Buscar una nueva vida / Sergio Téllez-Pon
J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, Sudáfrica, 1940) es un raro en la literatura contemporánea: reservado y de actitud discreta, contrasta en un ambiente como el literario, lleno de egos y protagonismos. Estudió literatura inglesa y también matemáticas en la universidad de su ciudad natal, y años más tarde se doctoró en la Universidad de Texas en Austin con una tesis en la que conjuntaba esas dos ramas en apariencia antagónicas: un análisis computarizado de la obra de Samuel Beckett. En 1974 publicó su primera novela, Tierras de poniente, a la que siguieron, entre otras, la estremecedora Esperando a los bárbaros. Por Vida y época de Michael K recibió uno de los premios más prestigiosos de la lengua inglesa, el Man Booker. Volvió a obtener ese premio en 1999 con Desgracia, convirtiéndose así en el primer escritor en recibirlo dos veces. Desgracia fue adaptada al cine en una película protagonizada por John Malkovich; sin embargo, el filme no le hace justicia a la poderosa novela. Hace un par de años, Coetzee se nacionalizó australiano y lleva una vida recogida en la Universidad de Adelaida.
Coetzee es alto, moreno y de pelo cano, su extrema timidez lo hace antisocial. Cuenta una anécdota que durante una cena en Hollywood en la que se negociaba la adaptación de una de las novelas de Gabriel García Márquez, el Nobel colombiano reparó en un señor callado que estaba sentado en un extremo de la mesa; cuando todos se fueron, Gabo preguntó quién era ese señor que no había dicho una sola palabra a lo largo de toda la cena. Le respondieron que se llamaba J. M. Coetzee, y contestó sorprendido, palabras más, palabras menos: «¡Pero por qué no me dijeron! Lo he leído todo de él y lo admiro mucho». Por eso se cree que, en alguna medida, el Premio Nobel de Literatura otorgado a Coetzee en 2003 se debió a la sugerencia que el autor de Cien años de soledad hizo a la Academia Sueca cuando les consulta a sus anteriores galardonados sobre quién debería recibir el premio más importante de la literatura universal.
Ahora Coetzee ha publicado su más reciente novela, Los días de Jesús en la escuela, que es la continuación de La infancia de Jesús. Las impactantes novelas de Coetzee se caracterizan por mostrar los bajos instintos de la naturaleza humana que aparecen en las situaciones menos pensadas. La crudeza de las pasiones humanas y los extremos a los que nos orillan, la realidad a la que nos enfrentan, son el sello particular por el cual es reconocida la poderosa y sorprendente narrativa de este premio Nobel. En estas dos novelas cuenta la historia de David y Simón, que empieza cuando llegan exiliados a un nuevo país en el que se habla español, tal vez huyendo de su propio país, que los ha orillado a buscar un nuevo hogar, tal vez escapando de una guerra… Ese pasado quedará atrás, borrado completamente; Coetzee les crea una nueva vida, con nuevos nombres, otras edades y otra lengua en la cual expresarse.
Simón es un señor maduro y ecuánime, pues siempre responde con palabras correctas y amables, tal vez como extensión de la personalidad del propio Coetzee. Mientras que David es un niño que se cuestiona todo sobre la vida: «¿Por qué?» es su pregunta recurrente, a la que Simón siempre trata de hallarle respuestas, por más que se desespere. La misión de Simón es encontrar a la madre de David en ese nuevo país. Simón no encuentra a la madre biológica de David, pero sí a Inés, una mujer que acepta hacerse cargo de este nuevo hijo que criar; Simón no asumirá el papel de papá, sino de tutor, para estar cerca de ellos. Es evidente que Coetzee ha bautizado a los tres con nombres bíblicos, pues en el fondo ambas novelas son una parábola de la vida de Jesucristo.
Ahora, en Los días de Jesús en la escuela continúa la historia de ellos tres centrada en la educación de David, quien ha dado problemas para aprender en una escuela, por lo que las autoridades lo han querido trasladar a otro centro educativo más riguroso. David no sólo es insolente —lo propio de su edad—, sino indomable como un animal salvaje. Pero Simón, y sobre todo Inés, se niegan a separarse de David, prefieren educarlo ellos mismos en casa, lo cual resulta casi imposible por la actitud siempre desafiante del niño. Entonces los tres tienen que huir, a «vivir como gitanos», según repite David, a emprender otra vez una nueva vida.
Si en La infancia de Jesús Coetzee escribió una novela sobre las duras verdades y las acciones diarias que le intentan dar sentido a la vida, en Los días de Jesús en la escuela vuelve a sus temas más escabrosos, es decir, a plantear que la vida pronto se convierte en tragedia, lo cual hace recordar a otras grandes novelas suyas como Esperando a los bárbaros, Desgracia o La edad de hierro. En la nueva ciudad inscriben a David en una escuela de danza, donde por primera vez el niño rebelde cede y se deja enseñar y educar por su guapa maestra, Ana Magdalena. La escuela está en la parte alta de un museo, cuyo custodio es Dmitri, un señor que parece pordiosero y quien pronto revela su secreta pasión por Ana Magdalena. Entonces Dmitri cometerá un delito y ni él mismo sabrá si es un hombre o un bestia. Sin embargo, David ya se ha encariñado con Dmitri y entonces preferirá su compañía sobre la de Simón: en realidad, el niño se debate entre el instinto y la vileza que representa Dmitri y la serenidad y moral que se aprecia en la figura del noble Simón. Es entonces cuando la nueva vida que buscaban Simón, Inés y David da un giro inesperado. Ahora el concepto de «una nueva vida» es más amplio, incluida la vida después de la muerte. En el más allá también se empieza otra vida, aunque tal vez para Dmitri no l
l Los días de Jesús en la escuela, de J. M. Coetzee.
Literatura Random House, México, 2017.