la noche; la conferencia ya la tenía escrita, pero no me presenté. Se juntaron dos muertes de dos seres muy cercanos.
De aquí de Guadalajara, Arturo Rivas Sainz fue un guía verdaderamente generoso y extraordinario. Adalberto Navarro Sánchez, con el cual terminé hablándome de tú cuando ya éramos colegas. Salvador Echavarría, que se había doctorado en París: se había ido a Francia a los cinco años, cuando inició la Revolución, y una vez le pregunté: «¿Y de qué vivía usted en Francia?». «¿Yo? Pues de las minas de oro de mis padres». Era rico, rico, rico; y fue compañero de escritorio de Jean-Paul Sartre. ¡Imagínate qué impresión! Y Alberto Ladrón de Guevara, que fue el primer cirujano especializado en pulmones, que regresó de Canadá con esa especialidad a Guadalajara, y lo que ahora es el Hospital Zoquipan era su hospital, su casa, él vivía en la planta baja; fue director de la Facultad. De los de aquí, a los que yo más quise, a los que más les debo, son Arturo Rivas Sainz, Adalberto Navarro Sánchez, Salvador Echavarría, Alberto Ladrón de Guevara —con una biblioteca maravillosa y que además generosamente nos permitía acceder a ella.
¿Mis compañeros? Hugo Ibarra Farah, quien fue secretario de la Facultad. No publicó nada, pero era muy brillante, se jubiló como maestro, murió del corazón un domingo, repentinamente. Blas Nuño, también ya murió, estudió Filosofía y era además abogado, también brillante, pero tampoco publicó. Muy brillante y muy productiva: Carmen Castañeda, doctorada en El Colegio de México, de veras brillante. Qué te diré yo… su Historia de la Real y Literaria Universidad de Guadalajara es excelente. Su libro sobre violaciones y castraciones en la Nueva Galicia, en el periodo colonial, de espeluznar, pero también de investigación ardua. Ha investigado, por ejemplo, en el archivo de Sevilla, donde ha encontrado grandes cosas; ella es especialista en la Colonia; en los archivos de Sevilla o de Madrid ha descubierto hasta de qué color eran los chones de la reina Isabel; es verdaderamente admirable como investigadora. Yo te diré, muy prolíficos, aunque ya de otra generación, Jaime Olveda. Bueno, incluso entre los miembros de la primera generación hubo dos premios Jalisco: Eva Guerra, que ahorita está convertida en vegetal, tiene casi cien años de edad, y Alejandro González.
De mis alumnos… ¡Uh! Hay muchísimos premios Jalisco, incluso. Como Dante Medina, por ponerte un caso. Pero productivos, Silvia Quezada. ¡No, no, no, ahí sí es interminable el número! Que se han doctorado, que han escrito muchísimo, que han dado clases también en muchas partes, que han dejado huella fuerte ya de este Centro Universitario. ¡Innumerables! Pero por mencionarte alguno: Efraín Franco Frías. Lo que habla extraordinariamente bien de las universidades públicas. El hecho de que la unam esté dentro de las cien mejores universidades del mundo, y que la udeg esté en segundo lugar nacional, habla de que nos podemos sentir orgullosos y que la productividad de nuestros egresados se ve simple y sencillamente en premios que se otorgan, como el Jalisco. Pero en muchos más, y en libros de alumnos nuestros que se publican aquí y en el extranjero. ¡Ay, no, está trabajosísimo! Pero una de mis muy, muy, muy queridas amigas, desde luego, es Silvia Quezada, que llegó en un momento muy difícil de su vida a primero de Letras, y que ha sabido triunfar pese a los obstáculos que la vida le ha presentado.
El nuevo domicilio
El cambio de domicilio de la Facultad… Bueno, allá eran anualidades, no semestres; 1961-1962, allá; 1962-1963, allá; en el 63 nos vinimos acá. En 1963, el señor presidente de la República, Adolfo López Mateos, vino a inaugurar el edificio y salimos en la foto del periódico, y extrañamos el otro edificio, pero no sabíamos que lo iban a destruir. Pasaron los años y una vez iba yo —ya tenía mi volkswagencito— por lo que ahora se llama Enrique Díaz de León (Tolsa en aquella época) cuando me encontré bloqueada la calle. Incluso, con las esculturas extraordinarias de la Sala Juárez, que era el auditorio de aquel edificio que se hizo en 1918 y se llamó la Escuela Constitución, y lo que hoy es Rectoría era la escuela Reforma: una era de niños y otra de niñas. Y que encuentro las esculturas en plena calle, tiradas; se me paralizó el corazón, detuve el automóvil, además no se podía ya pasar, y me encontré con un muchachito preparatoriano que lloraba a moco tendido, lo abracé llorando también a moco tendido. El muchachito es ahora un líder universitario.
Y fue un antiguo rector el que decidió destruirlo para hacer en su despacho de arquitecto el edificio nuevo. Es una lástima, deberían haber quedado las dos joyas de 1918, una frente a la otra. Aunque en mis investigaciones, al revisar la prensa de 1908 a 1970, encontré que ponían a los edificios del asco, decían que eran como pasteles de quinceañera. En el momento les parecieron cursilísimos, pero creo que ya para entonces deberían haberse resguardado como tesoros de la nación. ¡Fue muy triste!
La Facultad de Filosofía y Letras daba a lo que ahora es Enrique Díaz de León, una partecita chiquita de Pedro Moreno y Juárez. Luego en Pedro Moreno estaba la Escuela de Música, lo que era maravilloso: mientras estábamos en la Facultad oíamos conciertos en piano, óperas en voces de tenores y sopranos. En la parte de Juárez llegando a Escorza se encontraba Irene Robledo García en la Escuela de Trabajo Social, que era una escuela más beaturrona que las de las monjas. Hincaba a las alumnas para garantizar que les llegara al piso la falda y no anduvieran con minifaldas. Si llegaba al piso era que cubría la rodilla; rezaban después de cada clase, etcétera, etcétera. Bueno, la doctora murió de ciento dos o ciento tres años, le tocaron tiempos de juventud diferentes, yo creo, ¿no? Ella estudió para ser dentista, inicialmente; no fue la primera dentista que se tituló, pero sí formó la Escuela de Trabajo Social, y la vemos hoy en bronce enfrente de la escuela que sigue siendo nuestra vecina. En la parte de Escorza estaban los juzgados. Esther Gómez Loza —fíjate qué curioso, se llama igual que una maestra nuestra— fue alumna mía y es doctora ya. Ella era secretaria de la Facultad, trabajaba en la mañana en los juzgados, se comía una torta en lo que caminaba a la Facultad, y en la tarde era la secretaria única allí.
La fundación
La idea de la Facultad de Filosofía y Letras fue de Agustín Yáñez Delgadillo, gobernador del estado. Fue precioso, porque en 1956 Yáñez le pidió a la Universidad que fundara la Facultad de Filosofía y Letras. La Universidad le contestó: «Pero, señor gobernador, ¿eso para qué sirve?». Respuesta del señor gobernador: «Tal vez para nada, pero ha sido un sueño que tengo de juventud». Entonces se abrió y esto no tuvo que ver con las decisiones de Zuno, que fue maestro nuestro, nos daba Historia del Arte, era extraordinario, encantador, maravilloso —alumnos posteriores platican que ya no les dio Historia del Arte, sino que platicaba anécdotas de su propia vida. A nosotros sí nos dio clases, nos llevó a ver las ruinas prehispánicas que están por el rumbo del Periférico Sur. Nos invitaba a su casa, lo quise muchísimo. Cuando era oficial mayor, él, que había sido hasta gobernador del estado de Jalisco, el licenciado Zuno, me hablaba por teléfono a las cuatro de la tarde en punto y me decía: «Magdalena, no se le olvide mandarme mi quincena porque si no mañana no comemos». Y yo le mandaba su quincena con uno de nuestros trabajadores, y a las cinco y media me hablaba: «Ya llegó, muchas gracias».
El periodismo
Publiqué en El Informador alrededor de dieciocho años todos los domingos, luego aparecieron dos volúmenes: Son mil palomas tu caserío, como se llamó la publicación dominical. Comenzamos a hacer periodismo solos. Lo aprendimos como pudimos. Yo creo que lo que nos enseñaron nuestros grandes maestros fue la capacidad de expresarnos por escrito. Esto nos permitió no sólo intentar ser amenos en conferencias y cátedras, sino también escribir periodismo, que nos leyeran, que no se aburrieran. Francisco, mi hermano, recuerda que hubo momentos en los que llegaba en un domingo a un puesto de periódicos y oía decir a un señor: «Me llevo El Informador si está el artículo de Magdalena, si no, no». Es decir, es algo que debemos agradecerles a nuestros maestros: nos enseñaron a manejar de diferentes maneras la palabra oral y la escrita, como que de ahí fuimos saliendo para el periodismo.