El tema de la elección para una escritora es muy interesante, porque se escoge, se toman riesgos en este oficio, una está metida a fondo en una obsesión. Lo dejo todo por escribir, con ansiedad en la noche hasta la madrugada, pensando en cambiar una coma, un punto y, como lo dijo la maestra Gabriela Mistral, nunca se deja de corregir, se corrige una toda la vida junto con las palabras.
Una reunión de mis palabras de años me convocó y me vi remirando, releyendo, palabra por palabra, impelida a tomar decisiones, si dejarlas como lo hice en mi primer libro; lo que presentía de lo que iba a decir, intuía que era la palabra precisa y de manera singular vuelvo a revisar con fruición, nerviosa e insegura, si está bien o debería decir otra palabra por aquella nonata o si aquel simulacro, mascarada, camuflada retórica, reiteración, continuará descifrando signos.
Hubiera podido y no pude dejar de repensar lo que hice ayer y lo que pienso ahora de esos versos. Hubo instantes visuales en los que he sido irresponsable al dejarme llevar sin soltarlos y aquí me tienes sujeta intentando decirte que aunque haya habido derrames, saturaciones, salidas de páginas casi fuera de la ley, nunca he podido sustraer tan complejo enigma del decir algo, como esta elección de transcribirme en un mar de emociones y gozos. Continuar puliendo aunque el fracaso esté contemplado sigue siendo en sí mismo un placer. Escribirme escribiendo lo que escribo.