Adiós, cerebro / Cintia C. Gutiérrez

Preparatoria 10 (UdeG)

Fue paranoico: en el piso de arriba, bajo todos los escombros, estaba mi cuerpo, mis extremidades en raros ángulos. Mi cadáver me miraba fijamente… grité. Retrocediendo, entré en otra habitación: ahí también estaba yo, mi rostro hinchado, mi cuerpo pendiendo de una soga que abrazaba mi cuello… No importaba dónde, me veía muerta en todas partes, mi propia putrefacción era horrorosa.
    Él llegó a casa y yo corrí a recibirlo con la locura en los ojos; le conté histérica y le pregunté si no veía todos esos cadáveres. Me sujetó con fuerza del brazo y me golpeó en el rostro
    -¡Estás loca! -me gritó tan fuerte y de una manera tan espantosa que casi me hace volver a la realidad. Casi, si no hubiera sido por aquella sombra que me observaba desde mi habitación, en la que guardaba mis muñequitas, con sus pequeños vestidos y cabellos bien peinados… Me solté de Él para ir con mis criaturas.
    Todas ellas tenían mi rostro, sus escalofriantes posiciones me horrorizaron, estaban desnudas y sus cuerpos de materiales sintéticos eran monstruosos, irreales. La sombra me miraba desde fuera de la ventana, era un hombre, del que sólo resaltaban sus pequeños ojos que me observaban cruelmente…
    Otro de mis cadáveres de porcelana me sonrió desde la cama, mientras Él me abrazaba por la espalda susurrando que todas eran alucinaciones. Siempre las había tenido. Entonces, cansada, tomé el cuchillo que sostenía una de mis muertes sobre la cama. Lo clavé con todas mis fuerzas en mi duro cráneo. Pronto la sombra se tornó en luz por toda la habitación y se acabaron mis alucinaciones.

 

 

Comparte este texto: