1. Elegir: recoger, escoger, leer. Inteligencia y sacrilegio se derivan de ese acto decisivo.
Si no se intelige el mundo, si no se lee con profundidad, no se elige con pertinencia. No se recoge lo verdadero. Elegir es arriesgarse hacia lo que no tenía antes lugar en el camino, en el pensamiento y hasta en el corazón.
Si se tiene buen tino, elegir es la puerta al confort, a lo establecido, a lo permitido, o simplemente al lugar del gane. Y una como alfombra roja se extiende ante nosotros. Somos momentáneamente plenos.
Pero, si se elige mal, comienza la caída al barranco. La mala elección nos cobra un precio alto, nos descentra, nos muestra nuestros límites y hasta nos expulsa de esos mismos límites que nos han contenido tanto tiempo. Elegir es siempre darse la vuelta hacia algún punto cardinal, dirigir nuestra mirada y nuestro cuerpo hacia un paradero en dónde posar nuestro ser.
En el fondo, siempre está el miedo al equívoco y el fantasma de lo que hubiera sucedido si… hubiera elegido lo contrario de lo que elegí. Y si en lugar de estudiar aquí hubiera estudiado allá… y si en lugar de haber estudiado eso, hubiera estudiado lo otro… y si en lugar de haberme casado hubiera seguido soltera… y si en lugar de tener un hijo hubiera tenido cinco… y si no hubiera tenido descendencia…
Siempre la sombra de lo que la vida pudo haber sido si la elección hubiera ocurrido de distinta manera.
O peor… ¿y si me hubieran tenido otros padres? ¿Y si en lugar de mexicana fuera alemana?
Elección tras elección nos moldean un destino.
Elegir entonces se vuelve un juego de azar; es en realidad un golpe de dados que en última instancia tiene que ver con el movimiento de las esferas y desde ahí todo se une a todo y las puntas de las estrellas se electrizan a las patas de las arañas y la tierra se mueve y se conmueven las almas y las emociones se tornan intensas. Y las decisiones se convierten en decisiones, es decir, en caminos, es decir, en comienzos. Elegimos.
Elegir entonces es empezar. Una espiral en la que en cada momento subimos y caemos, elegimos y luego la nada; elegimos y luego el todo. Y así interminablemente.
2. Me remonto a una de las decisiones más importantes de la vida, y de la mía en concreto. La de elegir la profesión, ese quehacer al que se dedican los días futuros. Vocación tiene la misma raíz de voz: acción de llamar. Elegir desde la voz, o más bien, escuchar la voz, el llamado, lo que se quiere desde la profundidad y la manera en que ese querer se articula desde el interior.
En aquellos días del año 1982, la Facultad de Filosofía y Letras de la UdeG ofrecía un primer año propedéutico que el alumnado cursaba con materias de cada licenciatura que ahí se ofertaban. Así fue como, aunque entré para estudiar la carrera de Sociología, fui alumna de don Adalberto Navarro Sánchez en Literatura Universal. Pronto me acerqué a él para conversar más allá del salón de clase, pues su conocimiento hondo de la literatura y su bonhomía me atrajeron hacia su persona. Pronto se convirtió en el guía de mis lecturas literarias, y, aunque con cierta timidez, me decidí a mostrarle mis poemas. Una vez que los leyó me convenció de que mi talento, y por tanto mi vocación, estaban en la literatura y no en la sociología.
Quiero honrar —a cien años de su nacimiento— esas palabras y las enseñanzas de don Adalberto, poeta, catedrático y director de la revista literaria Et Cætera. Sin él, otros derroteros habría tomado y mi elección por la literatura hubiera sido tardía o errada.
Don Adalberto me enseñó a desarrollar la percepción de mis sentidos, a asumir el contacto con las palabras no como entes abstractos sino como materia prima concreta, capaz de ser encarnada y percibida en su dimensión sonora, conceptual, y en su capacidad para portar la cosa que representa.
Siendo su discípula, me asumí como aprendiz de poeta y me lancé a la escritura, pero también a la reflexión de ese aprendizaje. El trabajo con la palabra posee una vocación humana más evidente que otras profesiones. Vocablo, vocabulario: palabra. Viene de esa misma raíz de la voz: es convocar, evocar, invocar. ¿Y qué otra cosa es la literatura?
Escribir escribiendo y reflexionar pensando. Aprendí que trabajar el arte de la poesía es labrar la forma sensible, ese puente entre el adentro y el afuera, mediante un lenguaje que logra la armonía entre nuestro tiempo interior y el espacio que nos rodea.
Dotar de sentido el ser de la cosa es verle una forma y hacer real esa forma que se ve, hacerla tangible e imprimirle una intención. Al exteriorizar su interior, la forma llega a ser forma sensible, forma susceptible de presentarse a los sentidos como forma convocadora de resonancias en el sentir, como forma evocadora de connotaciones, como forma emisora de significado sensible. La forma sensible por excelencia, por evidencia, es la forma artística.
3. Leo «Poética», en la obra reunida de Adalberto Navarro Sánchez, Reunión de poemas (1934-1984), que tuvo a bien publicar la Unidad Editorial del Gobierno de Jalisco en el año 1984, todavía en vida del poeta.
Leo en voz alta y aún percibo su respiración de esas tantas lecturas que hicimos de su obra y de la obra de otros poetas. Voy releyendo, renombrando y reconociendo cada señal, cada gesto, cada enseñanza. Y todavía me ocurre el estremecimiento:
Rodeado de imágenes que atormentan el sueño,
mi palabra juega en un perdido interminable.
¿En qué nube —futuro cielo—
vivirá la rosa del cálculo?
—Voraz, equívoco laurel
entre las sílabas marchito.
Azul soñando como nieve y tristeza
los ángeles sufren infinitas escalas.
—Pero en tu pecho se confunden
recuerdos vegetales,
y estrofas marineras
en tus manos cantan su geometría.
¿Por qué la roja cima de las palabras
estremece mi cuerpo?
—Es un deseo de cantos recogidos al alba.
En tu caída soledad, la antigua
primavera, a tu destino hurta
su misterio triunfante.
Rodeado de imágenes que atormentan el sueño,
mi palabra juega en un perdido interminable.