El Ojo de Vidrio, de Antonio Ortuño / Francisco Payó González
Conocí a Antonio Ortuño hace ya más de veinte años, a mediados de los años noventa. Éramos compañeros en el estudio de animación más independiente de todos los tiempos, que dirigía un amigo en común. Al principio no nos caímos muy bien que digamos. Pero las largas jornadas trabajando con sustancias tóxicas y fantasías benévolas, comiendo mal y bebiendo bien y, sobre todo, viendo películas como Ed Wood una y otra vez mientras ayudábamos a construir sets jurásicos y a dibujar olas sobre las que caminaban cíclopes, nos hicieron ver que éramos lo suficientemente distintos y cercanos a la vez para no chocarnos, y lo suficientemente orates y necios para poder ser amigos. También recuerdo que Antonio ya platicaba de estar trabajando varias ideas para novelas pero, exigente y autocrítico desde entonces, decía que todavía no lo tenía muy claro.
Tu primera verdadera cuartilla como escritor se logra sólo después de tirar a la basura las primeras diez mil que has escrito, contaría Ortuño en una entrevista varios años después. El tiempo no sólo da oficio sino también distancia, una distancia entrañable pero también corrosiva con el pasado. Y justamente Ortuño ha invocado todo el poder de ese oficio y distancia para crear en las novelas El rastro y El Ojo de Vidrio una saga de juventud situada en los años noventa y escrita con las mejores dotes de un autor adulto. Un narrador que se acerca sin miedos ni miramientos a conjurar y revivir esa experiencia políticamente incorrecta llamada «ser joven».
Ese joven es Luis, cuya vida se pone patas arriba con la irrupción de Sofía, descrita por él mismo como «una chica de apariencia celestial y acciones salvajes». Ya desde El rastro conocimos cómo la atracción y la fascinación por Sofía provocan que Luis salga de sus rutinas de huérfano al cuidado de una anciana tía para involucrarse en situaciones peligrosas. Situaciones a las que jamás se habría acercado de no ser por esa inquietante chica norteña. Se trata de una relación tan intensa como confusa para Luis. Sofía saca lo mejor de él, pero también lo saca de quicio.
Fue también en las páginas de El rastro que conocimos por primera vez al temible Ojo de Vidrio, a quien nuestros antihéroes adolescentes se enfrentaron para resolver un asunto de gatos con más cola de lo que esperaban. Ahora, en la novela El Ojo de Vidrio, Luis está por cumplir diecinueve años y viaja por primera vez a Los Ángeles a visitar a unos parientes, sin imaginarse que se reencontrará ahí con la siempre impredecible Sofía y el siempre espeluznante Ojo de Vidrio.
Pero la novela El Ojo de Vidrio es mucho más que una secuela. Se trata de una historia con vida propia, poderosa y entretenida de a madres en sus propios términos. Una aventura con muchas desventuras y atrevimientos, que provee al lector de todo lo necesario para disfrutarla sin necesidad de haber leído El rastro. Nuevamente brilla aquí el dominio narrativo de Ortuño, nunca buscando una salida fácil, sino al contrario, persiguiendo siempre la mejor historia para ese momento específico en la vida del protagonista. Al igual que Sofía, Ortuño saca a Luis de su zona de confort en una colonia de Zapopan y lo arroja a una ciudad y una cultura desconocidas para él, enfrentándolo a una misión que rompe con todo lo que ese joven sarcástico, y nosotros mismos, podríamos imaginarnos.
Y es en esa ciudad de Los Ángeles, atiborrada de paisanos y tribus urbanas, de freeways interminables y barbacoas con música punk, y con su recién estrenada mayoría de edad mexicana que no les permite comprar cerveza en Estados Unidos —pero sí meterse en mil embrollos—, que Luis y Sofía se enfrentan también a la nueva realidad de su relación. Una relación que hemos visto evolucionar y colisionar desde que ambos tenían catorce años. Con un humor mordaz y que provoca más de una sonrisa, y no pocas carcajadas, Antonio Ortuño desengrana las mil incógnitas y descubrimientos en la cabeza y en las hormonas de Luis, narrando esto como lo haría un Luis mucho más adulto que no tiene ninguna necesidad de glorificar el pasado, pero tampoco ningún miedo a confrontarlo desde el presente. Justo como el Luis de los años noventa hubiera querido expresarlo de haber tenido el tiempo y la distancia…
El gran ganador de todo esto es el lector, quien además conocerá por fin el oscuro pasado del Ojo de Vidrio y las circunstancias que lo llevaron a cruzarse una y otra vez con Luis y Sofía. Se trata de un universo narrativo desquiciado pero coherente, que escapa de fórmulas pero nunca pierde el interés ni la emoción del lector, entreteniéndolo pero dejándolo con mucho más. Y es que, ahora sí, Antonio Ortuño lo tiene todo muy claro.
l El Ojo de Vidrio, de Antonio Ortuño. Fondo de Cultura Económica, 2018.